Se trata de una clase de fondos que se distingue, no por la estructura de su cartera, sino por la gestión que llevan a cabo las gestoras emisoras del producto. En este caso, la activa se refiere a que los gestores del modelo pueden variar su composición en función de las condiciones que vayan marcando los distintos mercados. Mientras que por otro lado, la finalidad que busca esta estrategia en la inversión es batir el rendimiento de su índice de referencia. A diferencia de la gestión pasiva que se encarga de replicar a los activos financieros.
Para conseguir los objetivos serán sus administradores los que tengan que revisar de forma regular, tanto sus estrategias como sus expectativas en los mercados, para mejorar la rentabilidad del fondo de inversión. Pero sin garantizarse que este planteamiento pueda culminarse con éxito. Éste es un hecho que ha propiciado que algunos inversores sean favorables a estos diseños al representar una fórmula para rentabilizar de una manera más óptima sus ahorros.
Una de las ventajas más importantes de este procedimiento radica en que puede ser ventajoso en los escenarios alcistas en la renta variable y fija. Mientras que por el contrario, suelen conllevar unas comisiones algo exigentes que sirven en algunos casos como freno para su contratación. De la misma manera que se trata de un modelo que se rige bajo una mayor flexibilidad y está recomendada para los perfiles de inversores más agresivos por el diferencial al alza que ofrecerá a sus partícipes.
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