Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no puedo calcular la locura de los hombres.
Isaac Newton, después de perder el equivalente a 3 millones de dólares en la catástrofe financiera de la burbuja de los mares del Sur de 1720.
La verdad es que apetecía invertir en ello. “La burbuja de los mares del Sur”. Hmmmm… póngame 1.000 acciones de lo que quiera que sea eso. ¿No suena ello a un refrescante champú? ¿Y si hablamos de la burbuja de los tulipanes? ¿No huele bien? ¿A que tienen que ser buenas inversiones por narices?.
Parece que si a un desastre financiero lo llamamos “burbuja” le quitamos hierro al asunto, es como el vino, que si le echas casera lo rebajas y lo haces más goloso para que lo pueda beber toda la familia. Esa es la fórmula, cogemos algo, le añadimos burbujas y de esta manera lo infantilizamos para que pueda ser comprendido por todo el mundo.
Pero, ¿qué ocurriría si utilizásemos otra metáfora? Quizás una analogía más adecuada. ¿Contribuiría a provocar una respuesta más pertinente?
Llamemos a las cosas por su nombre: Tumor económico. ¿Que ocurre en el cuerpo humano?. En un momento dado, una célula “delincuente” podría perder el sentido de su lugar en el organismo, digamos que se trata de una célula del hígado, y, en cambio, podría considerar que está sola en un entorno hostil y de pillaje. Tenemos 50 veces más células en un cuerpo humano que estrellas en la vía láctea, 10 billones frente a 200 mil millones, así que aunque sea sólo por estadística, algo tiene que ir mal en alguna parte.
Para la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo, las células “delincuentes” nunca resultan ser un problema porque existe una agencia reguladora, el sistema inmunitario, que las identifica rápidamente, las recuerda quienes son y las anima a que se suiciden, un proceso conocido como apoptosis. Este estímulo fatal puede surgir espontáneamente de dentro de la misma célula (que reconoce repentinamente su falta) o de las células sanas de su entorno (un grupo vecino que hace valer las normas de la comunidad) o de las células «policía» del sistema inmunológico que patrullan el organismo en su conjunto. Este proceso ocurre de forma constante, es parte del funcionamiento normal de un organismo normal y se lleva a cabo sin que seamos conscientes de ello.
El problema surge cuando, por alguna razón, el funcionamiento normal de la apoptosis se rompe, el remordimiento de la propia célula no llega a activarse, la agencia reguladora local está dormida cuando ocurre y no se puede convencer a la célula en cuestión para que acabe con su vida. Por el contrario, se multiplica de forma exponencial, convirtiéndose en la semilla de un tumor cancerígeno. Solo entonces, en un determinado umbral, el organismo es consciente y se produce un conflicto existencial.
El tumor va contra los intereses del organismo del que una vez fue parte. Sus instrucciones son florecer a cualquier precio, prosperar a costa del tejido sano que la rodea. Seguido de la consecuencia inevitable de la perdición tanto del anfitrión como del tumor. Aunque, claro está, hasta ese «pum» terrible, el tumor no ve el camino.
¿Qué pasaría si, en lugar de esa divertida palabra burbuja, probásemos con algo más apropiado para describir el crecimiento global a cualquier precio? Llamémoslo «tumor», «el tumor de las punto.com», «el tumor de las hipotecas de alto riesgo», «el tumor inmobiliario.». Eso si que suena amenazante.
¿Alguien negaría seriamente la necesidad de una mayor vigilancia sobre el correcto funcionamiento de su propio cuerpo o dudaría de la necesidad de una regulación mayor? ¿Quién, enfrentándose a un posible tumor o a la posibilidad de vivir con un cuerpo probadamente propenso a tales tumores, confiaría su cuerpo a una panda de médicos que se arriesgan constantemente la salud de sus pacientes?
Las palabras importan y debemos exigir que nos hablen de las cosas por su nombre. Si la economía mundial tiene un cancer, quiero saberlo para ayudar a curarlo.