La Audiencia Nacional ha condenado este jueves a seis años de prisión al expresidente de Caja Madrid Miguel Blesa y a cuatro años y medio a su sucesor y presidente de Bankia Rodrigo Rato por los delitos continuados de apropiación indebida y administración desleal por el uso que hicieron con su tarjeta black.
23 febrero 2017
Ayer murió Kenneth Arrow, el economista más joven en recibir un premio Nobel (51) una persona tan influyente como desconocida para la mayoría.
Uno de sus trabajos más importantes es la paradoja que lleva su apellido y se centra en el paso de lo individual a lo social. Aplicable tanto para una empresa, en la que los accionistas son la parte individual, como en la sociedad en la que tenemos a los ciudadanos y a los gobernantes.
El teorema demuestra que hay límites importantes que impiden a los sistemas de gobierno incorporar en su toma de decisiones las preferencias de los ciudadanos de manera coherente y cumpliendo con algunas propiedades deseables. Lo chungo de este teorema (lo tenéis aquí en detalle) es que llega a la conclusión de que el único sistema capaz de cumplir todas las reglas (desde la teoría) es la dictadura. Bajo un sistema dictatorial, la sociedad delega todas sus decisiones a un solo individuo para que las tome como le parezca mejor. Ningún otro sistema de gobierno es capaz de cumplir con todas la propiedades deseables.
Ni a Arrow ni a nadie que haya estudiado su paradoja le gusta el resultado (así que posteriormente añadieron la regla de “Ausencia de dictador”) y más allá de ser un mero ejercicio teórico demuestra que no hay un sistema de gobierno perfecto ya que adoptar decisiones colectivas que beneficien a todos es imposible. No obstante, nosotros como ciudadanos debemos exigir que el sistema sea lo mejor posible.
Los que conocían a Arrow decían que era un tipo majete, en Sintetia hace dos años hicieron un par de artículos interesantes que los bordaron con tres lecciones sacadas de su experiencia.
Primera, que el mundo es más incierto de lo que mucha gente piensa y que ello nos obliga a extremar la prudencia: “en mi opinión, la mayoría de los individuos subestiman la incertidumbre del mundo… Nuestro conocimiento del funcionamiento de las cosas, en la sociedad o en la naturaleza, arrastra nubes de vaguedad… Al elaborar una política de amplias repercusiones sobre un individuo o una sociedad, hay que ser cautos, porque no podemos predecir las consecuencias”.
Segunda, que la incertidumbre debería llevarnos a veces a callarnos. “Hay que callar la boca” en todo aquello “de lo que no se puede hablar”, simplemente para evitar los disparates y el vacío: “La fragilidad de nuestro conocimiento tiene con frecuencia otra consecuencia: la expresión del disparate. En apariencia, gran parte de nuestra comunicación es portadora de significado, pero en realidad no ocurre así. No es en absoluto informativa. Naturalmente, el discurso cotidiano está plagado de declaraciones vacías”. De ahí que Arrow responda a veces a algunas de las preguntas que le plantean en las entrevistas diciendo que no tiene nada (interesante, fundamentado) que decir.
Tercera, que, aplicando su análisis, se aprende haciendo y, siguiendo su ejemplo, se vive aprendiendo, en un maravilloso círculo virtuoso (hacer-aprender-vivir-hacer…). Arrow se retiró (pasó a emérito) en 1991, a los 70 años, “como se requería entonces”, pero a la alturas de 2014 (93 años) sigue “haciendo” (artículos científicos y otras tareas urgentes) y, por lo tanto, sigue “aprendiendo” y, consecuentemente, sigue “viviendo” intensamente. Se le puede encontrar en los temas y problemas del cambio climático y de la sostenibilidad (en la equidad intergeneracional, en definitiva), y en los relacionados con la equidad internacional, a través de su destacada labor en el problema de la malaria, temas y problemas todos ellos a los que se sigue enfrentando con esa admirable y excepcional combinación de rigor y calor que le transmitieron Hotelling (el de su entrada en la economía) y Koopmans (el de su no salida de la misma).
Podría seguir hablando de él, pero siendo sincero más allá de su paradoja no conocía nada de su trabajo, así que siguiendo su consejo “Hay que callar la boca en aquello de lo que no se puede hablar“