En el artículo de ayer, acababamos con la frase (que feo es autocitarse, pero me viene muy bien) “Me queda el consuelo de que dentro de 1.000 años el sistema monetario será ultramoderno pero probablemente seguiremos con el mismo problema (…)” como de momento no podemos ver el futuro (salvo algún economista-astrólogo) tenemos o bien la opción de ver que ocurre en la economía de Star Trek o echar un vistazo a lo que ocurrió hace siglos, por aquello de que la historia se repite.
Así que, bellas doncellas y valientes caballeros, hoy nos toca ponernos el traje de época y viajar a la Inglaterra del siglo XIII, para lo cual os traduzco este interesante artículo.
Antes de 1212, los reyes ingleses tenían tratos ocasionales con las sociedades mercantes italianas, principalmente comprando bienes de uso para los hogares y acordando transferencias transoceánicas. Durante el reinado de Eduardo I (1272-1307), sin embargo, el rey comenzó una relación financiera con una sociedad mercantil particular, los Ricciardi de Luca . Desde 1275, los Ricciardi cobraron las recientemente creadas aduanas de exportaciones de lana que generaban cerca de 10.000 libras esterlinas al año, y también recibieron dinero de otras fuentes de procedencia real. A cambio, avanzaron importantes sumas en metálico a los reyes e hicieron pagos a terceros en nombre del rey, cuando así lo ordenaban las cartas reales. En total, entre 1272 y 1294, los Ricciardi estuvieron involucrados en una cantidad de desembolsos de cerca de 20.000 libras esterlinas al año, el equivalente a cerca de la mitad de los ingresos anuales normales del rey. Probablemente podemos comparar este acuerdo con una cuenta corriente moderna, a la que hay que añadir grandes facilidades en caso de descubierto (de hecho, Eduardo normalmente tenía un descubierto de unas 10.000 ó 20.000 libras esterlinas).
Esta relación tuvo grandes ventajas para ambas partes. Permitió al rey adelantar las retribuciones y suavizar las fluctuaciones estacionales de sus ingresos. Eduardo también disfrutó de accesos regulares a créditos, que le permitieron responder a sucesos inesperados o emprender caros proyectos sin la preocupación de mantener una gran reserva de dinero en metálico. A cambio, los Ricciardi recibieron algún retorno financiero en sus avances de dinero, aunque esto normalmente está oculto en las fuentes debido a que la usura estaba prohibida en la religión. Hemos calculado que, antes de 1294, Eduardo probablemente pudo pedir prestado con intereses de cerca del 15% al año. Es más, los Ricciardi se beneficiaron del favor real en sus tratos de negocios.
¿Cómo podían los Ricciardi y otras sociedades de mercaderes estar en una posición para poder hacer estos préstamos e inversiones? Sus fondos inicialmente procedían de los socios de la sociedad, que unieron su capital y recibieron partes proporcionales de los beneficios que iban obteniendo. Estas participaciones podían ser arriesgadas, porque los socios podían ser responsables personalmente por cualquier deuda que contrajera la sociedad. Ellos también recibían depósitos, en su mayoría procedentes de ciudadanos ricos de las ciudades-estado italianas (Hunt and Murray 1999). Además, los mercaderes italianos se beneficiaron del manejo de los impuestos papales recogidos en Inglaterra, y podríamos decir que este hecho jugó un papel vital en la formación de capital. En 1274 el papa impuso impuestos en el clero en toda Europa para pagar una nueva cruzada, que sumaron cerca de 150.000 libras esterlinas sólo en Inglaterra. Los Ricciardi fueron una de las sociedades mercantiles italianas que actuaron como banqueros papales y fueron responsables de recoger una porción (de cerca de 10.000 libras esterlinas) de los importes recogidos en Inglaterra. Esta suma habría cubierto la mayoría de los descubiertos reales.