Hilo de discusiones ideológicas de economía

Johngo

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Opinión: el enfoque confuso del presidente Trump al comercio es una contradicción gigante

Publicado: 12 de junio de 2018 7:50 a.m. ET

Las ideas del presidente Trump sobre el comercio a menudo parecen paradójicas.

En la cumbre del G-7 del fin de semana, hizo flotar tanto la abolición de todos los aranceles en todo el mundo como la prohibición del comercio con ciertos países en el transcurso de solo 24 horas. Su reciente anuncio de la eliminación de las exenciones de los aranceles de acero y aluminio para la Unión Europea, Canadá y México se justificó por razones de "seguridad nacional". Sin embargo, al recordar que estos países son aliados militares de los Estados Unidos, el presidente se retiró a sugerir que los aranceles eran una represalia por las actuales barreras comerciales de la UE y Canadá a los productos estadounidenses.

Dos teorías del enfoque del presidente son consistentes con estas intervenciones. El caso optimista para los operadores libres dice que Trump está amenazando los aranceles y utilizando el púlpito presidencial para intentar abrir sectores extranjeros altamente protegidos, y marcando el comienzo de una nueva era de libre comercio global. El caso pesimista dice que el presidente y su equipo cercano son proteccionistas de corazón, y usan el barniz de argumentos sobre la reciprocidad para ocultar sus verdaderas intenciones.

Tristemente, la mayoría de la evidencia disponible ahora apunta hacia lo último. En las últimas tres décadas ha habido una liberalización lenta pero constante de los mercados, con la caída de las tasas arancelarias entre las economías avanzadas, en gran parte debido a negociaciones multilaterales y acuerdos comerciales minuciosos. Según los datos del Banco Mundial , la media ponderada de la tasa arancelaria aplicada para los EE. UU. Y la UE es casi idéntica en 1.6%, e incluso más baja en Canadá en 0.8%. México tiene un 4.4% más alto, pero dado que ha caído del 15.5% hace solo 15 años, y muchos productos se comercializan libres de aranceles con los EE. UU. Debido a Nafta, centrarse en estos países parece un lugar extraño para comenzar si su objetivo es ambiente comercial global más libre.

Las intervenciones federales, los aranceles y las cuotas de producción elevan el precio del azúcar estadounidense a casi el doble del precio mundial.
Eso no quiere decir que no existan mercados sobreprotegidos en la UE y Canadá. Todos los países parecen tener algunos intereses creados bien organizados que se resisten a esta atracción hacia la competencia abierta. El presidente Trump tiene razón en que el sector lácteo canadiense utiliza un sistema de "administración de suministros" que incorpora tasas arancelarias de hasta casi 300% en productos lácteos para importaciones más allá de las cuotas. Estos sí aumentan los precios para los consumidores canadienses y desalientan la importación de productos estadounidenses. La Unión Europea también impone aranceles mucho más altos a las importaciones de automóviles estadounidenses que a la inversa (10% frente a 2,5%), aunque Estados Unidos impone aranceles más altos que la UE en los camiones. El mundo como un todo estaría mejor si estas restricciones desaparecieran por completo. Pero revertir el progreso realizado debido a los aranceles inusualmente altos en ciertos sectores es erróneo.

Si el presidente fuera un librecambista en el fondo, uno podría imaginar que celebraría el progreso general, y empujaría para ir más allá. Practicaría lo que predicaría, asumiendo sus propios sectores protegidos a nivel nacional, como en el caso del azúcar , donde las intervenciones federales, los aranceles y las cuotas de producción elevan el precio del azúcar estadounidense a casi el doble del precio mundial. Por lo menos, argumentaría que sus aranceles de acero y aluminio eran meramente un mal necesario para obligar a una liberalización más amplia en el exterior.

Sin embargo, este no es el argumento que el presidente o sus principales asesores hacen. En lo que respecta a los aranceles de aluminio y acero, por ejemplo, el asesor de Trump, Peter Navarro, ha afirmado , de forma bastante dudosa , que han alentado una nueva fábrica de aluminio en Kentucky y han reiniciado las instalaciones siderúrgicas en Illinois. Parece indiferente o dispuesto a ignorar el impacto que tendrá el aumento del precio de una entrada clave para los 6,5 millones de trabajadores en las industrias que consumen acero , en lugar de afirmar que son "pro-trabajador". Esta no es la línea que tomaría una administración si considerara los aranceles de acero y aluminio como una píldora dañina a corto plazo para tragar y forzar un entorno comercial más liberal en el futuro.

De hecho, todo, desde la obsesión de Trump con los déficits comerciales bilaterales sin sentido económico , hasta su constante enfoque en los productores, más que en los consumidores, sugiere que "las exportaciones son buenas, las importaciones malas" representa la visión mundial de Trump. En lugar de ver el libre comercio como un medio para promover el intercambio mutuamente beneficioso entre compradores y vendedores, el presidente considera el comercio como un juego de suma cero que ve a las naciones "ganar" si exportan más de lo que importan.

El peligro con este pensamiento ahora es que el nacionalismo engendra el nacionalismo. Un mundo en el que el presidente estadounidense busca intimidar a otros países para que bajen tarifas particulares en ciertas áreas pero no ofrece propuestas firmes para enfrentar sus propios sectores altamente protegidos es un mundo en el que los países de la UE y Canadá se sienten injustamente señalados y toman represalias tipo. Centrarse en sectores extranjeros individuales y políticamente sensibles (por problemáticos que sean) puede poner en peligro el verdadero progreso que se ha logrado durante muchas décadas.

Los economistas explicarán cuidadosamente a todas las partes que los aranceles más altos perjudican a las economías domésticas al generar una inversión que disuade la incertidumbre, elevando los precios para los consumidores y socavando la eficiencia general (ya que los productores están aislados de la competencia global y enfrentan mayores precios de insumos). Pero el presidente parece indiferente a sus protestas, ofreciendo en su lugar la mayor contradicción de todas: que los aranceles serán buenos para Estados Unidos hoy, pero que la abolición de los aranceles será buena para la economía en el futuro.

Por Ryan Bourne ocupa la cátedra R. Evan Scharf para el Entendimiento Público de la Economía en el Centro de Estudios Económicos en el Instituto Cato . Síguelo en Twitter @MrRBourne .

FUENTE: President Trump?s confused approach to trade is one giant contradiction - MarketWatch
 

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Robert Harris, escritor
"No estoy seguro de que se pueda ser una superpotencia mundial y una democracia a la vez"






A Robert Harris, autor de best-sellers como ‘Patria’, ‘Pompeya’ y ‘Múnich’, le encanta salir con actores y pasearse por los bastidores de la Royal Shakespeare Company (RSC). En su adolescencia soñaba con convertirse en dramaturgo y era un entusiasta escritor de piezas teatrales para amigos. El sueño se desvaneció.
De joven trabajó en programas de actualidad de la BBC. Luego se convirtió en jefe de política de The Observer y en columnista de The Sunday Times. Ahora, para su satisfacción, ve cómo sus novelas sobre el político y jurista romano Cicerón comienzan a ser adaptadas por Mike Poulton en obras de teatro. Bajo la dirección de Gregory Doran, las producciones ya han cosechado éxitos en Stratford-upon-Avon. Ahora se estrenan en el teatro Gielgud de Londres.
Como las novelas de Hilary Mantel sobre Thomas Cromwell, también adaptadas por Poulton, los libros de Harris han sido una sabia elección para la RSC. Igual que el resto de estudiantes de su época, Shakespeare se crió con Cicerón, Ovidio y Séneca. Las obras basadas en los libros de Harris funcionan como el acompañamiento perfecto para el Julio César de Shakespeare. De hecho, coinciden escenarios y personajes. Pero Harris, al escribir sus historias a través de Cicerón, el jurista, político y filósofo hecho a sí mismo, ofrece una perspectiva muy diferente de la de Shakespeare sobre lo que ocurrió en los años 40 antes de Cristo.
"En ‘Los idus de marzo’, la mayoría se pone del lado de Julio César, que fue atacado por personas a las que él había ascendido y a las que consideraba amigos", explica Harris. "Pero era un tirano. César no me parece tan diferente, no ya de de Napoleón, sino incluso de Hitler. A Cicerón uno no se lo puede imaginar cortando las manos de una guarnición que se rindiera ante él y devolviéndolas como advertencia".
El Cicerón de Harris no es ningún santo: es sobornable, vanidoso y despiadado con las palabras. Pero también de una valentía obstinada y vencedora, con una conmovedora fe en el sistema político romano. "Cicerón creció gracias al poder de su oratoria, sin ninguna conexión familiar con la aristocracia, por eso me pareció una figura atractiva", dice Harris. "También era el político por excelencia, siempre me ha interesado ese tipo de políticos, los que quieren que las cosas se mantengan en movimiento". Los ideólogos no son del gusto de Harris. La desconfianza hacia todas las certezas inquebrantables atraviesa sus novelas.
El Brexit y Donald Trump

Leí los libros de Harris cuando se publicaron, en esa época que ocurrió hace tanto tiempo que son los años anteriores al Brexit y a la elección de Donald Trump. El tema me pareció claro en ese momento. Era como El ala oeste de la Casa Blanca pero en la antigua Roma, lleno de sutiles detalles sobre la política de la época. Emocionantes thrillers políticos que dialogaban con nuestra época, escritos con inteligencia en el contexto de la violenta caída de la república romana.
Se hablaba del Nuevo Laborismo, solo que con ejércitos privados, togas y torturas. Todo eso me parecía maravillosamente evidente, hasta el punto de que el segundo de los tres libros, ‘Conspiración’ (el primero se titula ‘Imperium’; y el tercero, ‘Dictador’) está dedicado a "Peter" (Peter Mandelson, exministro en los gobiernos de Tony Blair y Gordon Brown). En el mismo Cicerón se pueden ver ecos evidentes de Tony Blair. "La forma en que se calentaba antes de un discurso, como un boxeador, y después se orientaba hacia su público como un girasol para disfrutar de los aplausos", dice Harris.
En 2018 las historias tienen una lectura muy diferente. Los libros resultaron impresionantemente premonitorios. No es que ya no traten sobre el proceso de llegar al poder para ver cómo se desvanece luego, sino que lo que ahora irradia con fuerza es lo que realmente sucede en las novelas: la entrada atronadora del populismo en la escena política, hombres sin escrúpulos desvirtuando una constitución incapaz de contener a las fuerzas que se debaten dentro de ella, la destrucción de una democracia. En su versión para las tablas, la RSC hace visibles las resonancias contemporáneas: al comandante militar Pompeyo, conocido en la antigüedad por su peinado con tupé, le ponen una peluca tipo Trump.
La nueva relevancia de su obra intriga y sorprende a Harris tanto como a los demás. ‘Imperium’ se publicó en 2006. En ese momento acababa de terminar la escritura de ‘Pompeya’, a partir de una idea que se le ocurrió cuando entendió que la novela americana "sobre una superpotencia amenazada" en la que estaba trabajando podría funcionar mejor en la antigua Roma.
Lo primero que hizo fue viajar a la librería Blackwell, en Oxford, desde su casa en Berkshire (que comparte con su esposa, la también escritora Gill Hornby). Fue un buen día para el departamento de clásicos de la tienda, por lo general una sección relativamente tranquila. Harris se fue de la librería con un botín que incluía los 29 volúmenes de Cicerón publicados por la Biblioteca Clásica de Loeb: desde sus discursos forenses y políticos hasta sus obras de filosofía y los volúmenes de sus cartas.
Harris pasó dos años leyendo eso y todo lo que cayó en sus manos: las grandes obras de historia romana de Ronald Syme, las de Theodor Mommsen y otras (se nota: tiene un dominio impresionante del material histórico).
"De vez en cuando me preguntaba qué demonios estaba haciendo", dice ahora Harris. "No fue hasta que tuvieron lugar los acontecimientos de los últimos dos años cuando me di cuenta de que había captado algo que estaba en el aire". A veces, los escritores comprueban que los escenarios que ellos sencillamente han imaginado terminan ocurriendo en la realidad, como si parte del proceso de imaginar fuera sentir diminutas vibraciones en el mundo, demasiado débiles para ser captadas por la mente consciente. O, como dice Harris, "como si la imaginación sirviera de escalera hacia el futuro".
Harris recuerda sentirse preocupado a finales de los años noventa. "Todos decían que los valores occidentales triunfarían. Yo sabía que eso no era cierto y que lo que parecía una época asentada era cualquier cosa menos eso. Esa sensación de tener un zumbido de baja intensidad encontró su salida en los libros sobre Roma".
Pero lo que definitivamente Harris nunca imaginó fue lo acertados que parecerían los libros para la época actual, la historia "de un pueblo que se rebela contra la élite, excitada por multimillonarios sin escrúpulos, de una constitución que sencillamente se dobla y se rompe", en sus propias palabras. Él apunta especialmente contra el daño que hizo a la última Roma republicana lo que equivalía a unos referendos que tuvieron como resultado "enormes concentraciones de poder en manos individuales, algo que todo el sistema había sido diseñado para evitar".
La admiración de Harris por aquel sistema romano es casi ciceroniana: "En muchos sentidos era una democracia mejor que la nuestra. Había elecciones anuales, elección de jueces y una cultura política efervescente. Por supuesto, los esclavos no podían votar, las mujeres no podían votar y todo ocurría en función de los intereses de los ricos. Pero a pesar de todo eso fue un logro asombroso, por el sistema de controles y equilibrios, y la forma en que el poder era controlado y cuidadosamente distribuido".
En su opinión, la república fracasó porque había sido diseñada para una ciudad estado y no para un imperio en rápida expansión con grandes flujos de riquezas. "Es la pregunta que se plantea a los Estados Unidos de hoy: ¿puede uno convertirse en la superpotencia mundial y seguir siendo una democracia que funcione? No estoy seguro de que se pueda. De hecho, creo que tal vez recordemos a nuestras democracias como un agradable intermedio que duró 150 años".
Theresa May, un rompecabezas

Harris, un hombre de trajes elegantes de 61 años, sigue teniendo dentro suficiente columnista político como para disfrutar de un buen repaso al estado actual de las cosas. Theresa May "es un rompecabezas especial", dice. "Parece detestar todo lo que conlleva su trabajo. ¿Por qué te haces pasar por ese trance? Lo que no puedo entender es que alguien que se aísla del contacto humano, que no puede hacer una campaña electoral porque no le gusta encontrarse con la gente, quiera a pesar de eso ser primera ministra. En una obra de ficción no podrías poner algo así. Si usaras a May en tu novela, la gente diría: 'Es totalmente ridículo'".
Harris encuentra especialmente desconcertantes las medidas de May sobre el Brexit. Lo único que se le ocurre para comprenderla (y tampoco le parece muy probable) es compararla con el general Kutuzov de la novela Guerra y paz, de Tolstoi. Su estrategia es retroceder una y otra vez obligando a los franceses a adentrarse cada vez más en Rusia hasta llegar a Moscú, donde "todos esperan a rendirse, pero no aparece nadie, y no hay nada más que hacer sino volver a casa": "A veces pienso que esa es la estrategia que ha adoptado [May], a juzgar por lo que ha hecho hasta ahora, evitar la confrontación, evitar una votación, y que finalmente no haya ningún lugar adónde ir y sólo quede dar la vuelta y caer por las propias contradicciones internas".
Pero le encanta saber que no tiene que seguir escribiendo una columna en un semanario: "El periodismo me parece una carga, incluso ahora". Harris hizo la transición hacia la ficción tras el nacimiento de su primer hijo. Su esposa Hornby había dejado de trabajar y necesitaban un segundo ingreso para complementar lo que él ganaba en The Sunday Times. Tuvo la idea de ‘Patria’, una novela distópica ambientada en un mundo en el que Alemania gana la Segunda Guerra Mundial. Se debatió con ella hasta que al final la guardó durante un año.
"Y luego la saqué del cajón y escribí la trama hasta el final, eso fue clave, es absolutamente crucial si vas a escribir un thriller o una historia de detectives. Hay un cliché espantoso sobre los personajes apoderándose de las novelas. Bueno, estás en un serio problema si todos esos personajes se apoderan de la historia. Tienen que saber cuál es su lugar. Se dicen tantas tonterías sobre la escritura de novelas".
"Otra de ellas es esta: ‘Oh, tengo que ir a mi granja en la Toscana remota para escribir’. Yo creo que lo que de verdad hace falta es la rutina doméstica y que la vida continúe a tu alrededor".
Los derechos de ‘Patria’ salieron a subasta en Nueva York. Fue publicada y aclamada en 1992. Desde entonces, Harris ha escrito un torrente de best-sellers, entre los que figuran ‘Enigma’, una novela sobre los dos desencriptadores de la guerra mundial; y ‘Cónclave’, sobre la elección de un nuevo Papa.
A pesar de que su próximo libro estará ambientado en un futuro lejano, a Harris le encanta imaginar el pasado. Dice que es "casi como ser un médium": "Hay una especie de descarga eléctrica cuando siente ‘Oh, debe de haber ocurrido así’".
Durante la investigación para la escritura de Enigma, visitó a algunos de los descifradores de la época, ya muy ancianos. "Me decían: ‘Bueno, fue muy relevante para la batalla por el norte de África’, y yo les decía: ‘¡No me digas eso! Dime, ¿dónde colgaste tu sombrero? ¿Cuándo descansaste para comer? ¿Llegaste en autobús? ¿Cómo era el turno de noche?’".
Las novelas de Harris parecen flotar en dos épocas a la vez, la del cuidadosamente investigado entorno, y la del presente en el que se leen. "La verdad es que mis libros son extremadamente precisos y completamente fantásticos a la vez. Escribí un libro sobre el caso Dreyfus lo más cercano posible a la ficción documental, pero lo puse en la voz de un hombre que nunca en su vida escribió unas memorias. Pasó y no pasó así. Ese es el placer".
Harris es la representación del hombre feliz. Para él, escribir libros es volver a la imaginación de su infancia, cuando le encantaba escapar a los maravillosos reinos creados por narradores como Robert Louis Stevenson y HG Wells ("cada vez me doy más cuenta de la influencia que fue, con su salto hacia lo desconocido pero enraizado en la realidad", dice sobre Wells). Ha estado leyendo las cartas de la agente teatral Peggy Ramsay y cita sus sabios consejos sobre la estructura: "Cariño, es sólo poner dos o tres pequeñas sorpresas y hacerlas seguir de vez en cuando por una sorpresa mayor".
La opinión de Ramsay, me dice, es que para los escritores el trabajo duro es más importante que el talento, "y esto es profundamente cierto". "Pero para serte sincero, de verdad disfruto escribiendo y lo echo de menos los días en que no lo hago, echo de menos el refugio de tener otro mundo. Si tienes un mundo secreto en el que puedes entrar, y si de alguna manera puedes hacer que se encuentren el mundo secreto y el real, y hacer algo de dinero con ello…. La verdad, no se me ocurre una mejor manera de vivir".
Traducido por Francisco de Zárate​
 

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Michael Hudson: “La economía está rota para el 99% de la gente”

El contestatario profesor de economía vaticina la llegada de otra crisis financiera



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<figure class="foto centro foto_w980" itemprop="image" itemscope="" itemtype="https://schema.org/ImageObject"> <figcaption class="foto-pie" itemprop="caption"> El economista Michael Hudson el pasado junio en Nueva York. Maite H. Mateo </figcaption> </figure>
Michael Hudson (Chicago, 1939) es un arqueólogo de la economía. Lleva décadas desgranando el pasado para entender el presente. Retrocede en el tiempo y explica, por ejemplo, que Jesucristo fue crucificado para castigarle porque representaba una amenaza para los ricos. Explica que hay sermones en la Biblia que se refieren a la cancelación de la deuda, uno de los grandes argumentos de confrontación en el Imperio Romano.
Hudson nunca se acostumbró a la vida en el centro de Nueva York, así que reside en Forest Hills, en el barrio de Queens. Es lo que más se parece a Mineápolis, el lugar en que creció en el seno de una familia marxista. Por aquel entonces era la única ciudad trotskista del país. El profesor de la Universidad de Kansas City, la facultad más progresista en política monetaria de EE UU, recuerda los días en que todo lo que el país consumía se producía en el Medio Oeste.



Ahora todo es distinto. El sector financiero, dice, ha tomado el control de la economía y la exprime hasta asfixiarla. Su último libro, Matar al huésped (Capitán Swing), que se ha publicado este año en España, explica que la estrategia de los acreedores es similar a la de un parásito: hacen creer al huésped (el receptor) que son parte de su cuerpo, que lo cuidan y protegen. Pero, en realidad, desangran la economía, extrayendo los ingresos necesarios para producir.
Hudson fue uno de los ocho economistas que advirtieron del estallido de la crisis financiera en 2008. También fue una de las figuras detrás del movimiento Occupy Wall Street. El 1% más rico, explica, capturó la casi totalidad del crecimiento de la renta desde la Gran Recesión. Hoy, vuelve a advertir de que se acerca otro crash, y que puede ser incluso peor.
Hace medio siglo trabajó como economista en Wall Street. ¿Qué aprendió?
Vi cómo el dinero de los ahorros se recicla en el mercado hipotecario y cómo eso infla el precio de la vivienda y eleva el coste de vida. Esos créditos representan el 80% de los préstamos bancarios. No se puede competir teniendo un coste de la renta tan alto.
Ese fue el origen de la crisis.
Sí, nadie hizo caso hasta que fue demasiado tarde. El sistema estaba podrido, por eso hablaban de hipotecas basura. Los grandes bancos sabían lo que hacían y que eso los enriquecería. Se fijaban en el corto plazo. Al principio de una burbuja se hace mucho dinero. El crash siempre es resultado de una quiebra o de que se destapa un fraude.
¿Dónde estamos 10 años después?
El punto débil hoy es la deuda corporativa. Las empresas están muy endeudadas. Se recurrió a la deuda para pagar dividendos y recomprar acciones. Porque a los gestores se les premia según cuanto suban sus títulos, no en función de las ventas o porque contraten a más personal para generar negocio más. Pura ingeniería financiera.
Los organismos internacionales advierten de los efectos en los países emergentes del alza de tipos en EE UU.
De hecho, la próxima crisis la causará principalmente la deuda acumulada en moneda extranjera. Si el coste en dólares sube, van a tener que pagar más en su moneda nacional para poder cubrir la deuda. Se está creando un verdadero problema. Basta con mirar la situación en Argentina.
¿Esto no lo ve la Reserva Federal de EE UU?
Creo que un requisito para trabajar ahí es no entender cómo funciona realmente la economía. Es ciencia-ficción, viven en un universo paralelo en el que todo el mundo paga sus deudas.
¿La teoría está equivocada?
Suspendí un curso en la Universidad de Nueva York porque indiqué al profesor que las asunciones no eran correctas. Yo no repetía lo que decían los libros de texto, esos que escriben los lobbistas de bancos.
Pero el crédito es necesario.
Nadie a los 20 o 30 años tiene dinero para pagarse la universidad o comprar una vivienda, salvo que su familia sea rica. Los bancos determinan el precio de la educación y de la vivienda en función de lo que te prestan. Ahora, hay que pedir prestado para llegar a final de mes.
Y aumenta la desigualdad.
Se están creando dos niveles: uno que no necesita crédito, y otro que debe pedir prestado. El sector financiero proclama que forma parte de la economía, pero no es verdad. Es algo externo, un parásito. El crecimiento de los últimos 10 años se debe a servicios financieros, pero el crédito no produce nada. La economía está rota para el 99%, mientras el crédito eleva el precio de los activos del 1%.
Su libro salió en EE UU hace tres años. Han pasado muchas cosas. ¿Donald Trump es parte del legado de Barack Obama?
Sí, y a Obama no le tengo ninguna simpatía. En Chicago se puso del lado del sector inmobiliario para destruir vecindarios pobres y gentrificarlos. En la Casa Blanca hizo lo mismo. La gente votó contra su Administración en 2016 y porque no querían a Hilary Clinton. Sentían que era corrupta.
¿Qué le parecía Bernie Sanders?
Me gustaba su mensaje, pero era monótono y se parecía mucho, en algunos puntos, al de Trump, que no es tonto. Es corrupto, pero lo suficientemente listo para no estar en la cárcel. Los republicanos van a ganar otra vez porque los demócratas han declarado la guerra a los seguidores de Sanders y se están centrando en la gente que votó a Trump.
¿Cómo se define políticamente?
Cuando llegué a Wall Street, los principales economistas eran marxistas. El gran reto político hoy es el exceso de deuda. La derecha lo entiende mejor que la izquierda.
Y no resuelve el problema.
Cierto, pero entienden lo grave que es.
¿Qué solución vislumbra?
La deuda no se puede pagar, y no se va a pagar.
Pero el sistema no acepta que se condone.
Por eso va a quebrar. O se produce un embargo masivo de bienes, como en 2008, o se tendrá que reducir la deuda a los estudiantes y condonar.
¿Qué pasa con el ahorrador?
 Al cancelar la deuda, cancelas los ahorros de alguien, sí. El problema es que tres cuartas partes de los ahorros están en manos del 1%. Habrá también gente honesta que perderá porque el sistema es corrupto.
¿Hay espacio para una opción pública?
El crédito debe ser como la luz o el agua. Un banco público no ofrecería bonos basura, y podría reducir la deuda.
¿Se puede restaurar el orden?
Solo con una crisis.
Pero seguimos tratando de salir de una.
No fue lo suficientemente grande. Se necesita algo que conciencie a la gente de que el sistema no funciona. Muchos pensaron que, al rescatar a la banca, la economía se recuperaría. Pero no. Wall Street está inflado gracias a la Reserva Federal, el mercado de bonos ha tenido el mayor boom de su historia y el mercado inmobiliario está boyante. Pero la producción y el consumo no se han recuperado.
 
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