Hilo de discusiones ideológicas de economía

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Nunca como en nuestro tiempo han existido fuerzas tan poderosas contra el ahorro. De hecho, como ya viene alertando el Fondo Monetario Internacional (FMI) desde 2018, nunca el mundo ha estado tan endeudado. El planeta debería destinar todo lo que produce durante dos años y diez meses para pagar su abultada deuda, pública y privada. Esta deuda llegó a 250 billones de dólares en la primera mitad de 2019, el 287% del PIB mundial, según el Instituto Internacional de Finanzas.

Los tipos de interés negativos de los bancos centrales son un factor que favorece el endeudamiento. Si el ahorro no tiene recompensa, lo lógico es endeudarse. Y todo el mundo parece feliz rebozándose en el chapapote del dinero gratis.

Por eso, la decisión del Banco de Suecia de esta semana de llevar, a partir del 8 de enero, sus tipos de interés a 0% desde el -0,25% es muy significativa, porque es el primer banco central que intenta volver a la política monetaria convencional. Con ello se pone fin a cinco años de experimentación con los tipos negativos en ese país.

El anuncio del consejo ejecutivo del banco central, que contó con dos votos disidentes de sus seis miembros, no estuvo exento de un cierto juicio moral sobre los tipos negativos: «Los tipos de interés negativos y las compras de bonos gubernamentales han funcionado bien y han tenido un impacto positivo sobre la economía. Pero si son percibidos como un estado permanente, el comportamiento de los agentes económicos puede cambiar y los efectos negativos pueden surgir».

Desde hace años vienen estudiándose los efectos de los tipos negativos. Los estudios sobre la manera en que afectan a los canales de la política monetaria, a la sostenibilidad del sector bancario, y al endeudamiento y el ahorro de las familias son ambivalentes, dependen mucho de las circunstancias concretas de cada país.

Sin embargo, el Banco de Suecia se enfrenta a la quinta sociedad más endeudada de Europa (las familias deben el 88,1% del PIB) y eso ha movido a la entidad a actuar en el sentido que lo ha hecho. «Los hogares suecos están muy endeudados y, por lo tanto, son sensibles a las condiciones económicas cambiantes», dice el comunicado.

Es llamativo que las familias más endeudadas de Europa están en países con un estado de bienestar desarrollado, con grandes garantías sociales y un elevado nivel de vida. A la cabeza europea y mundial está Suiza (130,9% del PIB), seguida de Dinamarca (114,9%), Noruega (101,7%), Países Bajos (101,6%) y después Suecia. España ocupa el duodécimo puesto en Europa con un 58,6% del PIB, por detrás de Francia (60,6%), según datos recopilado por Tradingeconomics.com.

A varios economistas les ha llamado la atención la baja propensión al ahorro de los países nórdicos –no así de los germánicos– que atribuyen al colchón de seguridad que supone su Estado de Bienestar.

Además de los tipos de interés negativos y de la existencia de redes estatales de seguridad, ahora han surgido argumentos, esta vez ideológicos, planteados por Thomas Piketty con sus críticas a la acumulación capitalista (precisamente el ahorro es una forma de acumulación). El economista francés critica las ganancias excesivas de ciertos emprendedores. Le molesta que reciban cientos o miles de millones y cree que deberían conformarse con un millón o una decena de millones.

¿Cuál será el efecto sobre el emprendimiento y la gestión si se pone límite a la ambición? Piketty desprecia ese efecto. Ni se lo ha planteado y menos calculado Al tiempo ofrece herencias de 120.000 euros para todo el mundo. ¿Avanzamos hacia un mundo sin ahorro?

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Últimamente se está trasladando la idea de que el mundo camina hacia un incremento acelerado de la desigualdad y que ésta está saliendo de madre. Hay muchos datos e investigaciones que así lo justifican. Hasta aquí, nada que decir. Ahora bien, en paralelo, también se está imponiendo la idea de que la desigualdad, en sí misma, es mala y que hay que luchar contra ella. Que hay que caminar hacia una economía, y por lo tanto una sociedad, más igualitaria. Este discurso, que también cala en muchos ambientes académicos del ámbito social, es preocupante, poco preciso y, incluso, peligroso. Todavía me sorprende más que muchos de mis colegas economistas no sólo no digan nada en contra de esta moda, sino que el encajen sin más dilación. Protesto enérgicamente contra esta visión tan simplista de la desigualdad.

Y, para ello, utilizaré argumentos de la economía y un ejemplo reciente, muy empleado en esta última campaña electoral: en España tres personas -la familia Ortega, Amancio y su hija Sandra (Inditex), y Joan Roig (Mercadona ) - tienen más dinero que el 30% de la población española, equivalente al conjunto de la población de Cataluña y Madrid. Dicen las crónicas que esto no puede ser y que directamente hay que evitarlo. El argumento llama bastante la atención: es intolerable que tres personas tengan más dinero (renta y riqueza) que casi 13 millones de personas. Pero, es todo tan fácil como esto? ¿Qué dice la economía? Vamos?

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Primera tesis:antes de que buena o mala, la desigualdad es necesaria. Uno de los procesos básicos, por no decir el proceso básico, de la actividad económica es la actividad de producción. Para que haya actividad de producción hay un paso previo: la inversión. Y, a través del flujo inversión-financiación, las empresas, nuevas o ya creadas, desarrollan ideas y proyectos de negocio. En términos más económicos, el proceso de acumulación de capital se basa en la desigualdad de rentas, necesaria para hacer la inversión directa o para obtener financiación. Sin desigualdad de rentas no hay capacidad de inversión y, por tanto, tampoco hay actividad económica. El mismo argumento también vale para el resto de capitales no físicos, como los capitales emprendedor, directivo, tecnológico, humano, organizativo y social, entre otros. Para que una iniciativa de negocio funcione las desigualdades de capitales son imprescindibles. Se imaginan una empresa donde todos sus socios capitalistas tuvieran el mismo capital físico? Y donde todos sus directivos y trabajadores tuvieran los mismos capitales no físicos, es decir las mismas competencias de negocio y trabajo? A partir de qué criterios se produciría la especialización y la división de funciones? Como se generaría el valor? Alguien conoce o sabe de una empresa o de una organización como ésta? es decir las mismas competencias de negocio y trabajo? A partir de qué criterios se produciría la especialización y la división de funciones? Como se generaría el valor? Alguien conoce o sabe de una empresa o de una organización como ésta? es decir las mismas competencias de negocio y trabajo? A partir de qué criterios se produciría la especialización y la división de funciones? Como se generaría el valor? Alguien conoce o sabe de una empresa o de una organización como ésta?

Segunda tesis:el problema no es la desigualdad, es la intensidad de la desigualdad. Espero que ya haya quedado claro que el problema no es nunca la desigualdad en sí misma, el problema está relacionado con la desigualdad relativa. Es decir, la intensidad de las desigualdades. Ya hace tiempo que los economistas sabemos, otra cosa es si lo queremos recordar y por qué se está olvidando, que la economía para funcionar necesita determinados niveles de desigualdad. Para no complicar la exposición, algunos datos ilustrativos referidas sólo a las desigualdades de renta y de riqueza. En la época con menos desigualdades de la historia económica computable, es decir, en la edad de oro del crecimiento, el período comprendido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la primera crisis del petróleo, la estructura de los niveles de ingresos (salarios) en la mayoría de países de Europa se distribuía como sigue: el 10% de los trabajadores con más ingresos acumulaban entre un 25 y un 30% del total de la masa salarial, y el 50 % de los trabajadores con menos ingresos acumulaban alrededor del 30% de la masa salarial. Esta distribución, que ha empeorado notablemente al inicio del siglo XXI, actualmente se sitúa como sigue: el 10% de los trabajadores ricos reciben unos salarios situados alrededor del 35% de toda la masa salarial, y el 50% de los trabajadores pobres reciben un volumen de salarios entre el 20% y el 25% del total. En cuanto a la riqueza: en la edad de oro del crecimiento el 10% de los más ricos poseía alrededor del 50% de la riqueza nacional. Hoy, este porcentaje ha crecido hasta cifras cercanas al 60%. Como ven, la desigualdad de ingresos ha crecido sin embargo, el problema de verdad, lo tenemos con el avance espectacular de la desigualdad de riqueza. El 50% de los más pobres no posee casi nada, con cifras situadas entre el 5% y el 10% de la riqueza nacional.

Y tercera tesis: para reducir la intensidad en desigualdad, las economías deben crecer por encima de la retribución de los capitales (Piketty dixit ). Y para que esto ocurra se deben hacer tres cosas. Primero, garantizar la igualdad de oportunidades, la única dimensión en que la desigualdad absoluta es intolerable. Segundo, garantizar las desigualdades en la acumulación y la inversión de capitales. Y, tercero, reducir la intensidad de la desigualdad en la distribución de ingresos y, sobre todo, de riqueza. En otras palabras, impuestos progresivos (gestión de la intensidad de la desigualdad) y políticas de oferta (gestión de la desigualdad) coordinados. No hay nada más injusto que la igualdad, también en la política pública.


JOAN TORRENT-SELLENS - CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UOC
 

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