Hace ya 100 años de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1916) y en algunos países de Europa aprovechan este centenario para realizar algunos actos conmemorativos y recordar aquella barbarie, en España la tenemos muy olvidada a pesar de las enormes implicaciones que para nuestro país tuvo tal evento pese a nuestra neutralidad
A principios del siglo pasado, España, lejos de ser la potencia que había sido, dirigiendo los designios de medio mundo, se encontraba en una complicada situación. Tras haber perdido sus últimos territorios de ultramar y con ellos buena parte de su flota y casi todo lo que le quedaba de prestigio, se enfrentaba en Marruecos a una guerra incesante y en su propia casa al ascenso de los movimientos obreros cada vez más radicales.
Es por eso que nunca le fue requerida a nuestro país la adhesión a su causa por parte de ningún bando. Con un ejército que se encontraba anticuado, casi sin armada naval, y con el problema de Marruecos que desembocaron en crisis y huelgas como la Semana Trágica en 1909, España era un Estado de segundo rango, que carecía de la potencia económica y militar suficiente como para presentarse como un aliado deseable a cualquiera de las grandes potencias europeas en conflicto. Por eso ninguno de los países beligerantes protestó por la neutralidad española. Fue simplemente tenida como una declaración de impotencia, puesto que se basaba simplemente en que España carecía de los medios militares necesarios para afrontar una guerra moderna, independientemente del bando elegido, que con los dos se coqueteó.
La vinculación mediterránea de nuestro país y sus intereses en Marruecos ponían en contacto a la política exterior española con las de Inglaterra y Francia; por eso, las relaciones con estos dos países fueron más frecuentes y estrechas, aunque no siempre sus intereses coincidían con los españoles. La diplomacia franco-británica centró su objetivo ante el conflicto en evitar que España entrara en el área de influencia alemana. Por su parte, Alemania utilizó el acercamiento a España para atemorizar o dividir a sus adversarios.
En cuanto al impacto económico, se podría afirmar que el conflicto bélico tuvo una entidad y trascendencia capitales para el desarrollo del capitalismo español. Un verdadero rio de oro llegó a las arcas de los industriales y comerciantes españoles. El comercio exterior creció a un ritmo desconocido hasta entonces. De hecho, si en los años de la preguerra nuestra balanza comercial tenía un saldo negativo de entre 100 y 200 millones de pesetas, con el estallido bélico pasó a ser de unos 200 a 500 millones de saldo positivo. La razón era sencillamente que una serie de productos de exportación habían experimentado una gran demanda en el mercado extranjero y otros que hasta ahora no habían tenido más que un mercado nacional, debido a las circunstancias especiales de la guerra, resultaron rentables para otras naciones.
El ejemplo más claro estuvo en la minería asturiana del carbón y en el hierro vasco. En el primer caso, pasamos de un carbón que por sus difíciles condiciones de explotación se hallaba en desventaja frente a otros carbones europeos, a un producto que aumentó su producción entre un 10 y un 20% anual durante los años de conflicto. Así, las explotaciones mineras del carbón pasaron de 17.000 empleados a más de 40.000 en los cuatro años de guerra. En el caso del hierro vasco multiplicó por 14 su cifra de negocio.
Otro sector que creció exponencialmente fue en del transporte marítimo. El aumento de la demanda mundial y las dificultades provocadas por el bloqueo submarino alemán tuvieron como consecuencia una inmejorable situación para las navieras. Entre 1918 y 1920 se crearon 56 nuevas empresas de este tipo y los precios de los transportes marítimos habían crecido tanto que los dividendos de algunas de esas empresas llegaron a ser del orden del 500%. Esta situación se mantuvo incluso cuando Alemania declaró en 1917 la guerra submarina total y, en su afán por ahogar la economía inglesa, comenzó a hundir cualquier embarcación, fuese de la bandera que fuese, que comerciase con los ingleses. Esto dio lugar a esperpentos como el de tener que lamentar hundimientos de cargueros españoles (hasta el 25% de la flota mercante española) al tiempo que se daba permiso para reparar y luego zarpar a un submarino alemán en el puerto de Cádiz.
Otros sectores crecieron quizá menos espectacularmente, pero su avance se mantuvo más tiempo, como la industria textil catalana o el sector bancario. En términos generales puede afirmarse que toda la actividad económica española se vio muy estimulada por la Primera Guerra Mundial. Y así, empresarios y financieros obtuvieron pingües ganancias con sus negocios (el número de bancos se duplicó en estos años), pero no ocurrió lo mismo para los trabajadores. La inflación de los productos de primera necesidad, así como el desigual reparto de la riqueza y de las cargas tributarias –en un Estado aún clientelista y caciquil– provocaron las airadas denuncias de los sindicatos de clase y las asociaciones obreras.
Todo este “milagro” económico se evaporó poco después de terminar la guerra. El fin de las condiciones excepcionales supuso el fin de la gallina de los huevos de oro, y comenzó un nuevo drama para España. Las exportaciones cayeron un 39% y seis mil empresas echaron el cierre. La crisis de sobreproducción trajo consigo, además, un fuerte desempleo industrial y la lucha obrera se recrudeció. Además, se tuvo que luchar contra la mala prensa del letal virus de la gripe, que en la primavera de 1918 mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo, más de 300.000 personas solo en nuestro país. Una enfermedad que no se originó en España (el primer caso fue en Estados Unidos), pero como país pobre, secundario y encima neutral, tuvo que cargar con la mala prensa.