La suerte o la desgracia ha hecho que viva en una de las comunidades con más fuerza turística de todo el país, o lo que es lo mismo, en una de las zonas más punteras en turismo del mundo, o dependiente de él, que todo depende de cómo se mire. El caso es que, a pesar de las consabidas críticas a lo foráneo, de las denuncias de “invasión”, de los intentos por preservar lo patrio (entendido como lo local) frente a esos extranjeros que “sólo buscan lo que en su país no pueden o no se les permite hacer”, las cuatro quintas partes de la economía de esta comunidad viven, directa o indirectamente, de los recursos generados por estas personas que buscan a veces (las más) sol, alcohol, sexo y playa, y otras, simplemente conocer, aprender y relajarse y disfrutar.
Fue en el boom de los años sesenta y setenta, en los que el turismo, sobre todo alemán, descubrió los encantos de estas costas. Y aterrizó, chequera en mano, dispuesto a pagar fortunas por hacerse con un pedacito de suelo, lo que motivó la fortuna de algunos y la desgracia de otros, que vieron como el nivel de vida se encarecía, la adquisición de una vivienda se tornaba en imposible y su economía tradicional de sector primario: agricultura y pesca, se transformaba rápidamente en una economía enfocada al sector servicios. La gallina de los huevos de oro, en forma de turista orondo y blanquecino a su llegada y algo más orondo, pero esta vez rojo, a su marcha, estaba poniendo huevos a destajo. Había para todos, se pagaban salarios abundantes al río de trabajadores que todos los años, un mes antes del inicio de la temporada, inundaban hoteles y restaurantes con el objeto de trabajar 14 y 16 horas al día durante seis meses para descansar lo seis restantes en su tierra andaluza, castellana o extremeña, principalmente.
La construcción avanzó incesante, hubo un momento en que había más plazas hoteleras en la región que en toda Grecia (se decía con orgullo), ya que se pensaba que cuanto más turismo llegase, lo ingresos crecerían en la misma proporción. Pero llegó en primer golpe a este modelo. La crisis de finales de los setenta demostró que la construcción desmesurada de plazas hoteleras había tocado techo y estaba desempeñando un perverso efecto sobre el turismo: la degradación del paisaje y del entorno natural, la desaparición del encanto natural del entorno, de las gentes, las costumbres y los valores que habían atraído al turista en un principio, estaban devaluando también el perfil del propio turista, que pasó de ser un pudiente consumidor de todos los bienes materiales e inmateriales que su destino turístico le pudiera ofrecer a un consumidor de todo a cien.
En el 2007 llegó la crisis internacional, que alejó momentáneamente de nuestras costas el dinero alemán, inglés o nórdico; por suerte, la “Primavera Árabe”, volvió a reubicar en nuestro país a los ansiados turistas, pero ya el sector turístico en nuestro país había comenzado una profunda remodelación: ajustes de costes, profesionalización, grandes inversiones de las cadenas hoteleras en el exterior (si no puedes vencerles, cómprales) y, sobre todo, oferta cada vez más ajustada en precio, lo que llenaría los hoteles, pero de un perfil de turista de un poder adquisitivo cada vez más bajo.
A día de hoy el sector afronta nuevos retos. A pesar de las buenas cifras de turistas, que aumentan año a año, tras la última crisis, el gasto medio por turista disminuye: cada año más turistas pero con menos dinero para gastar.
Fuente: http://www.iet.tourspain.es
La política del “todo incluido” del sector hostelero está hundiendo el mercado de oferta complementaria: restaurantes, bares de copas, tiendas de recuerdos, etc. se ven cada vez más relegados a la miseria porque el turista que viene lo hace con el dinero justo, con su sustento ya pagado y con un objetivo claro, del que no forma parte investigar el encanto de una tierra ajena a la suya. Viene a beber cerveza (a ser posible la misma que en su tierra), a comer las mismas hamburguesas de las cadenas que ya está en su tierra, dormir la siesta (o lo que proceda) torrándose al sol y hacer uso de lo que sus hormonas y su sensación de libertad les dicte. No extraña entonces que los empresarios del sector busquen por el medio que sea atraer al cliente tipo de la zona e incitarle al gasto por medio de cualquier instinto básico.
En cuanto a las pequeñas y medianas compañías, simplemente languidecen. A pesar de los buenos números en cuanto a turistas, están en manos de los touroperadores, los cuales compran plazas hoteleras a buen precio y luego las comercializan a través de redes de agencias o por los cada vez más usados canales de Internet. Esto hace que los establecimientos hoteleros apenas se tengan que preocupar: tienen asegurada buena parte de su ocupación a precio pactado y les quedan un puñado de plazas para complementar ingresos. Por tanto, el interés por nuevas inversiones o innovaciones se reducen a los requisitos que el touroperador les exija. Eso sí, saben que el cliente que viene lo hace con todo incluido y que la suerte decide si es un cliente modosito o si es uno de los que se les va a tirar por el balcón.
En cuanto a las grandes cadenas, aunque también tiran del recurso del touroperador, de hecho, algunas cuentan en su accionariado con presencia de algún touroperador (por ejemplo la cadena RIU está participada por el mayor touroperador de Europa TUI AG), son lo suficientemente grandes para, por un lado, negociar con aquél mejores condiciones, por otro, aprovechar mejor su prestigio, sus mayores recursos y sus economías de escala para ofrecer su propio negocio online. Son estas grandes cadenas las que están tirando hacia arriba del sector, merced a su mayor capacidad inversora y también las que, a pesar de los buenos números del turismo español, las que están vendiendo su negocio nacional e invirtiendo en el extranjero. De hecho, la inversión local se está centrando en la mejora de los establecimientos existentes, llevándose el grueso del esfuerzo inversor los nuevos centros turísticos del caribe, de la costa turca, China (cómo no) o bien hoteles urbanos de lujo en diversas grandes metrópolis.