Cualquier hipotecado entiende el concepto cuando se hipoteca: toma un dinero prestado sabiendo que eso le supondrá una merma de sus ingresos mensuales durante algunos años. Aun así, hace sus cálculos y cree que le merece la pena, sabe que lo pasará mal si pierde el trabajo, por ejemplo, pero confía en que no pasará o que al menos podrá vender la vivienda sin perder mucho dinero (o incluso ganándolo) caso de que no pueda afrontar los pagos de la hipoteca. En resumen, endeudarse es tomar un dinero del futuro que durante el futuro se devolverá y si eso no es posible, como es deuda para adquirir un activo, se pude intentar vender dicho activo. Si la deuda se adquiere para gastos (como unas vacaciones), entonces no hay activo que vender y si es para un proyecto de negocio, pues dependerá de éste si los hay o no. Hasta aquí los conceptos parecen claros pero ¿qué ocurre cuando el que se endeuda es un estado?
Cuando un gestor político decide usar la soberanía nacional para avalar un crédito emitiendo deuda hace lo mismo que cualquier persona que pide dinero prestado: disponer de un capital hoy que tendrá que devolver en el futuro. La gran diferencia es que la mayoría de gobiernos nunca devuelven las deudas, lo que hacen es emitir nuevas para pagar las anteriores, es decir, las refinancian. Esto provoca que un gobierno pueda gastar más de lo que ingresa indefinidamente mientras siga pudiendo encontrar compradores para sus emisiones de deuda. Rara vez el volumen de la deuda disminuye, lo que suele ocurrir es que a veces el ratio deuda/PIB baja porque el PIB crece más de lo que ha crecido la deuda. No es lo mismo deber 500 mil millones de € si tu PIB es de 1 billón de € (50%) que si es de 2 billones de € (25%). Con la crisis ocurrió todo lo contrario: bajó el PIB y aumentó la deuda porque se dispararon los déficit presupuestarios (se gastaba más de lo que se ingresaba por el aumento del gasto social y se ingresaba mucho menos por el parón de la actividad económica). Así pues, gobiernos de todo el mundo se encontraron con un grave problema: economías en recesión o con muy bajos crecimientos y deuda pública en máximos.
La solución a esa situación fue la política expansiva de los bancos centrales: inyectando liquidez al sector financiero primero y comprando directamente deuda pública después, no sólo consiguieron absorber todas las emisiones de deuda, además lo hicieron –gracias a sus programas pero también a unos tipos de interés ultrabajos- con el menor coste en intereses para los emisores de la historia. Todo esto suena muy bien pero incentiva a los políticos a no reducir la deuda. Como además son cargos que cada cuatro años pueden perder sus puestos, el largo plazo no suele ser su prioridad. Es mucho más fácil emitir deuda que subir impuestos o reducir gastos y dejar que sea el futuro el que lo pague o incluso la venta de activos (en España lo hemos visto con la privatización de AENA por ejemplo). Es lo que algunos llaman el “riesgo moral” y es evidente que existe y por eso no creo que haya ni un solo presidente de gobierno en la Eurozona que quiera que BCE suba los tipos de interés o deje de comprar deuda. Esto lo sabían cuando se creó el Tratado de Maastrich que estableció, para evitarlo, unas normas muy duras para los gobiernos: nunca superar el 3% de déficit, que nunca supere el 60% el ratio deuda/PIB… Nadie o casi nadie lo cumple, se nos ha ido totalmente de las manos y aparentemente no pasa nada, cada vez que se quiere imponer una sanción a algún país incumplidor se dan cuenta que es absurdo castigar con una multa a alguien que tiene problemas de dinero…
En la Eurozona unos países pueden presionar para que otros no abusen ya que comparten el mismo banco central pero en países con política monetaria propia la tentación de un exceso continuado es aún mayor. Entonces, ¿Qué se puede hacer, olvidar todo límite y dejar que los estados sigan gastando más de lo que ingresan, emitiendo más y más deuda y que los bancos centrales se ocupen? Evidentemente no pero como lo primero no hay forma de conseguirlo porque suelen ganar las elecciones aquellos que prometen más gasto, la única forma es poniendo un límite a la política monetaria. Antes o después, y con mucho cuidado para no provocar quiebras bancarias por doquier, los bancos centrales deberán dejar de actuar y reducir sus balances porque si su participación en lugar de en excepcional se convierte en habitual, el dinero dejará de tener el trasfondo real del que hablamos el otro día, será algo que se cree de la nada y dejará de tener valor y representar riqueza. Para mi el mayor problema ya no es la actual crisis, es que cuando llegue la siguiente, que no tardará (los EUA tuvieron una en 2000, la siguiente en 2008…), nos habremos quedado ya sin armas de política monetaria y con la necesidad de nuevo de emitir más deuda, ¿Cómo la afrontaremos entonces si hasta hemos gastado ya el cartucho de los tipos negativos?
Ni el estancamiento del crecimiento ni la caída del comercio mundial ni los problemas demográficos, ecológicos, energéticos, de productividad, de justicia social etc. que tiene nuestro sistema económico se van a resolver con política monetaria aunque los políticos -de derechas e izquierdas, populistas y tradicionales- y los cargos económicos nombrados por ellos abusen de ella porque es lo fácil. Multiplicar algo no crea riqueza si cada vez representa menos. La morfina enmascara el dolor pero no cura la enfermedad que se agravará tanto por la dependencia a la droga como por la falsa seguridad en nuestra salud al haber amortiguado los síntomas. Y sin embargo, hay quienes creen que todo lo hecho no es suficiente y quieren más, quieren el helicopter money. De él hablaremos próximamente.