Stephen S. Roach: "Asia necesita depender menos del consumidor norteamericano"

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El autor es miembro de la plantilla de profesores de la Universidad de Yale y Director no Ejecutivo de Morgan Stanley Asia y ha escrito este artículo para Project Syndicate:

Asia necesita un nuevo consumidor modelo. Todo parece indicar que una generación de “consumidores zombis” estadounidenses posterior a la crisis tendrá dificultades para sostener el crecimiento del consumo global durante varios años. Eso significa que el Asia en desarrollo, con su crecimiento impulsado por las exportaciones, no tendrá más remedio que recurrir a sus 3.5 mil millones de consumidores.

Por supuesto, esta no es la primera vez que Asia ha tenido que enfrentarse a muertos económicos vivientes. Los zombis corporativos japoneses estuvieron en el centro de la primera “década perdida” de Japón en los años noventa. Los zaibatsus –como socios bancarios– mantuvieron con vida a sus empresas anquilosadas mediante líneas de crédito, con lo que retrasaron sus inevitables quiebras y perpetuaron ineficiencias y desincentivos que dieron lugar a un colapso del crecimiento de la productividad japonesa después de las burbujas.

De manera similar, la crisis de 2008-2009 condujo a rescates que crearon zombis en Occidente. Desde Wall Street hasta Detroit, pasando por AIG, los Estados Unidos se apresuraron a rescatar gigantes corporativos que de otro modo habrían quebrado. El Reino Unido y Europa hicieron lo mismo al salvar a RBS, HBOS-Lloyds, Fortis, Hypo Real Estate y otros. En el Occidente el pretexto fue que eran “demasiado grandes para quebrar”. ¿Es eso muy distinto de la actitud de Japón de hace casi 20 años?

Pero puede ser que el zombi más destacado sea un amplio sector representativo de los consumidores estadounidenses que siguen padeciendo los estragos de la Gran Recesión. Abrumados por un desempleo sin precedentes, un enorme subempleo y salarios reales relativamente estancados, y al mismo tiempo agobiados por hipotecas vencidas, deudas excesivas y ahorro insuficiente, los consumidores estadounidenses tienen más presiones que nunca.

Sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos ha intentado prácticamente todo para impedir que los consumidores se ajusten. La red de seguridad, que va mucho más allá del aumento necesario del seguro de desempleo, se ha ampliado de modo que incluye programas de contención de ejecuciones hipotecarias, otras formas de condonación de deuda y estímulos monetarios y fiscales extraordinarios.

La compasión forma parte del tejido moral de cualquier sociedad. Pero la línea que la separa de la "destrucción creativa" que es esencial para purgar de sus excesos a un sistema después de una crisis es muy tenue. Japón cruzó esa línea en los años noventa, cuando sus zombis corporativos impidieron que se hicieran los ajustes dolorosos pero necesarios para su economía después de las burbujas. Eso podría suceder en los Estados Unidos si el gobierno sigue promoviendo políticas que inhiben el desapalancamiento y las reparaciones de las hojas de balance que los consumidores zombis del país necesitan ahora para sanar.

Independientemente de las iniciativas de rescate del gobierno, parece que los consumidores estadounidenses tienen por delante años de recortes de gastos. La participación del consumo en el PIB de los Estados Unidos es actualmente un muy elevado 70%. Si bien es menos que el 71.3% al que llegó a principios de 2009, sigue estando cuatro puntos por encima de la norma del 66% que prevaleció en el último cuarto del siglo XX.

Es probable que se regrese a esa proporción a medida que los consumidores estadounidenses pasan de la locura del auge a la cordura a que obliga la crisis. Ello significa un crecimiento mitigado del consumo estadounidense durante varios años –con un impacto previsiblemente enorme sobre el consumo global. Mientras que los Estados Unidos representan apenas el 4.5% de la población mundial, sus consumidores gastan 10.3 billones de dólares al año –con mucho el mayor gasto del mundo.

Así pues, dado que el crecimiento del consumo en los Estados Unidos será limitado, ¿quién tomará el lugar de ese país? ¿Europa? ¿Japón? Yo no apostaría por ninguno de los dos.

Ahí es donde Asia entra en la ecuación. Como región impulsada por las exportaciones, Asia sigue dependiendo mucho de la demanda de mercado final de los consumidores del mundo desarrollado. La participación en las exportaciones de las 12 economías más grandes del Asia en desarrollo aumentó del 35% de la producción panregional a finales de los años noventa al 45% a principios de 2007. No debe sorprender que todas las economías de la región hayan caído en una recesión o hayan experimentado abruptas desaceleraciones cuando el comercio global se desplomó a finales de 2008. No tuvieron la opción de desconectarse.

Toda la publicidad que reciben actualmente las esperanzas y los sueños del llamado “mundo de dos velocidades” tampoco debe darle a Asia un falso sentido de seguridad. La región, que depende mucho de los mercados occidentales, debe buscar el apoyo de una nueva fuente de demanda.

Debería empezar por mirarse en el espejo. El consumo interno privado de Asia en su conjunto actualmente ha llegado a un mínimo histórico del 45% del PIB – diez puntos porcentuales por debajo del nivel de 55% que prevalecía hasta 2002.

No es que la demanda de consumo asiática esté inactiva, pero en el margen, el crecimiento económico está fuertemente sesgado hacia las exportaciones y la inversión fija como medios principales para absorber el exceso de mano de obra y distribuir prosperidad. En un mundo posterior a la crisis – entorpecido por los consumidores zombis de los Estados Unidos—el Asia impulsada por las exportaciones necesita urgentemente un reequilibrio a favor del consumo.

En ningún lugar es eso más claro que en China. Puesto que el consumo privado ha caído a un mínimo histórico de 35% del PIB (diez puntos porcentuales por debajo de la media asiática), China se enfrenta a importantes imperativos de reequilibrio – que serán más urgentes si el crecimiento del consumo después de la crisis se mantiene débil en Occidente.

Las buenas noticias son que China parece haber llegado a una conclusión similar. Su 12° plan quinquenal se centra en tres importantes iniciativas de promoción del consumo: el empleo (especialmente los servicios intensivos en mano de obra); el salario (apoyado por una acelerada urbanización); y una reducción de los ahorros preventivos impulsados por el temor (a partir de una ampliación de la red de seguridad social). Si China cumple en estos tres frentes – como creo que lo hará– la participación en el PIB del consumo privado podría aumentar hasta en cinco puntos para 2015.

Eso sería bueno para las demás economías del Asia oriental –a saber, Japón, Corea y Taiwán. Estos países, que tienen poca población –y en el caso de Japón, una población que decrece—no tienen más remedio que recurrir a las exportaciones y la demanda externa para impulsar el crecimiento económico. En los tres casos, China ha sustituido a los Estados Unidos como principal mercado de exportación.

Ese movimiento llegó justo a tiempo. Si China cumple su agenda de promoción del consumo, el resto de Asia estará en buenas condiciones para evitar las consecuencias de la nueva generación de consumidores zombis estadounidenses. Cómo se las arreglarán los Estados Unidos es otro asunto.
 
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