Corea del Sur, anfitrión del G-20

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A mediados de noviembre, todos los ojos virarán hacia Seúl, cuando los líderes del G-20 se reunan por primera vez en la capital surcoreana. La elección venía demorada desde hacía tiempo, ya que Corea del Sur es una historia de éxito notable: en una generación, los surcoreanos, anteriormente sacudidos por la guerra civil, bajo constante amenaza de su hermano comunista del norte, durante mucho tiempo sumidos en la pobreza y gobernados por dictadores militares durante 40 años, han construido la décimo tercera economía más importante del mundo y la democracia más vibrante de Asia.

Históricamente oprimida entre sus dos vecinos gigantes, China y Japón, Corea del Sur durante mucho tiempo había sido percibida como un país desfavorecido con una identidad cultural poco definida. En Asia, en cambio, los líderes de Japón no están esperando la cumbre de Seúl para darle una mirada más cercana a Corea del Sur. Corea del Sur era antiguamente una colonia japonesa (1910-1945) y los nativos eran tratados como una raza inferior. Hoy, la economía de Corea del Sur ha venido creciendo anualmente el 5% en promedio durante diez años, mientras que Japón creció 0,42% por año durante el mismo período.

Se podría decir que Corea del Sur todavía no es una economía madura y que sólo está tratando de alcanzar a un Japón más avanzado. Este era el caso en los años 1970, pero ya no. Mientras que el crecimiento de China está alimentado por una mano de obra barata mientras millones de campesinos ingresan en la economía industrial, esta no es la receta de éxito surcoreana, que ha sido impulsada por la actitud empresaria privada, la innovación y los productos de calidad: Samsung y Hyundai, y no los salarios baratos, son los motores de crecimiento de Corea del Norte.

Otra clave para la historia de éxito de Corea del Sur es la relación bien equilibrada entre gobiernos estables y el sector privado. Esto quedó claramente demostrado el año pasado cuando un consorcio surcoreano ganó un contrato para construir cuatro reactores nucleares en los Emiratos Árabes Unidos a fines del año pasado, derrotando a los franceses.

Los japoneses sabían cómo coordinar los objetivos del sector estatal y privado en los años 1970, pero luego perdieron el rumbo. “Ahora deberíamos emular a los surcoreanos”, dice Eisuke Sakakibara, un prominente economista japonés, uno de los arquitectos del “milagro” japonés de los años 1980. Los japoneses en busca de un milagro ahora viajan a Seúl.

“En Japón, el tiempo transcurrido entre 1990 y 2000 se llamó la ´década perdida´”, dice el economista de libre mercado Fumio Hayashi. Ahora Japón está completando su segunda década perdida. Hayashi y Sakakibara –en verdad, la mayoría de los economistas japoneses- más o menos coinciden en la razón fundamental para ese estancamiento espectacular: los japoneses han dejado de trabajar duro. Menos horas trabajadas, más vacaciones y una población que decrece (desde 2005), tal como era de esperarse, socavaron el crecimiento japonés. Para revertir esta situación, dice Sakakibara, “los japoneses deberían trabajar más, tener más hijos y permitir la inmigración”. Pero los incentivos para que algo de esto suceda no existen.

Los japoneses todavía viven confortablemente, un 33% mejor que los surcoreanos, gracias a sus inversiones pasadas. Las empresas japonesas en el exterior siguen siendo rentables y Japón todavía es el líder global en nichos de alta tecnología como la electrónica o las fibras de carbono. Por ejemplo, el iPhone de Apple y el último avión de Boeing se basan fuertemente en innovaciones patentadas por los japoneses. Estas ventajas comparativas pueden mantener a Japón por encima durante un tiempo, pero sólo hasta que China o Corea del Sur lo alcancen.

En consecuencia, uno debería esperar que Japón estuviera agobiado por la ansiedad, pero no lo está. Es cierto, están surgiendo nuevas formas de pobreza y desempleo, pero siguen bien ocultas detrás de la solidaridad familiar o las costumbres corporativas. Las empresas reducen los bonos anuales de sus empleados superfluos, pero no se deshacen de ellos. Los japoneses jóvenes tienden a no trabajar antes de los 30 años y las mujeres casadas se quedan en su casa.

Los partidos políticos que se basan en un electorado que envejece no se sienten tentados a promover el cambio. El tipo de coaliciones políticas tambaleantes y de corto plazo que gobiernan hoy Japón prefieren ganar tiempo a través del llamado estímulo público, o preservar empresas ineficientes con subsidios. Veinte años de estas políticas cortoplacistas, no importa el partido en el poder, han alimentado la deuda del gobierno, entorpeciendo la inversión privada.

Más sorprendente aún, el estancamiento ha encontrado sus promotores en el propio Japón. Un intelectual público de renombre, Naoki Inose, que también es vicegobernador de Tokio, ha declarado que “la era del crecimiento terminó”. Cuando Japón estuvo amenazado por el imperialismo occidental, dice, el país tuvo que abrirse (en 1868) y modernizarse. Este proceso se ha completado. Japón hoy está listo para volver a conectarse con su propia tradición de armonía social y crecimiento cero.

En referencia al período 1600-1868, Inose habla de este futuro como la Nueva Era Edo: “una población más pequeña gozará de la suficiente riqueza que se ha acumulado y, de ahora en adelante, invertirá su creatividad en refinar la cultura”. El primer período Edo colapsó cuando la Marina de Estados Unidos abrió el mercado japonés con la llegada de los “barcos negros” del comodoro Perry en 1853. ¿El segundo período Edo podrá resistir las ambiciones chinas? “La Nueva Era Edo necesita un ejército japonés fuerte”, admite Inose.

Esta segunda Era Edo puede sonar como una utopía poética, pero tiene cierta influencia: Sakakibara observa que los estudiantes japoneses ya no estudian en el exterior y que “nadie aprende inglés”. En un momento en que los surcoreanos se están volviendo más globalizados, aprenden inglés y le dan la bienvenida a una creciente cantidad de inmigrantes, Japón está ingresando en un “proceso de desglobalización”.

Es una tendencia preocupante, y no sólo para Japón: Corea del Sur no puede representar la única democracia asiática. Si los japoneses no se despiertan de su sueño Edo, Asia bien podría convertirse en un imperio chino.

¿Esto se debatirá en el G-20? No abiertamente, pero seguramente en los pasillos.

Guy Sorman, filósofo y economista francés
 

Johngo

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El milagro coreano se agota y el gobierno busca ajustar el modelo

Mientras se dispone a darles la bienvenida a los líderes de 20 países esta semana, Corea del Sur debe confrontar una verdad incómoda. La exitosa estrategia económica que la puso en condiciones de ser anfitriona de esta reunión del Grupo de los 20, G-20, se está agotando y sustituirla no será fácil.

Hace 50 años, aparentemente inmersa en la pobreza y el hambre, Corea del Sur comenzó una vertiginosa expansión hacia la riqueza mientras no perdía de vista a su vecina, Corea del Norte, que la había invadido diez años antes y que la continúa amenazando. Corea del Sur es hoy la decimoquinta economía del mundo, sede de multinacionales de la talla de Samsung y Hyundai y un modelo para los países en desarrollo.

Pero la estrategia económica que funcionó tan bien durante tanto tiempo ya recorrió su camino. Corea del Sur alcanzó el nivel de riqueza que se puede obtener a través de la dependencia de las exportaciones. El porcentaje de su producción que depende de las exportación de bienes, 43%, es el más alto de las países avanzados.

"El país está en un punto de inflexión", dijo el ministro de Finanzas, Yoon Jeung-hyun, en un reciente discurso. "Aparentemente hay un límite en las industrias de exportación para crear nuevos empleos y valor agregado", reconoció.

La pregunta que enfrenta Corea del Sur es simple y, al mismo tiempo, difícil: ¿puede hacer los ajustes necesarios, económicos, políticos y culturales, que le permitan continuar su trayectoria ascendente?

Los economistas coreanos y extranjeros concuerdan en que el país debe realizar cambios fundamentales en su sociedad jerárquica y dominada por los hombres, no solamente incorporando a más mujeres a la fuerza laboral, sino fomentando la innovación y el espíritu emprendedor, ascendiendo a los empleados por sus méritos y no por los años que llevan en una empresa y abriendo la puerta a los inmigrantes.

Corea del Sur también tendrá que reducir la profunda injerencia del Estado en la economía, un vestigio de la época en la que poderosos presidentes y ministros tomaban decisiones difíciles respecto a la asignación de un capital escaso. También tendrá que relajar la adhesión del país a las jerarquías basadas en el confucianismo, siguiendo el camino tomado por vecinos como Japón, China, Hong Kong y Singapur.

El presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, describió en términos amplios los obstáculos al avance económico en el país. "Hay mucho trabajo que hacer en la reforma de muchas de las instituciones sociales o de las normas, prácticas y tradiciones que hemos tenido en este país durante muchos, muchos años", dijo Lee. "Tenemos ahora la necesidad de intentar cambiar", agregó.

La forma en que Corea del Sur enfrente estos desafíos será observada de cerca por docenas de pequeños países que imitaron su exitoso modelo de desarrollo exportador y por países de ingresos medios, incluyendo Taiwán, Arabia Saudita, Israel y Portugal que están llegando a mesetas en cuanto a su desarrollo y potencial.

Auge y estancamiento

El veloz auge de Corea del Sur comenzó en la década de los 60 bajo el dictador militar Park Chung-hee, que dirigió el escaso capital a muchas de las mismas industrias que hicieron de Japón una potencia: los textiles, el acero, los autos y los productos electrónicos. Los surcoreanos se rebelaron contra el gobierno autoritario y establecieron una democracia constitucional en 1987, pero la economía siguió creciendo aceleradamente.

El ingreso per cápita de Corea del Sur llegó a los US$20.000 en 2007 y si bien la crisis asiática de 1997 y 1998 asestó un golpe a la tradición que existía del empleo vitalicio y obligó a las empresas a focalizarse en la rentabilidad más que en el crecimiento como un fin en sí mismo, la interrupción de la trayectoria ascendente del país fue breve.

Bajo la superficie de esa creciente prosperidad, sin embargo, comenzaban a germinar los problemas.

El crecimiento económico de Corea del Sur promedió 4,3% anual durante la última década, por debajo del 6,2% de los años 90. Este año, el Producto Interno Bruto se expandirá alrededor de 6%, porcentaje superior al de las economías avanzadas. Sin embargo, este resultado vendrá después de dos años de bajo crecimiento. Los economistas esperan que el próximo año el crecimiento se ubique entre 3% y 4,5%.

Además, el potencial de expansión ha caído más en los últimos 15 años que en cualquier otro país desarrollado, según la Cámara de Comercio e Industria de Corea del Sur. Un estudio reciente elaborado por la entidad muestra que el potencial de crecimiento, el máximo posible cuando todos los factores de producción como trabajo y capital son utilizados, alcanza 4% anual y posiblemente se reduzca a entre 2% y 3% anual en los próximos 10 años.

Todo esto ocurre a un nivel de ingresos mucho menor que el que tenía Japón cuando le sucedió lo mismo. A fines de los 80, cuando el potencial de crecimiento de Japón declinó a entre 3% y 4%, su ingreso per cápita excedía los US$30.000. El de Corea del Sur hoy ronda los US$20.000.

Parte de la razón del estancamiento es demográfica. El país simplemente no tiene suficientes personas para desempeñar empleos que impulsen el crecimiento. Con solamente 1,15 bebés por madre, la tasa de natalidad de Corea del Sur es la más baja de todos los países desarrollados. La cantidad de gente entre los 25 y los 49 años ya alcanzó su nivel máximo y entre 2017 y 2019 el conjunto de la población en edad productiva comenzará a bajar.

Asimismo, Corea del Sur ha llegado a un punto en el que tanta gente se ha educado que pocos se presentan para empleos de baja remuneración y de poca especialización. Esto ha dejado a las granjas y la industria en busca de trabajadores al tiempo que muchos egresados de la universidad pasan años esperando oportunidades en las grandes compañías y en el gobierno.

El modelo hoy para Corea del Sur, dicen los economistas, deberían ser los países de Europa y América del Norte que desarrollaron un robusto sector de servicios, que absorbe a los empleados altamente calificados y complementa al sector manufacturero, creando diferentes entornos de trabajo que estimulan la innovación y la creatividad.

Al tope de la lista de prioridades del gobierno está dejar de microadministrar la economía. Ese involucramiento tenía sentido cuando el país se levantaba de la nada con un capital limitado y un bajo nivel educativo. Ahora, sin embargo, se considera que la mano del gobierno ahoga la competencia y el crecimiento. Las regulaciones, por ejemplo, establecen que una cervecera en Corea del Sur tiene que producir 3,8 millones de botellas al año, lo que impide a las empresas nuevas competir con las dos grandes cerveceras.

La forma más veloz de estimular el crecimiento sería aceptar a más trabajadores extranjeros. Corea del Sur tiene 557.000 trabajadores extranjeros, alrededor de 2% de su fuerza laboral de 23 millones. Esa cifra es más alta que en Japón donde es inferior a 1% pero está muy debajo del 10% de Estados Unidos.

Pero los extranjeros pueden quedarse cinco años en las compañías de propiedad coreana, de acuerdo con las leyes laborales. La inmigración permanente es muy poco frecuente, aunque ha crecido en los últimos años para una categoría especial de inmigrantes: las mujeres de otros países, en particular del sudeste asiático, que se casan con los granjeros solteros que quedaron en las zonas rurales luego de que las jóvenes coreanas emigraran a las ciudades.

A pesar de todo esto, un estudio de Danny Leipziger, un profesor de la universidad George Washington, y ex vicepresidente del Banco Mundial, muestra que, con suficientes mejoras de productividad y un mayor nivel de empleo para mujeres y para personas mayores, Corea del Sur podría incluso llegar a la meta de crecimiento de 7% que Lee anunció en su campaña presidencial. "El futuro no está escrito en piedra", dijo Leipziger.

Fuente:
El milagro coreano se agota y el gobierno busca ajustar el modelo - WSJ.com
 
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