Independientemente de quien gane las próximas elecciones, y de quien gobierne tras los previsibles pactos, los problemas que se encuentre el próximo ejecutivo no serán precisamente pequeños. De hecho, en muchos aspectos quizás la situación sea peor, objetivamente hablando, que hace cuatro años, aunque nuestra percepción de los mismos haya mejorado, en buena parte gracias a la labor de maquillaje y márquetin del actual ejecutivo.
Pero toda esa herencia, todos esos problemas, se concentran principalmente en dos: por un lado, la degradación política, económica, social y moral a la que hemos llegado tras 30 años de bipartidismo que ha dado lugar a una desmedida concentración de poder económico en manos de unos cuantos. Este puñado de elegidos han sido capaces, a lo largo de este periodo, de ir acumulando prebendas políticas y sociales al hilo de su propio crecimiento económico, consiguiendo la creación de una red de intereses en los que vale más la red de contactos que el someterse a las reglas que deberían regir los mercados y saltándose los controles del sistema a golpe de “ser amigo de” o a cambio de favores de toda índole. Por otro lado, y quizás como consecuencia de lo anterior, el segundo problema es igual o peor de grave, nuestra economía está dando síntomas de que no es capaz de crear empleo, o redistribuir la renta, o de garantizar un futuro de una buena parte de la población: aquellos trabajadores en paro o con un empleo precario difícilmente podrán salir del riesgo de exclusión ni ahora ni nunca, teniendo en cuenta además que con toda seguridad las pensiones futuras van a ver disminuida su capacidad adquisitiva de tal modo que si ahora son pobres, a la vejez serán miserables.
Así, el panorama que se cierne sobre el futuro inquilino de la Moncloa no es nada halagüeño y puede estructurarse sobre los siguientes puntos calientes:
- Empleo. Con Rajoy se han creado un millón de puestos de trabajo en los dos últimos años, con lo cual Rajoy termina la legislatura con una cifra de parados inferior a la que encontró cuando llegó: 4,3 millones frente a 4,8. Sin embargo, la precarización del empleo es tal que hay medio millón de empleados con contrato indefinido menos que hace cuatro años. Igualmente, el salario medio ha disminuido, lo que ha convertido a los “mileuristas” casi en privilegiados del mercado laboral, situándonos a niveles del 2007. Por último, la retirada de la prestación a 0,7 millones de desempleados ha empujado a los mismos a subsistir como sea, en su mayor medida dentro de la economía sumergida.
- Corrupción. Ya no son los Bárcenas, ni Gürtel, ni los Eres, ni ninguna de las muchas causas abiertas en todos los estamentos políticos de la sociedad. No son las puertas giratorias, ni siquiera el despilfarro de recursos en proyectos inútiles o malogrados. Es de la corrupción endémica metida en el mismo sistema. Se habla de que la licitación de obras públicas tengan más de reuniones privadas y de paquetes sospechosos que de público y transparente. Se habla de que bajo el lema de “siempre se ha hecho así” o el de “esto es lo que hay” la corrupción y el amiguismo se ha introducido en el sistema económico y social de modo que hasta su denuncia y lucha contra ella está llena de trabas. Tribunales que deberían vigilar que la competencia fuera libre y efectiva miran hacia otro lado por falta de medios o porque sus miembros carecen de independencia. Inspectores que realizan informes que señalan irregularidades y que acaban durmiendo en despachos de cargos políticos más al servicio de las empresas investigadas que a su función pública, etc.. En definitiva, un complicado panorama para un Gobierno que de verdad quisiera romper con esa dinámica.
- Déficit público. Partiendo del hecho de que los presupuestos del 2016 deberán ser posiblemente rehechos para convencer a Bruselas de que podremos cumplir con el objetivo de déficit, lo verdaderamente peliagudo es que para el 2020 (es decir, casi mañana) el nivel de endeudamiento no podrá ser mayor del 60% del PIB. O sea, habrá que disminuirlo casi 40 puntos para cumplir con la Ley de Estabilidad Presupuestaria en cuatro años. Teniendo en cuenta que a lo largo de esta legislatura la deuda pública ha aumentado 35 puntos porcentuales el objetivo parece poco menos que inalcanzable.
- Pensiones. Rajoy ha hecho uso de 32.000 millones de euros de la hucha heredada de las pensiones. A pesar de las reformas de pensiones aprobadas en los últimos años, que han supuesto la congelación de facto de las mismas, el crecimiento del gasto en pensiones sigue superando al incremento de los ingresos por cotizaciones sociales. En 2015, con creación de empleo, los ingresos crecen 1% y los gastos con las pensiones congeladas un 3%.
Por todo ello, no son pocos los que opinan que todos los indicadores económicos están peor que en 2011. Hay menos empleo, se pagan 40.000 millones menos en unos salarios devaluados, hay 700.000 parados más que han perdido la prestación y son pobres, los impuestos son más altos, los recortes nos han llevado a tener peor educación, peor sanidad, menos ayudas para los discapacitados, menos becas, menos gasto en I+D+i y un gran agujero en el sistema de pensiones públicas. A cambio tenemos 300.000 millones de euros más de deuda pública que hace cuatro años y una banca rescatada y saneada. Y aun así la verdad sigue dando la razón a Winston Churchill cuando decía que “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”.