Artículos de opinion
Según tengo entendido en el idioma chino, la palabra “crisis” (危机, weiji), se compone de dos ideogramas: • Wēi (危) que se traduce como “peligro” y • Jī (simplificado: 机, tradicional: 機) que, entre varias acepciones (máquina, avión, punto crucial, etc.), se puede traducir como “oportunidad”. Luego no es cierto que en chino crisis y oportunidad signifiquen lo mismo como repite el dicho, simplemente uno de los dos ideogramas de la palabra crisis (jī (机) puede significar –a veces- oportunidad. Por suerte no es de letras chinas de lo que voy a hablar hoy sino de la evolución de la actual crisis que muchos analistas han intentado explicar y vaticinar usando ciertas grafías. Básicamente una crisis –y hablo de economía, no de bolsa- se puede desarrollar
- En forma de V, una caída muy rápida y profunda seguida de una recuperación igual de rápida y vigorosa
- En forma de U, similar a la V en la velocidad de bajada y subida (cuando empieza) pero con un tiempo más amplío de depresión y permanencia en el “fondo”.
- En forma de W, es decir, que tras la rápida bajada haya una subida que se queda a mitad de camino y conduce a un nuevo desplome y sólo tras él se iniciaría la verdadera recuperación.
- En forma de L, es decir, que tras la caída nos quedemos abajo tiempo y tiempo y que tiene aún una versión más catastrofista que es la que afirma que la L no es más que el peldaño de una escalera, es decir, que tras ella viene, justo debajo, otra L.
En la actual depresión se ha podido comprobar que toda esta teoría está muy bien, y sirve para entender con facilidad los conceptos, pero que no se puede aplicar a nivel global. Es decir, la V parece que es la forma que han desarrollado economías como la china o la india, que apuntan a haber iniciado hace meses la segunda línea. Sin embargo, ¿Qué letra está haciendo el mundo occidental en general?
- Podemos decir que aún está –dependiendo de si tomamos datos anuales o trimestrales- o bien iniciando la curva ascendente de la U o bien aún en la base.
- O en el pico medio de la W. De hecho, los estímulos públicos provocaron el frenazo y cierto rebote pero si desaparecieran, las posibilidades de volver a caer son enormes. El mejor ejemplo lo vemos en las ventas de coches: bajan fuertemente, los gobiernos aprueban una subvención, repuntan de nuevo y en los estados que retiran esas ayudas –por ejemplo Alemania- se vuelven a caer las ventas. Así pues, si asumimos este escenario, ello nos obliga a una segunda división: aquellos países que pueden seguir manteniendo el gasto público (como Reino Unido o los EUA, que gracias a su prestigio pueden tener en 2010 un déficit de dos dígitos) y con ello prolongar ese pico central convirtiendo la W quizás en una V o una U y aquellos que no sólo no pueden, es que deben reducir ese gasto para no perder su solvencia. Por desgracia, ese es el caso español.
Desde el punto de vista de la teoría económica, las etapas de recesión son periodos en los que el conjunto de la economía debe ajustarse, reducir las deudas y volver a poner los pies en la tierra. Es la consecuencia necesaria e inevitable de haber disfrutado un periodo de bonanza artificial e insostenible, en el que se ha vivido por encima de sus posibilidades. En otras crisis menos profundas el proceso es relativamente sencillo: la desconfianza –provocada por lo que sea, la subida del precio del crudo en 1973 o por la burbuja de las .com en el 2000- conduce a un menor gasto y a un aumento del ahorro y cuando vuelve la confianza se recupera el consumo y todo vuelve a despegar, y durante la recesión, como ha pasado esta vez, es el gasto público el que asume la labor de sustituir la iniciativa privada. Esta vez no es así, porque –resumiendo mucho- se ha sumado a una crisis cíclica habitual, el estallido de la burbuja inmobiliaria, un sistema financiero enfermo, una globalización de los problemas y un endeudamiento alto y a todos los niveles (personas, empresas, bancos y estados). Y más de dos años después, no parece resuelto ninguno de los problemas que provocaron esto e incluso el de la deuda ha empeorado mucho ya que, por frenar el desplome y reducir la deuda bancaria y de grandes empresas, se ha comprometido la solvencia de varios países.