Artículos de opinion
Hace medio año, pude leer una noticia bastante curiosa: “Detenido en Deba por conducir una furgoneta robada en la que llevaba una moto sustraída”
Un joven de 18 años de edad fue detenido esta pasada madrugada en la localidad guipuzcoana de Deba cuando circulaba en una furgoneta robada, en cuyo interior portaba, también, un ciclomotor sustraído, según informaron fuentes de la Ertzaintza.
Tiene narices la cosa. Podríamos definirlo como un delito recursivo…
Algo similar, creo que está ocurriendo con la economía. Tenemos a los economistas hablando todo el día de distintas burbujas y de activos sobrevalorados cuando dónde realmente parece que está la burbuja es en los propios economistas los cuales también están sobrevalorados. Vamos, una burbuja dentro de otra. Estoy de acuerdo en que es una ciencia inexacta que depende en gran medida de algo tan imprevisible como es el comportamiento humano pero lo que me parece preocupante es el nivel tan alto de fallos que han cometido a la hora de prever (o arreglar) la crisis actual.
Como dijo hace años Ezra Solomon (profesor de economíoa de Stanford) “Las predicciones económicas sólo valen para que la astrología parezca respetable.”
En “The Economist” intentan reflexionar acerca de qué debe hacer esta ciencia para evitar los errores del pasado, veamos una traducción del artículo.
De todas las burbujas económicas que han estallado, unas pocas han reventado de forma más espectacular que la reputación de la propia economía. Hace algunos años, esta funesta ciencia era aclamada como la forma de explicar cada vez más formas del comportamiento humano, desde el tráfico de drogas al sumo. Wall Street saqueó las mejores universidades en busca de teóricos del juego y modeladores de opciones. Y en el escenario público, los economistas eran considerados más dignos de confianza que los políticos. John McCain bromeó diciendo que Alan Greenspan, el Jefe de la Reserva Federal, era tan indispensable que si fallecía, el presidente tendría que “sostenerlo como a una marioneta y ponerle unas gafas oscuras.”
Debido a la mayor de las crisis económicas de los últimos 80 años, esa reputación ha sufrido un gran revés. En la mente del público una profesión arrogante ha sido humillada. Aunque los economistas siguen en el centro del debate político, como Ben Bernanke o Larry Summers en América o Mervyn King en Gran Bretaña, sus declaraciones se ven con mayor escepticismo que antes. La profesión en sí misma se ve perjudicada por la culpa y el rencor. En una conferencia reciente, Paul Krugman, ganador del premio Nobel de Economía en 2008, argumentaba que gran parte de la macroeconomía de los últimos 30 años era “espectacularmente inútil en el mejor de los casos, y positivamente dañina en el peor”. Barry Eichengreen, un historiador económico americano destacado, considera que la crisis “ha puesto en duda mucho de lo que se pensaba que sabíamos sobre la economía”.
En su forma más cruda, la idea de que la economía en su conjunto ha sido desacreditada, la reacción violenta actual ha ido demasiado lejos. Si la ignorancia permitió que los inversores y políticos exagerasen las virtudes de la economía, ahora les ciega ante sus beneficios. La economía es menos un credo servil que un prisma a través del cual se puede entender el mundo. Es un canon amplio, que se despliega desde las teorías, para explicar cómo se fijan los precios o cómo crecen las economías. Mucho de ese conocimiento no está relacionado con la crisis financiera y sigue siendo tan útil como siempre.
Y si la economía es una disciplina tan amplia, se merece una defensa fuerte, así como el paradigma del libre mercado. Demasiadas personas, especialmente en Europa, equiparan los errores cometidos por los economistas con el fracaso del liberalismo económico. Su lógica parece ser que si los economistas se equivocaron, los políticos lo harán mejor. Lo cual es una conclusión falsa y peligrosa.
Estas importantes advertencias, no obstante, no deben ocultar el hecho de que dos partes centrales de la disciplina, macroeconomía y economía financiera, ahora están siendo, justamente, reexaminadas. Hay tres críticas fundamentales: que los macroeconomistas y los economistas financieros contribuyeron a provocar la crisis, que no fueron capaces de descubrirla y que no tienen ni idea de cómo resolverla.
La primera de las acusaciones es la mitad cierta. Los macroeconomistas, en especial dentro de los bancos centrales, estaban muy obsesionados con domar la inflación y se mostraban muy arrogantes con la burbuja de los activos. Los economistas financieros, a su vez, formalizaban teorías sobre la eficacia de los mercados, alimentando la noción de que los mercados se podían autorregular y que la innovación financiera siempre era beneficiosa. Los instrumentos más esotéricos de Wall Street se construyeron sobre estas ideas.
Pero los economistas creyeron de forma muy inocente en la eficacia del mercado. Los académicos financieros han empleado la mayor parte de los últimos 30 años echando tierra sobre “la hipótesis del mercado eficaz”. Una reciente clasificación de economistas académicos estaba encabezada por Joseph Stiglitz y Andrei Shleifer, dos desmentidores destacados. Un nuevo campo importante, la economía del comportamiento, se concentra en las consecuencias de las acciones irracionales.
De manera que había muchas advertencias. Pero como aparecieron las perspicacias académicas en el desorden de Wall Street, esas delicadezas se dejaron a un lado. Ninguna teoría económica sugiere que los derivados hipotecarios se tengan que valorar sobre la base de que los precios de las viviendas siempre van a subir. Los catedráticos financieros no tienen la culpa de esto, pero deberían haber gritado más alto que sus perspicacias estaban siendo mal utilizadas.
En su lugar, muchos se aprovecharon de la situación (con frecuencia desde dentro de los bancos). Todo ello unido a la autocomplacencia de los macroeconomistas hizo que muy pocas voces gritaran “alto”.
La acusación de que la mayoría de los economistas no vieron venir la crisis también vale la pena. Para asegurarse algunos advirtieron de los problemas. Gente como Robert Shiller de Yale, Nouriel Roubini de la Universidad de Nueva York y el equipo del Bank for International Settlements son ahora famosos por su capacidad de ver el futuro. Pero la mayoría se sorprendieron. Incluso los hipocondríacos que pensaban que algo iba mal no tenían ni idea de las graves consecuencias que se avecinaban.
Está relacionado en parte con silos profesionales, que limitaban tanto los instrumentos disponibles como la imaginación de los profesionales. Unos pocos economistas financieros pensaron mucho en la iliquidez y el riesgo de contraparte, por ejemplo, porque sus modelos estándar lo ignoraban. Y otros pocos se preocuparon por el efecto que tendría en la economía global de los mercados la paralización al mismo tiempo de todas las clases de activos, ya que algunos creían que era posible.
Los macroeconomistas también tenían un punto débil, sus modelos estándar asumían que los mercados de capital funcionaban a la perfección. Su estructura mostraba una tregua incómoda entre los herederos intelectuales de Keynes, que aceptan que las economías pueden no cumplir con su potencial, y los puristas, que sostienen que la oferta debe ser siempre igual a la demanda. Los modelos que epitomizaban esta síntesis, los utilizados en muchos bancos centrales, incorporaban imperfecciones en los mercados de trabajo (salarios “vergonzosos”, por ejemplo, que hacían crecer el desempleo), pero no dejaban sitio a tales imperfecciones en las finanzas. Asumiendo que los mercados de capital funcionaban a la perfección, los macroeconomistas podían perfectamente ignorar el problema de cañerías de la economía. Pero los modelos que no tenían en cuenta a las finanzas tenían pocas posibilidades de descubrir la crisis que surgía de ellas.
Y sobre resolverla. Aquí la crisis financiera ha derrumbado el frágil consenso entre puristas y keynesianos sobre que la política monetaria era la mejor manera de arreglar el ciclo de negocios. En muchos países los tipos de interés a corto plazo están próximos a cero y en una crisis bancaria la política monetaria funciona peor. Con su instrumento de compromiso sin validez, ambos lados se han retirado a sus raíces, ignorando las ideas de campo de los otros. Keynesianos como el señor Krugman se han convertido en partidarios sin sentido crítico del estímulo fiscal. Los puristas son oponentes ruidosos. Para espectadores ajenos, la cacofonía subraya la inutilidad de la profesión.
Juntando estas críticas aparece un claro caso de reinvención, especialmente en la macroeconomía. Al igual que la Depresión dio lugar al keynesianismo, y la estanflación de los años 70 alimentó una reacción violenta, la destrucción creativa está de camino. Los bancos centrales están ocupados vertiendo análisis crudos sobre los mercados financieros en sus modelos de trabajo sucio. Los economistas financieros están buscando la manera en que los incentivos pueden deformar la eficacia del mercado. Y los dilemas de hoy generan nueva investigación: ¿qué forma de estímulo fiscal es más efectiva? ¿Cómo se puede aflojar la política monetaria cuando los tipos de interés llegan a cero?
Etcétera.
Pero sigue siendo necesario un cambio más amplio de perspectiva. Los economistas tienen que salir de sus silos profesionales, los macroeconomistas tienen que entender las finanzas y los catedráticos financieros tienen que pensar más sobre el contexto en el que operan los mercados. Y todos tenemos que intentar entender las burbujas de activos y lo que ocurre cuando estallan. A fin de cuentas, los economistas son científicos sociales, que intentan entender el mundo real. Y la crisis financiera ha cambiado ese mundo.
¿Qué opináis vosotros? ¿Os fiais de los economistas? ¿Tenéis alguno favorito?