Del sur del Mediterráneo se aleja el turismo, como se alejan la cordura y la tolerancia. El radicalismo, unido al más absoluto rechazo a lo diferente, está cada día más presente en el norte de África, a un paso de nuestras fronteras. Estos grupos islamistas, con su oposición radical a occidente – con su consumismo, su igualdad para las mujeres, su tolerancia a lo diferente (curiosamente de la tolerancia religiosa, antaño llevada a cabo y ahora olvidada, se han valido para estar presentes en Europa) – van extendiendo sus redes cada vez más al norte, de modo ya son varios los miles de jóvenes europeos, seducidos por quien sabe qué atractivo, que han pasado a engrosar las filas del IS, o Estado Islámico.
En escuelas islámicas, en mezquitas, desde Indonesia o Filipinas hasta la mismísima ciudad de Londres o Hamburgo, o Madrid, se proclama, con mayor o menor intensidad, el rechazo a los valores occidentales de libertad, democracia o respeto, señalándolos como debilidades más que como virtudes, más como síntomas de decadencia moral que como avances de la razón humana. De hecho, una de las predicciones que nos hacen es que esa decadencia moral pronto se verá acompañada de una decadencia total en la que seremos, primero destruidos, luego masacrados y por último rescatados a la luz de la nueva fe del Islam.
Mientras tanto la estrategia es clara, y tan vieja como el mismo mundo: destruir el orden existente, atribuyéndole todos los males y defectos imaginables, dinamitar sus cimientos, por medio del terror sembrado por quienes no tienen nada que perder, dando la sensación de inseguridad, sembrado la duda a costa de pasar por una banda de salvajes, para provocar el colapso económico y social y poder así sembrar las semillas del nuevo orden mundial. Es la estrategia del débil en fuerzas pero fuerte en convicciones: atacar el edificio monolítico del poder en sus cimientos buscando el derrumbe económico. Una vez conseguido que la pobreza medre, el conseguir aumentar sus bases sociales sólo es cuestión de tiempo.
Es por eso que estos grupos estén atacando las principales fuentes de ingresos de los países al sur del Mediterráneo: Egipto y Túnez son los más afectados. De hecho, Túnez, ya golpeada en marzo de este año con un atentado que supuso la muerte de 21 personas y que logró que el país fuera apartado de las rutas de cruceros, ha vuelto a ser atacada con el atentado de la semana pasada, esta vez dentro de las instalaciones de un hotel de una cadena occidental: jugada redonda con doble ataque a los turistas y a las empresas encarnaciones del demonio. De enero a junio, el número de turistas extranjeros ya había descendido en un 21,9% respecto al año pasado. Y un 28,3% con relación a 2010, antes de que se iniciara la revolución. Los europeos, que son el principal mercado de Túnez, han bajado su presencia en un 45% en los últimos cuatro años, según datos del Ministerio de Turismo del propio país. Este año ya pueden echar la persiana. El que viene quizás ni la puedan subir.
En cuanto a Egipto, tras el atentado fallido del 10 de junio, en el que las fuerzas de seguridad abortaron el ataque a un autobús tras un intenso tiroteo, las cancelaciones de reservas se han disparado. Mientras en 2010 Egipto recibió más de 14 millones de visitantes que aportaron unos 11.000 millones de euros a la economía del país, en los años posteriores la media anual no superó los 10 millones, y los ingresos cayeron hasta un 40%. El 2015 comenzaba bien, con un aumento del 7% de reservas, respecto al año anterior, a día de hoy las cifras se han desplomado de nuevo. Esto en un país en el que el 10% de su PIB depende del sector turístico. Falta ver cómo afecta este atentado en Túnez a los intereses egipcios.
En lo que respecta al resto de los países vecinos, el que aguanta, e incluso aumenta sus cifras de turismo, tanto en ingresos, como en visitantes, es Marruecos. Nuestro vecino del sur, gracias a un férreo control policial que mantiene a raya por ahora a los yihadistas, ha superado los atentados del 2003 y del 2011, quizás gracias también a que su impermeabilidad en el movimiento de la “Primavera Árabe” consiguió la estabilidad necesaria para mantener un aparato del estado fuerte, lejos de los terremotos políticos y sociales a los que se han visto sometidos Túnez y Egipto.
En cuanto a España, de macabra ventaja podría ser considerada la obtenida por el sector turístico de nuestro país, el cual ya se prepara, una vez más para ser uno de los destinos refugio de las cancelaciones en los países norteafricanos. De hecho, ya con el anterior atentado de marzo, las reservas en Semana Santa aumentaron en nuestro país con una cifra que rondó entre el 35 y el 40% de las cancelaciones tunecinas, especialmente de turistas franceses e italianos.