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La atención internacional ha estado durante la semana que acaba en Egipto. La presión popular ha logrado que el presidente Mubarak ceda el poder, pero no cabe descartar casi ninguna hipótesis para los próximos días y semanas. La sucesión de episodios de movilización popular que ha desembocado en cambios más o menos abruptos de gobernante en el mundo árabe-islámico despierta cierto temor en Europa y Estados Unidos y no es seguro que pueda darse por concluida con el desenlace de las dos semanas de protestas de El Cairo.
¿Dónde radica el temor? La mayor preocupación en torno a la crisis egipcia es que pueda contagiar una desestabilización al resto del área, en particular la zona del Golfo Pérsico, de donde sale algo así como la mitad del petróleo que consume el resto del mundo. Una parte del cual, por cierto, transita a través del Canal de Suez, por ahora sin que el tráfico haya sufrido alteración, pero con el recuerdo de tiempos en que se vio forzado el transporte de crudo a través del Cabo de Buena Esperanza.
El papel estratégico de Egipto supera con mucho su relevancia económica. Con una población que dobla la española –algo más de 80 millones de habitantes, el 70 por 100 por debajo de los 30 años de edad-, su economía es algo menos de la mitad -448.000 millones de euros previstos en 2011- y su tasa de desempleo se estima en torno al 25 por 100, muy por encima de la declarada oficialmente (9 por 100). Durante los últimos años, ha mantenido tasas de crecimiento del 5 por 100, pese a lo cual el Banco Mundial afirma que el 40 por 100 de la población vive por debajo del umbral de pobreza: dos dólares diarios. Su déficit público se mueve alrededor del 8 por 100 del PIB y la deuda viva superará este año los 625.000 millones de euros, en torno al 140 por 100 del PIB.
El impacto del estallido social es, de momento, difícil de estimar, pero hay que tener en cuenta que el turismo aporta algo más del 6 por 100 del PIB y da empleo al 12 por 100 de la población ocupada, por lo que la recomendación más o menos generalizada de no viajar al país es previsible que comporte unas consecuencias notables, tanto mayores cuanto más tarde en restablecerse la normalidad.
Probablemente no tenga nada que ver –aunque nunca se sabe-, pero la última parte de la semana ha reabierto la fase de turbulencias –y temores- en torno al euro y los mercados de deuda, con las consecuentes repercusiones en las bolsas y ánimos de la eurozona. Desmintiendo, en definitiva, a los optimistas que aseguraban que lo peor había pasado. La evidencia sigue mostrando que parece bastar cualquier pequeña “excusa” para que la calma se desvanezca... Egipto, a lo mejor es una, pero hay y se puede prever alguna más.
¿Dónde radica el temor? La mayor preocupación en torno a la crisis egipcia es que pueda contagiar una desestabilización al resto del área, en particular la zona del Golfo Pérsico, de donde sale algo así como la mitad del petróleo que consume el resto del mundo. Una parte del cual, por cierto, transita a través del Canal de Suez, por ahora sin que el tráfico haya sufrido alteración, pero con el recuerdo de tiempos en que se vio forzado el transporte de crudo a través del Cabo de Buena Esperanza.
El papel estratégico de Egipto supera con mucho su relevancia económica. Con una población que dobla la española –algo más de 80 millones de habitantes, el 70 por 100 por debajo de los 30 años de edad-, su economía es algo menos de la mitad -448.000 millones de euros previstos en 2011- y su tasa de desempleo se estima en torno al 25 por 100, muy por encima de la declarada oficialmente (9 por 100). Durante los últimos años, ha mantenido tasas de crecimiento del 5 por 100, pese a lo cual el Banco Mundial afirma que el 40 por 100 de la población vive por debajo del umbral de pobreza: dos dólares diarios. Su déficit público se mueve alrededor del 8 por 100 del PIB y la deuda viva superará este año los 625.000 millones de euros, en torno al 140 por 100 del PIB.
El impacto del estallido social es, de momento, difícil de estimar, pero hay que tener en cuenta que el turismo aporta algo más del 6 por 100 del PIB y da empleo al 12 por 100 de la población ocupada, por lo que la recomendación más o menos generalizada de no viajar al país es previsible que comporte unas consecuencias notables, tanto mayores cuanto más tarde en restablecerse la normalidad.
Probablemente no tenga nada que ver –aunque nunca se sabe-, pero la última parte de la semana ha reabierto la fase de turbulencias –y temores- en torno al euro y los mercados de deuda, con las consecuentes repercusiones en las bolsas y ánimos de la eurozona. Desmintiendo, en definitiva, a los optimistas que aseguraban que lo peor había pasado. La evidencia sigue mostrando que parece bastar cualquier pequeña “excusa” para que la calma se desvanezca... Egipto, a lo mejor es una, pero hay y se puede prever alguna más.