Ratko Mladic es un hombre fácil de odiar

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parlantclar

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En su mejor momento, no sólo hablaba y se comportaba como un matón, sino también lo parecía: el tipo de psicópata de cuello robusto, ojos claros y malas maneras que gustosamente te extirparía las uñas solo por diversión. Además de muchas otras crueldades, el Carnicero de Bosnia fue el responsable, en el verano de 1995, de la muerte de unos 8.000 hombres y niños bosnios musulmanes desarmados en los bosques cercanos a Srebrenica.

Por todo eso, su detención en la localidad serbia de Lazarevo genera en la mayoría de nosotros tenemos un sentimiento de cálida satisfacción. Serbia ha ganado respeto internacional por este hecho, lo que debería acelerar su ingreso a la Unión Europea. Las antiguas víctimas de las fuerzas serbo-bosnias de Mladic sentirán que al fin se hace un poco de justicia.

Sin embargo, el próximo juicio a Ratko Mladic da pie a algunas preguntas incómodas. ¿Por qué, en primer lugar, no puede ser sometido a juicio en Belgrado, en lugar de La Haya? ¿Y es realmente inteligente acusarlo de genocidio, además de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra?

Ambas preguntas revelan lo mucho que aún vivimos a la sombra del Tribunal de Nuremberg, donde los líderes nazis fueron juzgados por un panel judicial internacional. Se creía, tal vez con razón, que los alemanes serían incapaces de juzgar a sus propios ex gobernantes. Y los crímenes nazis habían sido tan terribles en escala e intención que hubo que crear nuevas leyes -"crímenes contra la humanidad"- para juzgar a los que habían tenido la responsabilidad formal de los mismos. Los Estados también deben rendir cuentas de sus actos, y por eso se creó 1948 la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.

El Holocausto no fue el principal tema de los juicios de Nuremberg. Sin embargo, los aliados pensaban que el proyecto nazi de exterminio de todo un pueblo hacía necesario un enfoque jurídico totalmente nuevo, para asegurar que tal atrocidad nunca volviera a suceder.

El problema con el genocidio, como concepto jurídico, es que es vago. Se refiere a "actos perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso". Se hace hincapié en la "intención", no en el número de personas cuyas vidas son destruidas. Mao Zedong asesinó hasta 40 millones de chinos, pero ¿tenía la intención de destruirlos como grupo? Por supuesto que no. Sabemos que Hitler tenía la intención de destruir a todos los judíos, hasta el último hombre, mujer y niño. A pesar de que los asesinatos en masa no son raros en la historia, el plan de exterminio de Hitler era, si no único, ciertamente muy inusual.

Sin embargo, el loable esfuerzo para evitar que tal cosa vuelva a ocurrir ha tenido consecuencias lamentables. Porque, en nuestro afán por aprender las lecciones de la historia, a menudo aprendemos las equivocadas, o falseamos la historia con fines dudosos.

En cierto modo, en la matanza de Srebrenica también influyeron los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial. El batallón holandés de las Naciones Unidas se comprometió a proteger a los musulmanes, a pesar de no estar en condiciones de hacerlo. Fue una promesa que en parte refleja el sentimiento de culpa que aún persigue a los holandeses por mirar hacia otro lado mientras los alemanes detenían y deportaban hacia los campos de exterminio a dos tercios de la población judía de su país. Esta vez, sería diferente. Esta vez, actuarían. Lamentablemente, superados en número y en armas por las fuerzas de Mladic, los holandeses tuvieron que librar Srebrenica a su suerte.

Debido al trauma de la intención de Hitler de asesinar a todos los judíos, el genocidio se ha convertido en una razón de peso para la acción militar, incluida la invasión armada de otros países. Pero ¿qué constituye un genocidio? Bernard Kouchner, fundador de Médicos sin Fronteras, quería que la comunidad internacional interviniese en Nigeria en 1970, porque vio la eliminación de los ibos por las tropas nigerianas como un eco del genocidio de Auschwitz. Otros vieron una brutal guerra civil y advirtieron que una intervención no haría más que empeorar las cosas.

Para algunos, seguimos viviendo en 1938, o más bien en 1942, cuando los nazis aprobaron lo que Hitler llamó "la solución final del problema judío". El presidente George W. Bush y sus adeptos, invocando el Acuerdo de Munich en cada oportunidad, consideraron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 como una llamada a las armas. Saddam Hussein era Hitler, así que tuvimos que enviar las tropas. Debemos detener el genocidio sudanés que Omar al-Bashir perpetra en Darfur. Tenemos que impedir que el coronel Muammar el-Gaddafi cometa asesinatos en masa en Bengasi. Y así sucesivamente.

A veces la intervención puede salvar vidas. Pero a menudo las guerras engendran más guerras o las vuelven más largas. La acción militar puede causar más violencia y más muertes de civiles. Esto es especialmente cierto en el caso de la intervención en guerras civiles, donde no es fácil dividir a los bandos en disputa en víctimas y agresores, buenos y malos.

Por supuesto, el mundo se vuelve mucho más sencillo si optamos por verlo en blanco y negro. Y, sin duda, el juicio a Mladic animará esta percepción. Será juzgado por genocidio, porque el tribunal de la ONU para la antigua Yugoslavia y la Corte Internacional de Justicia decidieron que los serbios de Bosnia fueron genocidas. Puesto que su subordinado, Radislav Krstic, ya fue condenado por su complicidad con el genocidio de Srebrenica, es probable que Mladic también lo sea.

No tenemos que sentir pena por Mladic. No hay duda de que es culpable de graves crímenes de guerra. Y un juicio, con todo lo insuficiente que pueda ser, en la mayoría de los casos es todavía preferible a un asesinato. Sin embargo, juzgarlo por genocidio, a pesar de que será difícil probar que tenía la intención de exterminar a los musulmanes bosnios como grupo solo porque eran musulmanes, enturbiará aún más la ya vaga definición del término.

Mladic se dedicó a llevar a cabo una limpieza étnica que, aunque reprobable, no es lo mismo que un genocidio. Las definiciones imprecisas animarán más intervenciones militares y, por tanto, más guerras. Al invocar el fantasma de Hitler con demasiada frecuencia, trivializamos la enormidad de lo que realmente hizo.

Ian Buruma es profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College.
 
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