¿Reformar y no comprar?

No tenemos que retroceder mucho en el tiempo, tan solo ocho o diez años, para encontrar un panorama en el que comprar una vivienda no solo resultaba mucho más sencillo, también mucho más apetecible, a priori, por un proceso de revalorización de los precios que parecía constante y, por entonces, tampoco parecía tener fin.

Sin embargo, es evidente, todo aquello ha cambiado y no parece posible que panoramas como aquel se vuelvan a dar, ya que los procesos de reajuste, cuando acaben equilibrando el mercado, no parece que vayan a permitir tasas de crecimiento (ni en construcción ni en precios) siquiera similares.

En esta situación, algo que antes era plausible, y a lo que las economías domesticas se animaban, como es el cambio de vivienda, se torna una tarea casi imposible y deja paso a otras opciones, como los procesos de reforma de las viviendas.

De hecho, si nos fijamos en los propios planes institucionales, la reforma cobra un peso que, si bien antes ya tenía en algunos casos a través de las subvenciones, ahora con un enorme parque de viviendas inmovilizadas y envejeciendo, con un frenazo a la construcción de calibre mayor y el grifo del crédito cerrado, se convierte en una opción más que evidente para quienes adquieren nuevas necesidades en sus hogares.

Habrá que esperar desde luego a la evolución del plan de vivienda 2013-2016 para ver si toman cuerpo las vías en forma de subvenciones o ayudas a la reforma, pero, probablemente, bien a través de cuestiones como la eficiencia energética, resulte hoy en día tan viable o más acceder a futuras ayudas a la reforma que al proceso de venta de una vivienda y adquisición, posteriormente de otra, máxime cuando, como ya sabemos, las viviendas en nuestro país, simplemente, no se venden aún.

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