€zona: "es preferible una rápida muerte que una agonía prolongada y dolorosa"

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Como muchos temían y la mayoría esperaba, la cumbre europea que acaba de concluir dejó mucho que desear. Una vez más, los líderes nacionales de Europa demostraron su incapacidad de aceptar lo que subyace a las crisis bancaria, económica y de deuda soberana de la eurozona y, por tanto, de darles solución.

Una lección que el mundo ha aprendido desde la crisis financiera de 2008 es que una política fiscal contractiva significa eso mismo: contracción. Desde 2010, un experimento realizado en toda Europa ha falseado de manera concluyente la idea de que las contracciones fiscales son expansivas. Agosto de 2011 vio el mayor descenso mensual de la producción industrial de la eurozona desde septiembre de 2009, las exportaciones alemanas se redujeron notablemente en octubre y now-casting.com predice disminuciones en el PIB de la eurozona para finales de 2011 y principios de 2012.

Una segunda lección relacionada es que es difícil reducir los salarios nominales y que, por cierto, estos no son lo suficientemente flexibles como para eliminar el desempleo, lo que es verdad incluso en un país tan pequeño, flexible y abierto como Irlanda, donde el desempleo aumentó el mes pasado a 14,5%, a pesar de la emigración, y donde como resultado los ingresos tributarios en noviembre estuvieron por debajo del objetivo del 1,6%. Si la estrategia de "devaluación interna" del siglo XIX para promover el crecimiento mediante la reducción de los salarios y los precios internos es tan difícil en Irlanda, ¿cómo espera la UE que funcione en toda la periferia de la eurozona?

El mundo hoy en día se parece mucho al mundo teórico de que los economistas han utilizado tradicionalmente para examinar los costos y beneficios de las uniones monetarias. La pérdida de la capacidad de los miembros de la eurozona de devaluar su tipo de cambio es un costo importante. Los esfuerzos de los gobiernos para promover la reducción de salarios, o impulsarla llevando a sus países a la recesión, no puede sustituir a la devaluación del tipo de cambio. Colocar todo el peso del ajuste sobre los países deficitarios es una receta para el desastre.

En un mundo así, la unión fiscal es un complemento fundamental de la unión monetaria. Si la industria del quingombó entra en decadencia, haciendo que el estado de Louisiana entre en recesión, los residentes pagarán menos impuestos federales y recibirán más transferencias fiscales. Estos flujos financieros son un mecanismo anticíclico natural que ayuda a las economías locales y regionales a capear los malos tiempos. En una hipotética unión fiscal europea, sin duda habría transferencias de Alemania a la periferia en 2011, pero una configuración bien diseñada habría asegurado flujos hacia Alemania en la década de 1990, mientras luchaba por hacer frente a los costes de la reunificación con Alemania del Este.

Con esto en mente, el punto más obvio sobre la reciente cumbre es que la "unión de estabilidad fiscal" propuesta no es nada de eso. En lugar de crear un mecanismo de seguro interregional que implique transferencias anticíclicas, la versión que se ofrece constitucionalizaría un ajuste procíclico en los países golpeados por la recesión, sin medidas compensatorias para impulsar la demanda en otras partes de la eurozona. Describir esto como una "unión fiscal", como algunos han hecho, constituye un abuso casi orwelliano del lenguaje.

Muchos plantearán el argumento de que esos acuerdos son necesarios para salvar la eurozona, pero lo que se necesita para ello en el futuro inmediato es un Banco Central Europeo que actúe como una autoridad monetaria adecuada. Es cierto que Alemania insiste en la "unión de estabilidad fiscal" como condición para permitir que el BCE haga siquiera el mínimo necesario para mantener a flote el euro, pero este es un argumento político, no económico. Económicamente, su propuesta empeoraría un diseño institucional ya terriblemente errado.

Lo que se necesita para salvar la eurozona en el mediano plazo es un banco central con un mandato que cubra más que la inflación; por ejemplo, el desempleo, la estabilidad financiera y la supervivencia de la moneda única. También es necesario un marco común para la regulación del sistema financiero, al igual que un marco común de solución de conflictos bancarios que sirva a los intereses de los contribuyentes y los tenedores de bonos del gobierno, en lugar de a los bancos y sus acreedores. Esto requerirá una unión fiscal mínima; una unión fiscal a gran escala sería mejor aún. Sin embargo, nada de esto estaba en la agenda de la cumbre.

Una ruptura inmediata de la eurozona sería una catástrofe, por lo que, para evitar ese resultado, el Consejo Europeo aceptó una "unión de estabilidad fiscal" a cambio de algún movimiento por parte del BCE. Esta decisión puede de hecho impedir el colapso en el corto plazo, a pesar de que está lejos de ser una certeza. Las negociaciones de tratados fuera del marco de la UE y los procedimientos de ratificación que les sucederán son una receta para aún más incertidumbre en momentos en que Europa menos lo necesita.

En un plazo ligeramente mayor, un trato así, en el supuesto de que siga adelante, significará mayor austeridad en la periferia de Europa, sin el impacto compensatorio de una devaluación o un estímulo en el núcleo. El desempleo seguirá aumentando, poniendo presión sobre los hogares, los gobiernos y los bancos. Vamos a escuchar mucho más sobre los méritos relativos de la tecnocracia y la democracia. El sentimiento antieuropeo seguirá creciendo y los partidos populistas prosperarán. No se puede descartar la erupción de episodios de violencia.

Esta cumbre debería haber propuesto cambios institucionales para evitar tal escenario. Pero si tales cambios son políticamente imposibles y el euro está condenado, entonces es preferible una rápida muerte que una agonía prolongada y dolorosa. Si la zona euro se derrumba en el futuro inmediato, la catástrofe sería ampliamente percibida como tal, lo que debería al menos servir como fuente de esperanza para el futuro. Pero si se derrumba después de varios años de políticas macroeconómicas perversas requeridas por las obligaciones que el tratado europeo impone a los países, el final, cuando llegue, se verá no como una calamidad sino como una liberación.

Y eso realmente sería peor.

Kevin O’Rourke es profesor de Historia Económica de la Universidad de Oxford e investigador del All Souls College.

Copyright: Project Syndicate, 2011.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
 

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Gran Bretaña

Unas deslucidas islas Caimán

12 diciembre 2011
The Independent
Londres




Al desviarse de una mayor integración europea para defender los privilegios de la City, David Cameron ha relegado sin remedio al Reino Unido al estatus de una isla irrelevante al margen de Europa.


John Lichfield

Gran Bretaña no va a salir de la Unión Europea. Aún no. Pero puede que la UE ya haya abandonado a Gran Bretaña. Aún no se ha disipado por completo la niebla de la Batalla de Bruselas, librada del 8 al 9 de diciembre de 2011. Pero psicológica y políticamente ya no hay vuelta atrás, ni para Bruselas ni para Londres.
El primer ministro ha jugado muy mal su baza en la partida. Ha situado a Gran Bretaña en una posición de profundo aislamiento dentro de la UE, algo que incluso Margaret Thatcher evitó muy diestramente en los días en los que pedía que le devolvieran su dinero. Cameron ha dado a probar un poco de sangre a los tiburones de los diputados euroescépticos y de la prensa, lo que podría suponer que rápidamente se entablase una pelea histérica para conseguir alimento.
Nos esperan meses de difíciles negociaciones en los que nuestros preocupados socios europeos, mientras luchan para evitar el hundimiento del euro, a Gran Bretaña le asignarán el papel del villano. En este ambiente febril, tanto en Gran Bretaña como en el Continente, la posibilidad de que Reino Unido abandone la UE, ya sea en la práctica o realmente, ya no es algo impensable.
En contra del resto en lo fundamental

Otras batallas entre la UE y Reino Unido han girado en torno a cuestiones importantes pero fundamentalmente secundarias, como la política agraria, las contribuciones presupuestarias o las exportaciones de carne de "vacas locas". Cameron se las ha arreglado para situar a Gran Bretaña contra el resto en la cuestión más fundamental de todas: la supervivencia del euro y de la propia UE.
Los medios de comunicación europeos han presentado al primer ministro como una especie de hada malvada. No quería ir al baile del nuevo tratado propuesto de los 27. Estaba en su derecho. Pero para satisfacer a los euroescépticos de su partido, se negó a dejar que los demás celebraran el baile a menos que entregaran a Gran Bretaña, o más bien a la City de Londres, un regalo de "no boda".
Quería que Gran Bretaña se convirtiera en una especie de islas Caimán dentro de la UE: un territorio que disfrute de las ventajas de ser parte del mercado único europeo en los servicios financieros, pero sin estar sujeto al control o a las normativas de la UE. Los demás líderes no lo podían aceptar. Y Cameron sabía que nunca lo aceptarían.
La mayoría del resto de los Estados siguió adelante con los planes de un tratado intergubernamental diferente y no tan estricto en lo relativo a disciplina presupuestaria y a una unión no tan fiscal para los 17 países de la eurozona.
Un estatus diferenciado para la City

Los 23 países, o quizás más, que se unan al nuevo mecanismo celebrarán reuniones mensuales y mientras dure la crisis, cumbres mensuales. En algunos casos, podrán acordar posturas comunes que afecten a los intereses económicos del Reino Unido y luego las impondrán en toda la UE con votaciones por mayoría.
Si Cameron no hubiera representado el papel bulldog de cara a la galería doméstica, puede que igualmente el resultado hubiese sido el "tratado de los 17 o más" menos estricto. Al realizar exigencias desproporcionadas para la City (y para la derecha euroescéptica), el primer ministro permitió que varios países, entre ellos Francia, evitaran los escollos de un nuevo tratado de la UE y que se protegieran del nuevo celo federalista de la canciller Angela Merkel. Sin embargo, existe un abismo psicológico entre una decisión consensuada de la UE para apostar por este tratado intergubernamental aunque no sea la mejor opción y una decisión forzada por Gran Bretaña e imputable a ella. Se avecinan batallas arcanas y desagradables sobre cómo se puede dirigir y supervisar el nuevo "pacto fiscal".
¿Seguirá exigiendo David Cameron el estatus de islas Caimán para la City como precio para que Reino Unido acepte que las instituciones de la UE vigilen las nuevas normas intergubernamentales de la eurozona? Si se niega a ello, el "pacto fiscal" podría estar en peligro, inclinando al euro, así como a la economía europea y británica, sobre el abismo. Si cede, los grupos de presión euroescépticos, totalmente inmunes al argumento de anular los intereses europeos y británicos, intentarán destruirle. Aún queda por ver si el "pacto fiscal", que se rematará en marzo, impresionará a los mercados y convencerá a los inversores globales para que vuelvan a comprar deuda soberana de los países de la eurozona.
Cameron como chivo expiatorio

Aún así, el euro podría hundirse, con el peligro de arrastrar a la UE. Un tratado "más fuerte" de los 27 podría (o no) haber sido más convincente para los mercados. Si los inversores dan la espalda, Cameron se convertirá en el chivo expiatorio perfecto para Francia, Alemania y los demás.
Los verdaderos intereses nacionales de Reino Unido exigen que sigamos siendo una parte central respetada de la UE para defender una política europea y unos valores económicos comunes en un mundo cada vez más competitivo. Un tratado de 27 no habría impuesto una nueva disciplina fiscal en los países que no pertenecen al euro, como Gran Bretaña. Habría permitido al Gobierno seguir dando forma a la política de la UE, incluso en materia de normativa financiera, desde una posición de influencia dentro de la Unión.
Ahora, no nos enfrentamos a una Europa de dos o tres velocidades, sino a una Europa en la que nos encontramos a Gran Bretaña contra el Resto.
Los británicos, en su nuevo estado de aislamiento, seguro que siguen mostrándose orgullosos. Como las islas Caimán, pero con lluvia.
 
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