Este
documento "retrata" la evolución de la economía española desde Abril del 2004. Fuente.- Factset.
Este es el extracto desde
Junio del 2008.
Nos hemos saltado el desaliento y la capitulación.
El fin del comienzo de la crisis de activos tóxicos propagada por las hipotecas `subprime' se produjo cuando la Reserva Federal (FED)
obligó a JPMorgan a hacerse con Bear Stearns. Aquel hecho marcó un punto de inflexión al mercado bajista porque muchos
inversores quisieron ver que las autoridades no consentirían que las entidades financieras se desangraran por la calle y que siempre
habría quien las recogiera.
El comienzo del fin responde a que son ya las entidades privadas a título particular las que están comenzando a ver oportunidades
en los malheridos de la guerra por la falta de liquidez. El comienzo del fin se pudo fechar en el momento en el que son las entidades
privadas las que comienzan a recoger a los malheridos. Éste es el caso del fondo de capital riesgo estadounidense TPG el que estuvo
interesado en Iberia que está semana se ha hecho con una importante participación en el británico Bradford&Bingley, lo que
demuestra que los cazadores de gangas merodean el parqué.
En éste, los inversores se han metido en un bucle que les tiene encerrados entre que lo peor de la crisis en el mercado ya lo hemos
visto y que todavía queda mucho para saber si salimos de ella en forma de V, W o como algunos dicen, en forma de logo de Nike,
con una larga y prolongada cuesta arriba. Pero aunque se hable de que hemos entrado en el comienzo del fin, la cosa no está del
todo clara...
En los parqués no sólo importan las cotizaciones, los ratios o los gráficos. Existe otro elemento mucho menos objetivo que también
desempeña una relevancia determinante en la marcha de los precios: el ánimo de los inversores, un factor trascendental y...
cambiante. Al fin y al cabo, para poder funcionar los mercados bursátiles deben ser alimentados con dinero, un combustible que
introducen los inversores con sus decisiones de compraventa. Esta realidad perpetúa la presencia en los parqués de un elemento
que no se puede dominar. Que no se puede cuantificar numéricamente. Que está pero no se ve: el comportamiento humano. Y esta
variable, en un mundo gobernado por las cifras, los ratios y los gráficos, es decir, por elementos objetivos, introduce el halo de
incertidumbre que convierte a la bolsa en algo impredecible.
En renta variable. "Hay algo que no podemos modelar apropiadamente, y es el carácter innato de la naturaleza humana", ha llegado
a afirmar el ex presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan. En los últimos meses, el ánimo de los inversores ha
protagonizado un vuelco espectacular. Hace un año, cabalgaban alegres a los lomos de la tendencia alcista que había comenzado
en marzo de 2003. Hasta que la crisis se cruzó en su camino en pleno verano. En ese momento, la otrora abundante confianza se
evaporó, dando paso al recital de altibajos que desde entonces se viene imponiendo en las plazas financieras.
El cambio de escenario ha resultado tan brusco que la gestora de fondos estadounidense Fidelity ha elaborado un diagrama en el
que establece la evolución habitual que suele protagonizar el estado de ánimo de los inversores. Del cielo... al infierno El proceso
comienza y termina en la misma estación: el optimismo. Desde él, emprende un camino que consta de tres pasos: excitación,
emoción y, finalmente, euforia. Cuando eso ocurre, cuando se alcanza el último estado, la misma gestora reconoce que se ha
llegado al "punto de máximo riesgo financiero". Lo que es lo mismo: los precios han tocado su techo y los descensos esperan a la
vuelta de la esquina. En ese punto, la cautela hace tiempo que quedó atrás. Como escribió Charles P. Kindleberger en su obra
Manías, pánicos y cracs, "la racionalidad (que se supone al mercado) es, por tanto, una hipótesis a priori más que una descripción del
mundo real". Ese tránsito desde el optimismo hasta la euforia fue el que los inversores atravesaron entre la primavera de 2003 y la
primera mitad de 2007. Es decir, hasta que estalló la crisis.
A partir de julio, el proceso se invirtió. Y comenzaron las dudas. O como establecen en Fidelity, la progresiva marcha por la ansiedad,
la negación de la evidencia y el miedo. Éste se palpó ya en agosto y a partir de entonces no dejó de crecer. "El miedo es un motor, de
hecho es el que está mandando ahora, y es más potente que la euforia", aseguró el 6 de septiembre Greenspan. Los hechos
confirmaron su impresión, porque a partir de octubre los inversores incrementaron su pesimismo: el miedo dio paso a la
desesperación y ésta, al pánico.
Fueron los sentimientos que mandaron entre finales de 2007 y los dos primeros meses de 2008. Los que provocaron que, por
ejemplo, el Ibex 35, el índice de referencia de los mercados españoles, se desplomara un 23 por ciento entre comienzos de
noviembre y finales de enero. Los inversores llegaron a recobrar la `esperanza' sin pasar por el `desaliento': ¿retrocederán a ese
estado? ¡El salto era sorprendente! Y es que pasó lo impensable. Habitualmente, al pánico le sigue la capitulación y después viene el
desaliento, que equivale, según la gestora estadounidense, al punto de mayor desánimo.
Vamos, más bajo no se puede caer. Y precisamente por eso constituye "el punto de máxima oportunidad financiera". Muchos, por
tanto, esperaban con el dinero entre los dientes a que el desaliento emergiera. Pero no lo hizo. "Los inversores han pasado a la
esperanza sin pasar casi por la capitulación y saltándose el desaliento", reconoce Joff Hochman, director de estrategia de renta
variable de Fidelity. Dicha mejoría se apoyó en el plan rescate del banco Bear Stearns por parte de la Fed, así como en otras medidas
activadas por la institución para reforzar la liquidez del sistema financiero norteamericano.
Y es que los inversores son conscientes de que lo que se les puede venir encima es la indeseada estanflación. Su nombre técnico
con el que se conoce es cohabitación del estancamiento y la inflación, una combinación que asusta sólo con citarla. En estos días
se recuerda que la economía norteamericana, aún sin recuperarse por completo de la crisis del petróleo de 1973, sufrió un
segundo azote petrolífero seis años después, lo que complicó el panorama sobremanera. De forma inaudita, el crecimiento se
detuvo, sin que eso frenara la subida de los precios. Fue entonces cuando cobró fama un concepto que ahora, casi 30 años
después, vuelve a acaparar la atención: estanflación. Este término que es una traducción literal del inglés stagflation y que aún
hoy no está aceptado en castellano por la RAE debe su nombre precisamente a la combinación de ambos elementos.