¿Políticos sin ideas?

Tizo

Well-Known Member
Crece la sensación de que los dirigentes políticos no tienen claro qué hacer. Tampoco los expertos parecen alumbrar recetas capaces de enderezar la coyuntura. No hay claridad en el diagnóstico y, sin uno concluyente, difícil será perfilar una terapia con aspiraciones de superar la crisis iniciada el verano de 2007... ¡cuatro años ya!

La respuesta de corte keynesiano con que las grandes economías trataron de contrarrestar el impacto recesivo del crack financiero ha desembocado en un escenario que ahora mismo se teme aún peor. Y es que una crisis que a todas luces era básicamente de sobreendeudamiento se ha intentado contrarrestar añadiendo endeudamiento donde ya sobraba.

La duda creciente es si va a existir o no capacidad para devolver todo lo prestado. Alimentada, entre otras cosas, porque no acaba de confirmarse la recuperación de unas tasas de crecimiento necesarias para poder pagar.

Los siempre indeterminados mercados denotan más que nada desconfianza ante todo y sobre todos. Sin decirlo explicitamente, perciben cierta persistencia en limitar la acción a meros retoques, sin entrar a fondo, eludiendo aplicar reformas de alcance proporcionado a los problemas evidenciados en la economía global.

Cuatro años después, sigue pareciendo imperar una renuencia bastante generalizada a asumir que superar la crisis requiere algo más que el recetario tradicional. Si no todo, al menos una parte sustancial del modelo ha dejado de servir. Así lo percibe la mayoría de quienes se desenvuelven en el ámbito de las decisiones económicas, sobre todo inversoras, y probablemente una porción relevante de la sociedad. En cierta medida, unos y otros parecen estar a la espera de que alguien se atreva a decírselo: vano empeño, de momento, de parte de unos dirigentes políticos dominados por una palpable mediocridad.

Parte de la solución ha sido cuando menos paradójica. En primera instancia, se decidió sostener industrias y sectores competitivamente desbordados -el sistema financiero en primer termino, pero no el único- con dinero presupuestario en realidad no disponible, recurriendo a nuevo endeudamiento o emisión de papel. Acto seguido, ante las dudas de los mercados por la acelerada implosión de demanda de fondos por parte de los estados, se arbitró una segunda fase de contraccion acelerada del gasto presupuestario como fórmula para dar garantías de reducción a medio plazo de las demandas soberanas de financiación. Sólo que, en lugar de curar la dolencia, la terapia está camino de agravar la enfermedad.

La detracción de fondos causada por el aumento de las emisiones de deuda soberana y la fuerte contracción presupuestaria, como de costumbre más fundamentada en capítulos inversores, ha reducido el potencial de crecimiento de las economías. De una parte, porque la economía productiva -incluido el consumo privado- afronta una merma de fondos disponibles. De otra, porque el peso del ámbito público en el Producto Interior Bruto (PIB) alcanza entre el 40 y el 45 por 100, al menos en los países de la Unión Europea (UE).

En cierta medida, la recesión global está reapareciendo como probabilidad. Entre otras razones porque se ha revelado ilusorio tratar de desvincular por completo la evolución de economías emergentes y desarrolladas, y prematuro prever que en el relevo de unas por otras estaría la solución.

La duda es si, además de camuflar despiste, ¿están ocultando parte sustancial de la verdad?
 
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