El 1ro de enero quedará legalizado el consumo de marihuana con fines recreativos en California, creando probablemente el mercado de marihuana legal más grande del mundo. La marihuana con fines medicinales es legal desde hace dos décadas.
Pero este naciente mercado, que se cree moverá 7.000 millones de dólares, tiene una falla que puede ser letal: Buena parte de la gente dedicada a esa actividad no puede usar bancos, porque esas instituciones no se arriesgan a hacer negocios con empresas de un rubro que ha sido legalizado en varios estados pero sigue siendo ilegal a nivel federal.
Es así que mientras que el negocio de zapatillas pegado al de Kiloh en el Ventura Boulevard puede enviar un cheque desde una laptop a las autoridades fiscales para pagar sus impuestos, Kiloh tiene que recorrer 24 kilómetros (15 millas) por una autopista todos los meses, hasta el centro de Los Ángeles.
California es el estado que más marihuana legal produce y espera recibir más de mil millones de dólares anuales en impuestos a corto plazo. Tan solo en Los Ángeles, que cuenta hoy con entre 1.000 y 1700 dispensarios de marihuana medicinal, de los cuales solo 200 pagaron impuestos municipales el año pasado, se calcula que se recaudarían 50 millones el año que viene.
Pero no será fácil procesar y seguirle la pista a ese dinero. Al no haber recibos de bancos, le costará bastante a los reguladores rastrear esos fondos y determinar de dónde proceden. Y los que hacen las cosas legalmente estarán en desventaja respecto a los que no pagan impuestos.
Sin los bancos, “todos pierden”, dijo Nicole Howell Neubert, abogada especializada en la industria de la marihuana.
Kiloh, un hombre de 40 años con cabellos grises estilo mohawk y graduado en economía, dice que lleva 15 años cultivando y vendiendo marihuana. Es socio y gerente de un dispensario de San Francisco y propietario de otro en Los Ángeles.
Al no poder llevar el dinero a los bancos, Kiloh lo guarda en su negocio. Bien escondido. Pasando una puerta con cerradura, se llega a un espacio como el de un armario que tiene dos bóvedas de hierro, a la altura de la cabeza. Las paredes a su alrededor están reforzadas con acero.
Hay además más de 50 cámaras que captan lo que sucede en todos los rincones del negocio y sus alrededores. Y un guardia recibe a la gente en la entrada del local de ventas.
El negocio ofrece 700 productos, desde capullos fragantes y cigarrillos perfectamente enrollados hasta lápices labiales con sabor a cannabis. En un día típico ingresan unos 15.000 dólares.
Para Kiloh, el dinero en efectivo representa un dolor de cabeza. Todos los días tiene que contarlo varias veces para evitar errores. Cobra en efectivo, paga a proveedores en efectivo y también paga en contante y sonante los impuestos municipales y estatales.
“Ahora todo el mundo paga a través de su teléfono celular, es duro depender de este sistema arcaico”, señaló.
Con todo ese dinero en efectivo --el año pasado tuvo ingresos brutos del orden de los 4 millones de dólares--, los robos son una preocupación constante. Pese a estar en una transitada arteria, ya lo asaltaron dos veces. En una de ellas los ladrones ingresaron a través del techo.
La policía de Los Ángeles no respondió de inmediato a un pedido de estadísticas de robos a dispensarios de marihuana. De todos modos, se cree que muchos no son denunciados pues los comerciantes prefieren no tener que lidiar con la policía.
Kiloh trata de no tener una rutina fija. Llega y se va del negocio a distintas horas y a través de diferentes puertas. Está pendiente de los autos estacionados en las inmediaciones del local.
Una vez al mes hace citas para entregar su pago de impuestos al Departamento Municipal de Finanzas, que se queda con el 6% de los ingresos brutos. Saben que viene y están preparados, ya que ellos también se exponen a ciertos riesgos. En alguna ocasión llegó alguien con 300.000 dólares en efectivo.
Él y algunos colaboradores cuentan el dinero en un cuarto trasero sin ventanas y lo acomodan en una caja de cartón, la cual es colocada luego en un bolso que va al baúl del auto.
Desde el momento que sale de local está pendiente de todo lo que sucede a su alrededor.
“Veo por el espejo retrovisor cientos de veces, mucho más que en un viaje normal, tratando de asegurarme de que nadie me sigue”, dijo Kiloh.
Fue durante un viaje a la Municipalidad a fines de junio que notó que tenía pegado un Chevy sospechoso. Lo observó detenidamente. Lo manejaba un hombre de unos 40 o 50 años, con anteojos.
Al final de cuentas el Chevy desapareció, pero no las preocupaciones de Kiloh.
Al salir de la autopista, trató de ingresar a una playa de estacionamiento cerca de la Municipalidad, pero no lo recibieron, por lo que tuvo que estacionar más lejos.
Fue a parar a un garaje y estacionó cerca de una escalera. Tomó el bolso y se puso en marcha.
“Trato de no quedar en sitios cerrados, como un ascensor. Prefiero usar las escaleras, que, además, tienen cámaras”, manifestó.
Salió por una plaza soleada, llena de gente. Bolso al hombro, se dirigió al edificio municipal.
“Es duro cuando notas que alguien te está mirando”, comentó. “Siempre te preguntas si sabrán algo”.
Se sintió más tranquilo cuando vio que había un policía cerca.
Finalmente llegó a destino, a una oficina que ya conoce de memoria. Salió 20 minutos después, sin el dinero, con sus impuestos al día, y respiró hondo.
“Te sientes aliviado”, dijo. “Ya no tienes que mirar de reojo”.