Por desgracia, a estas alturas ya nadie ignora lo que es el Estado Islámico. Ya nadie puede permanecer indiferente ante la cada vez mayor capacidad de golpear que los grupos islamistas radicales tienen sobre nuestra propia casa. Y ya nadie se escapa al cada vez mayor recelo que, por desgracia, va inspirando la comunidad musulmana, sobre todo si de chicos jóvenes hablamos.
Lo cierto es que el mundo entero se enfrenta a algo que hacía siglos que no se veía: todo un país, con importantes recursos económicos y energéticos, al servicio de un estado con la violencia, la intolerancia y el convencimiento de la posesión de la verdad absoluta como banderas. De hecho, lo que el estado islámico busca para afianzarse como una nación es tratar de poner en marcha todos esos recursos, y los que puedan llegar de sus futuras conquistas, al servicio de un país consagrado a la guerra santa. Es por eso que realiza llamamientos a todos los musulmanes del mundo, tanto estudiosos del islam, como a todas las “personas con experiencia militar o administrativa y a médicos e ingenieros de diferentes especialidades y campos”. Para incentivar a sus reclutas les promete casa, comida, trabajo y una misión: “Hay casas aquí para ustedes y sus familias. Usted puede ser un importante contribuyente para la liberalización de la Meca, Medina, y al-Quds. ¿No le gustaría alcanzar el Día del Juicio con estas grandes obras sobre sus hombros?”. Estas son algunas de las ofertas lanzadas por la revista online “Dabiq” (PDF) que, con una estética y una información más adecuada a un público occidental, ha provocado que una ingente marea de jóvenes musulmanes de segunda o tercera generación europea, marginados y decepcionados en sus países de origen, pasen a engrosar las filas del nuevo y sanguinario estado. De hecho, las estimaciones hablan de alrededor de tres mil europeos luchando en sus filas: como un 10%.
Esto es lo que hace a este grupo terrorista verdaderamente peligroso: que ya no es un grupo, sino todo un estado, con recursos económicos importantísimos, que, desde una ideología fuerte, intransigente y excluyente, paga sus a tropas, recauda impuestos, produce bienes y servicios todo con vista a financiar la guerra con todos los medios a su alcance.
¿Pero de donde obtiene el Estado Islámico sus recursos? Sus fuentes de financiación, al igual que sus fuentes de suministros de efectivos, son variadas y bastante flexibles. En general, se podría decir que sus tropas, de la misma manera que hace 15 siglos, poco menos que se avituallan y se refuerzan con nuevos reclutas por el camino de su guerra santa. Sin embargo las necesidades de la guerra actual hacen que se necesite mucho más para mantener en marcha una maquinaria de guerra, por lo que, además de soldados, se necesitan gestores, técnicos, especialistas en todas las ramas. Es así como han conseguido poner en marcha toda una maquinaria económica y mediática que incluye un floreciente mercado negro del petróleo que vende el crudo a un 30% del precio de mercado. Se estima que venden la mitad del petróleo que producen (o lo intercambian por producto ya refinado), transportándolo en camiones cisterna hasta Siria o Turquía, donde entra ya en el sistema regulado, pudiendo llegar incluso hasta occidente, según la embajadora de la UE en Iraq, Jana Hybaskova, lo que significaría que estamos financiando a quienes nos han jurado destruirnos. De esta manera se estima que el estado islámico obtiene entre uno y tres millones de dólares diarios.
Pero no sólo obtienen recursos de ahí: sólo en rescates pagados por los secuestros realizados puede haber ingresado alrededor de 20 millones de dólares en el año pasado. Igualmente, una parte importante de su financiación viene de mecenas fanáticos, de hecho se cree que hasta algunos gobiernos islámicos participan de alguna manera. Lo último, en lo que a financiación se refiere, es el tráfico de órganos para trasplante, con el suministro casi inacabable que su permanente estado de guerra les proporciona.
¿Y qué se está haciendo desde occidente? Mucho, a veces contradictorio, y no demasiado efectivo. El tratar de controlarles por la fuerza, evidentemente les ralentiza, pero no les frena (demasiados ejemplos hay en la historia reciente de fracasos a la hora de dominar un territorio por la vía de las armas, por muy avanzados y espectaculares que sean tus medios). Además se cuenta con el problema de no saber siquiera contra qué se lucha: los efectivos del ejército islámico se estiman en una horquilla que va desde los 25.000 soldados hasta los 35.000, es decir, con un margen de error de casi el 30%, sin contar con los efectivos quintacolumnistas preparados para golpear desde dentro casi en cualquier país del mundo. En cuanto a tratar de asfixiarles económicamente está resultando una tarea con más sombras que luces. La bajada de los precios del petróleo, auspiciada por Estados Unidos y la OPEP, es evidente que les hace daño, pero a costa de llevar al límite a países como Venezuela, Nigeria, Irán o Rusia, lo que los convierte en focos de futuros problemas y, en el caso de Nigeria, en campo de cultivo para otro grupo radical como Boko Haram. Además, su respuesta está clara: el coste en seguridad que los países occidentales han de realizar para frenar los posibles atentados de las células durmientes afines al estado islámico, Al Qaeda, o similares puede llegar a asfixiar a la maltrecha economía de algunos países, aún muy afectados por la crisis; con el doble objetivo de alentar el radicalismo de la población occidental, lo que haría que se polarizasen las posturas redundando en mayores beneficios en cuanto a recursos humanos del EI.