El teorema de la recurrencia de Henri Poincaré nos dice que en un sistema con una cantidad finita de energía y confinado en un volumen espacial finito, volverá tras un tiempo lo suficientemente largo a un estado arbitrariamente próximo a su estado inicial. Básicamente, si el universo es finito, en algún momento muy lejano todo estará exactamente igual que ahora. Si lo pensamos, bajo este teorema, dentro de muchísimos billones de años tu estarás sentado delante de un PC leyendo este artículo. Inquietante ¿no?. El principal problema de este teorema es que el tiempo necesario para que esto ocurra puede llegar a ser mucho mayor que el que se predice como tiempo total de vida del universo, ya que el universo también se acabará.
Si en vez de hablar del universo, hablamos del dinero nos encontramos con algo similar aunque aquí el universo es mucho más pequeño y las cosas vuelven a su estado mucho más pronto. Son los ciclos económicos, aunque para ello no tenemos que recurrir a Poincare si no a la escuela austríaca que nos cuenta lo siguiente (año 1912) y seguro que os suena.
Generalmente los tipos de interés demasiados bajos estimulan la inversión por encima de lo justificado por el capital disponible. A medida que los inversores y las empresas, cargados de liquidez, pujan al alza los recursos productivos disponibles en la economía, suben los precios nominales hasta igualar la cantidad de dinero. Estas subidas descubren la mentira, revelan la ilusión monetaria y demuestran que dichas inversiones no eran rentables. En este momento sólo una nueva inyección monetaria puede evitar que explote la burbuja, prolongando la especulación y empeorando la mala asignación de los recursos, agravando las consecuencias de la inevitable crisis.
Las crisis son cíclicas simplemente porque es lo que tarda el hombre en olvidar sus errores y lo peor es que olvidamos también los errores que cometimos a la hora de atajarlas. Según los austriacos, la inyección de liquidez prolonga la crisis ya que no permite una corrección rápida. Volvemos a hacernos la pregunta de siempre ¿Están haciendo bien los bancos centrales?.
Así que para no olvidar, lo mejor es echar una mirada atrás para lo cual os recomiendo este artículo: Décimo aniversario de la crisis histórica en Rusia: en diez días el sistema financiero se desintegró.
El 10 de agosto de 1998, el barril de petróleo Brent, se situó por debajo de los 12 dólares. El 17 de agosto, Rusia tiró la toalla. Anunció su voluntad de devaluar su divisa, el rublo, y de posponer los pagos de su deuda, lo que supuso el colapso financiero ruso. “El detonante fue una caída del precio del petróleo. Puesto que se trataba de una exportación rusa clave; eso significaba grandes problemas para el Kremlin: de repente Rusia ya no podía permitirse pagar el interés de sus deudas”. Así, apenas 13 meses después de que la devaluación del baht tailandés desencadenara una crisis en el sudeste asiático, el sistema financiero internacional sufría una nueva sacudida.
El mercado de valores también se hundió. El índice RTS, que venía de subir un 141,8% en 1996 y un 97,9 en 1997, cedió un 85,1 en 1998.
Ciclos, ciclos y más ciclos. Lo bueno de todo esto, es que después de tantos que hemos pasado, los sobrevivimos cada vez mejor.