Paciencia con la idea de implantar democracias

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Arrojar bombas como una solución para los lugares del mundo en problemas tal vez se esté tornando una práctica anticuada (con la notable excepción de Libia), pero apuntar con el dedo decididamente está otra vez de moda. Casi no pasa un día sin que un diario importante en Occidente ofrezca un consejo sabio y específico, pero muchas veces no tan amigable, a las distantes democracias en problemas sobre lo que “deben” hacer para ganarse la aprobación de la “comunidad internacional”.

Por supuesto, esos consejos, como muchos de los propios periódicos hoy en día, son sin costo. Pero también son consejos sin responsabilidad y, como alguna vez dijo Stanley Baldwin, el poder sin responsabilidad es la prerrogativa de la prostituta.

Existe una brecha considerable entre los ofrecimientos de consejo que uno no puede rechazar y la responsabilidad para lidiar con las consecuencias cuando ese consejo resulta equivocado o extremadamente difícil de implementar. Quienes dan consejo en el mundo podrían intentar tener esto en mente cuando se ofrecen a ayudar a líderes de países distantes que enfrentan problemas en los que el consejero tiene poca o ninguna experiencia de primera mano.

Cada tanto, una profesión (muy frecuentemente, la economía) determina que ha alcanzado un consenso sobre cómo resolver un problema. El llamado “Consenso de Washington” que prevalecía antes de la reciente crisis financiera era un buen ejemplo.

En el caso de las democracias nacientes, la fórmula que hoy muchas veces se vuelve imperativa es la siguiente: levantar todas las prohibiciones a las actividades políticas, liberalizar a los medios, llevar a cabo elecciones (cuanto antes, mejor), resolver todas las cuestiones de las minorías a favor de las minorías, abandonar las barreras comerciales y librar al país de la corrupción, preferentemente de la noche a la mañana. Se insta a los nuevos gobiernos a abordar todos estos problemas de manera inmediata y simultánea, no sea cosa que pierdan el “impulso” y empiecen a retroceder. El subtexto es claro: sean como nosotros ahora.

Ahora bien, la manera de lograrlo se deja a criterio de los nuevos líderes, a los que muchas veces se les adjudica una bondad y poderes de persuasión que nunca tuvieron y nunca tendrán. En muchos casos, la cohesión de los movimientos opositores que llegan al poder luego de un alzamiento político tal vez no sea como los medios internacionales suponen que es.

De hecho, algunos componentes de estas llamadas “coaliciones democráticas” quizá no sean para nada democráticos. Algunos líderes, como Nelson Mandela, están a la altura de las circunstancias históricas, contra todos los pronósticos. Otros, como Nursultan Nazarbayev de Kazajstán (popular en los medios occidentales cuando apareció en escena por primera vez), claramente no. ¿Cómo podemos ayudar a asegurar la sustentabilidad de estos movimientos en momentos tan inciertos?

La modestia es una virtud en la vida privada. También debería ser una guía a la hora de dispensar consejos políticos. Yo empezaría por recordar que la capacidad de algunos países para asimilar consejos es limitada, de modo que el consejo debería venir en porciones más pequeñas. ¿Por dónde empezar?

La característica más importante y potencialmente nutritiva de una nueva democracia reside en su esfuerzo por comprometerse a observar los patrones de derechos humanos internacionales. Por cierto, existe un voluminoso cuerpo de literatura que indica que hasta los países en el período subsiguiente a un conflicto interno pueden alcanzar un nivel más elevado de complimiento de estos patrones.

Pero no deberían mezclarse derechos humanos y democracia. Mientras que la democracia es, sin duda, la forma de gobernancia que mejor preserva los derechos humanos, ambas no son la misma cosa.

Los derechos humanos no convivirán con la dictadura, o con alguna otra no democracia, durante mucho tiempo. Establecer patrones y objetivos de derechos humanos es una fuerte señal de que un país está apuntando a la dirección correcta. El país, en efecto, está anunciando que avanza hacia acuerdos institucionales democráticos. Prohibir la tortura, cumplir con las normas internacionales sobre los derechos de los prisioneros y consagrar los derechos de asociación y asamblea pública es lo primero que viene a la mente.

La adopción de normas esenciales sobre derechos humanos como una piedra angular del desarrollo de un país es una de las innovaciones seminales de nuestra era. La noción de que un dictador puede reclamar el derecho soberano de abusar de su pueblo se ha vuelto inaceptable. Un país que hace progresos en materia de derechos humanos y se compromete al cambio de comportamiento necesario para cumplir con estas normas internacionales también puede hacer un giro decisivo hacia un futuro mejor.

Deberíamos concentrarnos, entonces, en cumplir con los patrones internacionales sobre derechos humanos como un objetivo que una nueva democracia “debe” (para usar la palabra preferida de los editorialistas occidentales) implementar rápidamente. Pero no deberíamos confundir estos valores con otros elementos esenciales del progreso, como establecer regímenes comerciales liberalizados, crear estructuras institucionales con una separación de poderes y erradicar la corrupción. Estas son necesidades absolutas para el éxito democrático, pero requieren un desarrollo a más largo plazo de la capacidad institucional. La corrupción, por ejemplo, puede tener antecedentes culturales y es parte de una debilidad institucional. En la mayoría delos casos, ninguna se puede remediar de la noche a la mañana.

Por sobre todo, necesitamos mostrar paciencia con los nuevos gobiernos de los países a los que queremos ver evolucionar hacia la democracia, y evitar la tendencia a esperar una gratificación instantánea. Unos meses de política nunca superarán siglos de sociología. De modo que, mientras observamos y aguardamos, necesitamos ser lo más comprensivos –y lo menos autoritarios- posibles.

Christopher R. Hill, ex subsecretario de Estado norteamericano para el Este de Asia, embajador estadounidense en Irak, Corea del Sur, Macedonia y Polonia, enviado especial de Estados Unidos a Kosovo, negociador de los Acuerdos de Paz de Dayton, y principal negociador de Estados Unidos con Corea del Norte entre 2005 y 2009. Actualmente, es decano de la Escuela Korbel de Estudios Internacionales, Universidad de Denver.
 
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