La profunda y prolongada crisis que hemos sufrido y cuyas secuelas aún arrastraremos largo tiempo, ha transformado de forma brutal la sociedad española, cuyas transformaciones han sido las siguientes:
- Se ha fortalecido un selecto segmento de población activa muy enriquecida que incluso ha mejorado su posición en los años de la crisis.
- Ha supuesto un varapalo para las clases medias, un colectivo de familias con activos, que conservaron los bienes y un trabajo suficiente como para mantener una vida digna, aunque a un nivel de vida menor del que tuvieron.
- Una capa de población no activa (esencialmente mayores) cuyas pensiones se han mantenido en unos valores que han creado el espejismo de mejorar su posición relativa en cuanto a mediana de renta gracias al escenario de precios a la baja por el que atravesamos.
- Una ingente cantidad de ciudadanos activos (buena parte de ellos jóvenes y excelentemente preparados y personas entre 40 y 65 años con escasa formación) expulsados de la vida laboral y de la vida financiera cuyos proyectos vitales se han truncado. Con el agravante de que no se aprecia ningún mecanismo social inmediato para una buena parte de esos ciudadanos en esta situación.
Con lo cual se aprecia una polarización de la sociedad, con unos ricos cada vez más ricos y alejados de la realidad que atraviesa el resto de la sociedad, de la cual una ingente cantidad de familias se halla en situación de precariedad, cuando no de emergencia social. Además, cabe la duda de si esta estructura no sea algo coyuntural, fruto de una situación adversa que se superará con la recuperación, peldaño a peldaño, con cada punto de crecimiento del PIB. Sino que sea, si persisten las políticas actuales, una situación en la que se perpetuará la sociedad española en los próximos años y en las próximas décadas. De hecho es posible que los incrementos del PIB reduzcan gradualmente los actuales niveles de empobrecimiento, pero cientos de miles de personas y familias seguirán instaladas en la pobreza, con grandes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas.
La persistencia de este importante núcleo de empobrecimiento incrementará los riesgos derivados de la exclusión social, ya que el paso de la pobreza a la exclusión es una de las principales amenazas que se ciernen sobre la sociedad española. Además, es difícil pronosticar sus consecuencias, ya que interaccionarán con otros muchos factores, en un entorno de complejidad. Pueden ir desde la desafección pura y dura, hasta las expresiones de conflictividad –xenofobia, racismo…- o el incremento de la delincuencia. Pero sin duda sus consecuencias alcanzaran al conjunto de la sociedad, y serán difíciles de erradicar.
El empleo precario y los bajos salarios hacen que un importantísimo sector de la sociedad, casi el 50% de la misma, viva en situaciones de precariedad, es decir, en el riesgo de caer en la pobreza y la exclusión, ya no sólo por la pérdida del empleo de la propia persona o de otros miembros del entorno familiar, sino también por la aparición del fenómeno del “trabajador pobre”, por el cual los salarios obtenidos por el trabajo no bastan para rescatar a la familia del riesgo de pobreza. Siendo este un importante factor de polarización de la sociedad, ya que el hecho de que una parte tan importante de la población se vea amenazada permanentemente por el riesgo de caer en la pobreza será la mayor garantía de que surjan y se consoliden actitudes conservadoras, ya que las mismas surgen y se consolidan con el miedo.
Las medidas para mejorar este panorama ya no sólo pasan sólo por salir de la crisis mejorando las magnitudes macroeconómicas, sino que también es precisa una reestructuración política que permita una mejora de las oportunidades para los segmentos más castigados por la pobreza. Esto significa una profunda reestructuración en los siguientes frentes:
- En un entorno laboral precario, con elevados niveles de paro, empleos de poca calidad, falta de estabilidad en el empleo, escasa protección al desempleo y bajos salarios, con el agravante de unas organizaciones sindicales desautorizadas y golpeadas por el fantasma de la corrupción, resulta extremadamente difícil hablar de mejoras salariales; sobre todo si en los gestores económicos está impresa la idea de que la mejora de la competitividad de una economía pasa por el requisito de unos salarios bajos.
- La fiscalidad débil y regresiva, con trato privilegiado para las grandes fortunas mediante desgravaciones e incentivos, hace posible que paguen impuestos muy por debajo de lo que deberían, por lo que la carga fiscal recae sobre las clases medias y bajas, aquellas que no pueden implementar mecanismos que les permita, desde mejoras fiscales a través de la participación en SICAV o sociedades patrimoniales, hasta poder un día salir en prensa debido a su presencia en listados de paraísos fiscales. Esta es una situación muy difícil de corregir si no es en un contexto internacional que evite la competencia entre países para atraer el capital con escandalosas ofertas de mejor trato a las grandes fortunas y a las multinacionales.
- Se ha procedido a un sistemático adelgazamiento de las políticas sociales lo que supone el abandono de las políticas redistributivas y de igualdad, mediante la demolición de los sistemas públicos de protección social: Sanidad, Educación, Garantía de Ingresos, Servicios Sociales.
Como nota final, no deja de ser paradójico que al tiempo que se limiten las partidas sociales gracias a la política de austeridad, las organizaciones no gubernamentales multipliquen sus esfuerzos intentando paliar la retirada de las políticas sociales inherentes al estado del bienestar con la beneficencia y la caridad más propias de tiempos anteriores.