Últimamente se está trasladando la idea de que el mundo camina hacia un incremento acelerado de la desigualdad y que ésta está saliendo de madre. Hay muchos datos e investigaciones que así lo justifican. Hasta aquí, nada que decir. Ahora bien, en paralelo, también se está imponiendo la idea de que la desigualdad, en sí misma, es mala y que hay que luchar contra ella. Que hay que caminar hacia una economía, y por lo tanto una sociedad, más igualitaria. Este discurso, que también cala en muchos ambientes académicos del ámbito social, es preocupante, poco preciso y, incluso, peligroso. Todavía me sorprende más que muchos de mis colegas economistas no sólo no digan nada en contra de esta moda, sino que el encajen sin más dilación. Protesto enérgicamente contra esta visión tan simplista de la desigualdad.
Y, para ello, utilizaré argumentos de la economía y un ejemplo reciente, muy empleado en esta última campaña electoral: en España tres personas -la familia Ortega, Amancio y su hija Sandra (Inditex), y Joan Roig (Mercadona ) - tienen más dinero que el 30% de la población española, equivalente al conjunto de la población de Cataluña y Madrid. Dicen las crónicas que esto no puede ser y que directamente hay que evitarlo. El argumento llama bastante la atención: es intolerable que tres personas tengan más dinero (renta y riqueza) que casi 13 millones de personas. Pero, es todo tan fácil como esto? ¿Qué dice la economía? Vamos?
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Primera tesis:antes de que buena o mala, la desigualdad es necesaria. Uno de los procesos básicos, por no decir el proceso básico, de la actividad económica es la actividad de producción. Para que haya actividad de producción hay un paso previo: la inversión. Y, a través del flujo inversión-financiación, las empresas, nuevas o ya creadas, desarrollan ideas y proyectos de negocio. En términos más económicos, el proceso de acumulación de capital se basa en la desigualdad de rentas, necesaria para hacer la inversión directa o para obtener financiación. Sin desigualdad de rentas no hay capacidad de inversión y, por tanto, tampoco hay actividad económica. El mismo argumento también vale para el resto de capitales no físicos, como los capitales emprendedor, directivo, tecnológico, humano, organizativo y social, entre otros. Para que una iniciativa de negocio funcione las desigualdades de capitales son imprescindibles. Se imaginan una empresa donde todos sus socios capitalistas tuvieran el mismo capital físico? Y donde todos sus directivos y trabajadores tuvieran los mismos capitales no físicos, es decir las mismas competencias de negocio y trabajo? A partir de qué criterios se produciría la especialización y la división de funciones? Como se generaría el valor? Alguien conoce o sabe de una empresa o de una organización como ésta? es decir las mismas competencias de negocio y trabajo? A partir de qué criterios se produciría la especialización y la división de funciones? Como se generaría el valor? Alguien conoce o sabe de una empresa o de una organización como ésta? es decir las mismas competencias de negocio y trabajo? A partir de qué criterios se produciría la especialización y la división de funciones? Como se generaría el valor? Alguien conoce o sabe de una empresa o de una organización como ésta?
Segunda tesis:el problema no es la desigualdad, es la intensidad de la desigualdad. Espero que ya haya quedado claro que el problema no es nunca la desigualdad en sí misma, el problema está relacionado con la desigualdad relativa. Es decir, la intensidad de las desigualdades. Ya hace tiempo que los economistas sabemos, otra cosa es si lo queremos recordar y por qué se está olvidando, que la economía para funcionar necesita determinados niveles de desigualdad. Para no complicar la exposición, algunos datos ilustrativos referidas sólo a las desigualdades de renta y de riqueza. En la época con menos desigualdades de la historia económica computable, es decir, en la edad de oro del crecimiento, el período comprendido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la primera crisis del petróleo, la estructura de los niveles de ingresos (salarios) en la mayoría de países de Europa se distribuía como sigue: el 10% de los trabajadores con más ingresos acumulaban entre un 25 y un 30% del total de la masa salarial, y el 50 % de los trabajadores con menos ingresos acumulaban alrededor del 30% de la masa salarial. Esta distribución, que ha empeorado notablemente al inicio del siglo XXI, actualmente se sitúa como sigue: el 10% de los trabajadores ricos reciben unos salarios situados alrededor del 35% de toda la masa salarial, y el 50% de los trabajadores pobres reciben un volumen de salarios entre el 20% y el 25% del total. En cuanto a la riqueza: en la edad de oro del crecimiento el 10% de los más ricos poseía alrededor del 50% de la riqueza nacional. Hoy, este porcentaje ha crecido hasta cifras cercanas al 60%. Como ven, la desigualdad de ingresos ha crecido sin embargo, el problema de verdad, lo tenemos con el avance espectacular de la desigualdad de riqueza. El 50% de los más pobres no posee casi nada, con cifras situadas entre el 5% y el 10% de la riqueza nacional.
Y tercera tesis: para reducir la intensidad en desigualdad, las economías deben crecer por encima de la retribución de los capitales (Piketty
dixit ). Y para que esto ocurra se deben hacer tres cosas. Primero, garantizar la igualdad de oportunidades, la única dimensión en que la desigualdad absoluta es intolerable. Segundo, garantizar las desigualdades en la acumulación y la inversión de capitales. Y, tercero, reducir la intensidad de la desigualdad en la distribución de ingresos y, sobre todo, de riqueza. En otras palabras, impuestos progresivos (gestión de la intensidad de la desigualdad) y políticas de oferta (gestión de la desigualdad) coordinados. No hay nada más injusto que la igualdad, también en la política pública.
JOAN TORRENT-SELLENS - CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UOC