Que vivimos una época crítica en materia económica no es un misterio para nadie. Que además de la crisis económica y financiera, nos encontramos con una crisis de valores y de confianza en el sistema, creo que tampoco.
Cuando un partido político engaña a sus votantes, aplicando medidas que no plasmó en su programa electoral, a sabiendas de que las aplicaría, cuando un banco o caja se aprovecha de la confianza e ignorancia de sus clientes para captar recursos vía participaciones preferentes, cuando una empresa vulnera el derecho de huelga de sus trabajadores, se está comprometiendo la confianza de los ciudadanos y demás agentes económicos. El coste de la desconfianza es muy elevado y medible en dinero, como algún día revelerán los estudios sobre el impacto en la banca de que sus clientes presentes y futuros hayamos dejado de confiar en sus empleados y directivos, por ejemplo.
Hay un concepto para referirse a las consecuencias negativas de no ser una persona o empresa de la que poder confiar: los problemas de compromiso, término acuñado por el economista Robert H. Frank en su obra ‘Passions within reason‘. Este concepto, que dudo se haya explicado en la gran mayoría de clases sufridas por los futuros economistas insensibles (o mejor dicho, insensibilizados), se refiere a la importancia de nuestros sentimientos para enviar mensajes al resto de individuos y hacernos personas en las que confiar. El egoísmo intrínseco al Homo economicus, con el que trabaja gran parte de la economía, simplificación y caricatura del ser humano real que nos permite aplicar la matemática a nuestros modelos de forma más intensa, haría de él una persona de la que desconfiar plenamente. Este tipo de personas jamás lograrían el amor de su pareja, si es que lograra una. Y difícilmente encontraría socios para iniciar un proyecto empresarial, ni clientes que confiaran en su asesoramiento.
Los sentimientos son básicos para el desarrollo de una sociedad y, sin embargo, no se analizan en la carrera de economía. Pensar como un economista se ha intentado limitar a tener una visión analítica, matemática, de la realidad. He estudiado matemáticas, econometría, modelos económicos y un sinfín de disciplinas interesantes para modelar el pensamiento, pero inútiles para muchas de las realidades con las que un economista ha de trabajar y dar soluciones. De psicología, ni una hora, por poner un ejemplo.
Educar economistas insensibles tiene consecuencias, graves consecuencias para el equilibrio y justicia social. Nos han vendido las bondades de los mercados perfectos, del egoísmo como motor de cambio y de prosperidad mundial. Conceptos que nuestro sentido común discutía, pero que las matemáticas parecían poder amparar, un espejismo fascinante, un equilibrio mental cautivador, pero una patraña. Cuando el ciudadano empieza a ver que la realidad no tiene nada que ver con las estadísticas que se le muestran, empieza a desconfiar de los economistas. Ciertamente la culpa no siempre es del economista, muchas veces es el político, el vocero sindicalista o de la patronal, el que distorsiona las conclusiones. Pero el economista insensible que le da herramientas para engañar, buena parte de culpa tiene.
Una economía que tiene en cuenta los sentimientos, al igual que ocurre con los individuos, es una economía más inteligente. Un Spock sería un ser incapaz de evolucionar, en ausencia de sentimientos, un ser menos evolucionado que el sensible humano; ciertamente en nuestros sentimientos puede estar el germen de la autodestrucción, pero también de lo contrario.
La distinción entre razón y sentimientos es una ficción absurda y contraproducente, que crea personas desequilibradas y con mayor tendencia a sufrir y hacer sufrir dolencias mentales a los que las tratan. Una economía matemática es tan absurda como una economía emocional pura; ¿cuántos economistas insensibles y, por tanto, desequilibrados, han formado nuestras universidades?
La alegría, aflicción, ira, miedo, sorpresa, repugnancia, amor, culpabilidad, vergüenza, desconcierto, orgullo, envidia o celos nos hacen humanos. Seres humanos. Sentimientos que, en mayor o menor grado, compartimos con los animales, no me cansaré de repetirlo. Aprovecho, amigo lector, para hacer una reflexión sobre el tema: si has estado en contacto con animales y sigues pensando que no tienen sentimientos como el amor o la aflicción, tienes un problema. Un problema para captar los sentimientos, una distorsión que te afecta en tu trato con los demás y que te convendría analizar y tratar. Dicho está.
Nuestra economía debe cambiar, debemos aprovechar las herramientas técnicas que la economía ha desarrollado, pero introducir al ser humano real en sus disquisiciones. Pasemos de la economía insensible a la economía inteligente, por el bien de todos.