Las personas somos ante todo individuos, ciudadanos, pertenecemos a una sociedad en la que aceptamos para convivir las normas que se nos imponen si no queremos ser unos inadaptados. A esto ha ayudado mucho un aspecto biológico del hombre: cuando nace, su cerebro está poco desarrollado (si lo estuviera más su tamaño mataría a la madre en el parto) por lo que, contrariamente a la mayoría de especies animales, necesitamos ayuda para alimentarnos y desplazarnos durante años. Esta dependencia durante los primeros años de vida ha generado en que la inicial familia/tribu se extrapole a ciudad, país, incluso raza. Gracias a los medios de comunicación somos conscientes que hay seres humanos en todo el planeta que sienten de un modo similar al nuestro y por los que sentimos una afinidad.
La forma de organizarnos para vivir en este planeta no ha sido tan diferente a pesar de las distancias y, sin ser similares en el tiempo, hay que decir que los emperadores chinos, los zares rusos y los reyes absolutistas europeos han gobernado a sus pueblos de un modo parecido: invocando la ascendencia divina, arrogándose el derecho a la propiedad sobre ciudadanos, bienes y tierras y basando su autoridad en la genética sobre las cualidades individuales. Hoy pasa lo mismo con la globalización.
Sin hacer un análisis detallado de la historia de la humanidad lo cierto es que a partir de la Revolución Francesa y la Independencia Americana (años antes también pero de un modo generalizado después) quedó claro, al menos en Occidente, que la influencia genética es limitada: uno puede ser hijo de un analfabeto y ser el hombre más listo, ser el hijo del mejor inversor y ser el peor gestor y, por lo tanto, la sociedad debe ofrecer posibilidades de mejora en función de los méritos individuales. A partir de ese momento, la evolución de la sociedad humana ganó en velocidad. Cuando la cultura se universalizó, el origen social humilde -siendo un escollo- no lo era insalvable y las personas pudieron brillar por sí mismas, y así todo mejoró.
Es más que probable que la revolución técnica no hubiera sido universal en Occidente si hubiéramos seguido con unas clases sociales impermeables y una cultura sólo al alcance de unos pocos. Hoy por hoy, el más humilde obrero de la construcción tiene más comodidades en su humilde vivienda que Felipe II a pesar de su gran Imperio. ¿Cuál ha sido pues la chispa que nos ha llevado a la sociedad moderna? Primero de todo, la libertad, la libertad de tener la opción de ser mejor. Por supuesto que sigue existiendo la herencia familiar como un lastre para los más pobres pero la sociedad ha demostrado que aún contra eso, personas de origen humilde se han situado muy por encima de personas que han nacido en familias de fuerte poder político y económico.
¿Y qué es lo que nos lleva a ser mejores cada día? La inmensa mayoría si es sincera contestará: para vivir mejor. Vivir mejor para unos es tener fama, para otros tener dinero, para otros que sus hijos progresen…los sueños afortunadamente son innumerables. Lo cierto es que la sociedad debe preocuparse en que todos tengamos la opción de poder ser mejores y alcanzar nuestros sueños. Siendo el primero de todos, como especie animal que somos, la manutención, nuestro objetivo básico dentro de la sociedad es conseguir dinero para conseguir comida, bebida, alojamiento… Cuanto más dinero tengamos, mejor comida, bebida y alojamiento tendremos. Y si tras eso, aún nos sobra dinero, tendremos posibilidades de ocio: que nos cocinen en un restaurante, que un avión nos lleve a un paraíso tropical, que nos den un masaje, que alguien nos limpie la casa…
Suena muy materialista pero lo cierto es que la sociedad que vivimos, y a la que hemos llegado tras una larga evolución, funciona así. Y como el dinero que conseguimos lo gastamos en otras personas que nos dan un servicio a nosotros, no explotamos a nadie; simplemente con nuestro trabajo compramos el suyo y ellos con el suyo compran el de otro y así sucesivamente, de modo que todos somos empresarios puesto que siempre tenemos a gente trabajando para nosotros. ¿Por qué unos tienen mejores trabajos que otros o simplemente más dinero que otros? No todos tenemos las mismas oportunidades: un hijo único heredero de una gran fortuna lo tiene más fácil que el hijo de un obrero de una familia numerosa pero hablando en términos medios en un país europeo las posibilidades de la mayoría son muy parecidas por lo que es el esfuerzo y talento individual lo que marca la diferencia.
Básicamente, ese es el sistema capitalista y el que más éxito ha tenido en nuestra sociedad de seres humanos creo yo porque es el que más se parece a nuestra propia estructura de pensamiento. El sistema agrario chino comunista fue un desastre en términos de producción hasta que permitieron a los campesinos tener parcelas de propiedad privada en lugar de comunal. Entonces la productividad aumentó muchísimo porque está en nosotros el querer vivir mejor y luchamos más por lo nuestro que por lo de todos. Puede que sea una conclusión triste pero la Historia nos lo ha demostrado. Ninguno trata igual a las plantas del parque que a las que tiene en su balcón ni al autobús público que al propio coche. Por eso el comunismo, entendido como igualdad en cuanto a lo que recibimos de la sociedad, ha resultado ser un fracaso. Porque todos debemos ser iguales en oportunidades cuando nacemos (y es una causa por la que merece la pena luchar) pero queremos recibir de la sociedad en función de nuestros méritos individuales.
La inmensa mayoría de las personas, si reciben un premio en metálico, por ejemplo en la LOTO, usan ese dinero para mejorar su calidad de vida y quizás la de las personas que les rodean y tras eso, puede que una mínima parte vaya a desconocidos. Si actuamos así con un dinero que procede del azar, ¿cómo vamos a actuar con un dinero que procede de nuestro esfuerzo? No pidamos pues a las multinacionales que actúen de forma diferente a como actuaríamos nosotros ya que las empresas son inventos humanos dirigidas por humanos y quieren el máximo beneficio con el mínimo coste. Igual que nosotros, que queremos el mejor salario con la menor cantidad de horas de trabajo posibles. Así pues, considerar la estructura económica del mundo como algo ajeno a nosotros quizás no sea justo cuando la única gran diferencia es simplemente la escala.
Otra cosa es que nos guste o no…