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Uber no posee ningún automóvil, pero facilita la movilidad urbana de miles de personas en cientos de ciudades alrededor del mundo. Airbnb no posee ninguna habitación, pero permite que millones de turistas consigan hospedaje económico en casi cualquier lugar del planeta. Alibaba no posee ningún inventario, pero da la posibilidad de que una persona pueda comprar y recibir en su domicilio productos que sólo se consiguen en otro continente. Kickstarter no ha invertido en ningún proyecto creativo, pero ha permitido que miles de esos proyectos consigan los fondos necesarios para llevarse a cabo.
Se trata del fenómeno de la economía de plataformas, o para decirlo en términos más modernos, economías de tipo-uber o uber-nomics. ¿De qué se trata esto? Las plataformas funcionan como una instancia intermedia que crea valor al poner en contacto a oferentes y demandantes de bienes y servicios. Gracias a la tecnología, ambas partes pueden estar conectadas de forma permanente y a muy bajo costo, facilitando la coordinación entre ambos y sorteando las rigideces que los mercados tradicionales llevan consigo. El ejemplo Uber: en los picos de demanda, como puede ser un viernes lluvioso en microcentro a las 18hs en el que los pasajeros estarían de acuerdo con pagar un poco más a cambio de reducir el tiempo de espera, las tarifas son más altas para hacer atractivo para más choferes tomar viajes. Y por el contrario, los momentos en los que hay poca demanda de viajes y los choferes preferirían cobrar un poco menos con tal de reducir el tiempo de circulación sin pasajero, las tarifas bajan. Esta flexibilidad no está presente en el sistema tradicional de taxis, cuya tarifa está regulada y no se ve afectada por variaciones en la demanda. El ejemplo Airbnb también es útil: en épocas de Mundial de Fútbol o Juegos Olímpicos, es una tentación para los residentes locales alquilar una habitación de su casa para algún turista y recibir así un ingreso extra; además no tendría sentido construir más hoteles si el pico de demanda se dará una sola vez. Si enmarcamos esto dentro de la creciente tendencia a la búsqueda de un escenario laboral más flexible, al aumento de trabajadores free lance, y a la deslocalización y virtualización del empleo, encontraremos buenas razones que justifican las transformaciones que estamos viendo en incontables industrias.
Pero Airbnb o Uber representan tan sólo la punta del iceberg en el creciente mundo de la economía de plataformas. Estamos ante un fenómeno de gran importancia y enorme potencial, lo cual obliga al statu quo a preguntarse cómo funcionaría su industria si una plataforma irrumpiera en la misma.
La respuesta que hemos visto por parte del gremio de los taxistas en la Capital Federal no parece ser la más adecuada. Si bien a fuerza protestas y cortes de calle han logrado que el gobierno porteño se pronuncie en contra del funcionamiento de la plataforma, el resto de las compañías tradicionales no siempre podrán defenderse de este nuevo modelo de negocios recurriendo únicamente a la fuerza inquisitiva de la regulación.
Las plataformas seguirán apareciendo en una cantidad cada vez mayor de mercados, y por su dinámica de innovación y cambio permanente, no puede esperarse que queden enmarcadas dentro de las regulaciones actuales y eso sea suficiente para que, en caso de corresponder, la justicia actúe en defensa de aquellos que supieron conquistar el mercado con antelación. Por ejemplo, recientemente Google, Ford y la mismísima Uber se asociaron para potenciar el desarrollo de los automóviles autónomos, cuyas ventajas serían combinadas con las bondades propias –recientemente mencionadas- de la plataforma Uber. Este tipo de desarrollos harán cada vez más costoso el truncamiento en la adopción de las nuevas tecnologías, dado que la eficiencia relativa de los mismos crece a pasos a agigantados, obligando a redefinir numerosas cuestiones vinculadas a sectores que hasta el momento han tenido “la vaca atada”.
Para las empresas productoras de bienes y servicios, la estrategia a seguir debería ser la de aprovechar la fuerza de las plataformas en beneficio propio. Las discográficas que entendieron esto se asociaron rápidamente a iTunes y se reposicionaron en el mercado. Las que no, fueron víctimas del formato mp3 y hoy descansan en paz.
Los gobiernos y las agencias de recaudación impositivas también deben actuar rápido y ser capaces de adaptar la legislación a los tiempos que corren. Si bien es inevitable que la regulación corra desde atrás a las nuevas prácticas, no es conveniente (ni justo) que las mismas actividades que ahora se realizan por otros canales, queden sin taxear.
Los grandes beneficiarios de este cambio son los consumidores. Nunca en la historia fue tan fácil acceder a una gama tan amplia de bienes y servicios, ni nunca antes se había tenido la posibilidad de comparar los precios de una cantidad enorme de proveedores de forma instantánea.
Sin dudas estamos viviendo una época de grandes cambios. Que los mismos tengan un efecto positivo en el bienestar de la población depende de cómo aprovechen esta oportunidad los diversos actores del juego.
Oikos Buenos Aires | Economía y FinanzasOikos Buenos Aires | Economía y Finanzas
Uber no posee ningún automóvil, pero facilita la movilidad urbana de miles de personas en cientos de ciudades alrededor del mundo. Airbnb no posee ninguna habitación, pero permite que millones de turistas consigan hospedaje económico en casi cualquier lugar del planeta. Alibaba no posee ningún inventario, pero da la posibilidad de que una persona pueda comprar y recibir en su domicilio productos que sólo se consiguen en otro continente. Kickstarter no ha invertido en ningún proyecto creativo, pero ha permitido que miles de esos proyectos consigan los fondos necesarios para llevarse a cabo.
Se trata del fenómeno de la economía de plataformas, o para decirlo en términos más modernos, economías de tipo-uber o uber-nomics. ¿De qué se trata esto? Las plataformas funcionan como una instancia intermedia que crea valor al poner en contacto a oferentes y demandantes de bienes y servicios. Gracias a la tecnología, ambas partes pueden estar conectadas de forma permanente y a muy bajo costo, facilitando la coordinación entre ambos y sorteando las rigideces que los mercados tradicionales llevan consigo. El ejemplo Uber: en los picos de demanda, como puede ser un viernes lluvioso en microcentro a las 18hs en el que los pasajeros estarían de acuerdo con pagar un poco más a cambio de reducir el tiempo de espera, las tarifas son más altas para hacer atractivo para más choferes tomar viajes. Y por el contrario, los momentos en los que hay poca demanda de viajes y los choferes preferirían cobrar un poco menos con tal de reducir el tiempo de circulación sin pasajero, las tarifas bajan. Esta flexibilidad no está presente en el sistema tradicional de taxis, cuya tarifa está regulada y no se ve afectada por variaciones en la demanda. El ejemplo Airbnb también es útil: en épocas de Mundial de Fútbol o Juegos Olímpicos, es una tentación para los residentes locales alquilar una habitación de su casa para algún turista y recibir así un ingreso extra; además no tendría sentido construir más hoteles si el pico de demanda se dará una sola vez. Si enmarcamos esto dentro de la creciente tendencia a la búsqueda de un escenario laboral más flexible, al aumento de trabajadores free lance, y a la deslocalización y virtualización del empleo, encontraremos buenas razones que justifican las transformaciones que estamos viendo en incontables industrias.
Pero Airbnb o Uber representan tan sólo la punta del iceberg en el creciente mundo de la economía de plataformas. Estamos ante un fenómeno de gran importancia y enorme potencial, lo cual obliga al statu quo a preguntarse cómo funcionaría su industria si una plataforma irrumpiera en la misma.
La respuesta que hemos visto por parte del gremio de los taxistas en la Capital Federal no parece ser la más adecuada. Si bien a fuerza protestas y cortes de calle han logrado que el gobierno porteño se pronuncie en contra del funcionamiento de la plataforma, el resto de las compañías tradicionales no siempre podrán defenderse de este nuevo modelo de negocios recurriendo únicamente a la fuerza inquisitiva de la regulación.
Las plataformas seguirán apareciendo en una cantidad cada vez mayor de mercados, y por su dinámica de innovación y cambio permanente, no puede esperarse que queden enmarcadas dentro de las regulaciones actuales y eso sea suficiente para que, en caso de corresponder, la justicia actúe en defensa de aquellos que supieron conquistar el mercado con antelación. Por ejemplo, recientemente Google, Ford y la mismísima Uber se asociaron para potenciar el desarrollo de los automóviles autónomos, cuyas ventajas serían combinadas con las bondades propias –recientemente mencionadas- de la plataforma Uber. Este tipo de desarrollos harán cada vez más costoso el truncamiento en la adopción de las nuevas tecnologías, dado que la eficiencia relativa de los mismos crece a pasos a agigantados, obligando a redefinir numerosas cuestiones vinculadas a sectores que hasta el momento han tenido “la vaca atada”.
Para las empresas productoras de bienes y servicios, la estrategia a seguir debería ser la de aprovechar la fuerza de las plataformas en beneficio propio. Las discográficas que entendieron esto se asociaron rápidamente a iTunes y se reposicionaron en el mercado. Las que no, fueron víctimas del formato mp3 y hoy descansan en paz.
Los gobiernos y las agencias de recaudación impositivas también deben actuar rápido y ser capaces de adaptar la legislación a los tiempos que corren. Si bien es inevitable que la regulación corra desde atrás a las nuevas prácticas, no es conveniente (ni justo) que las mismas actividades que ahora se realizan por otros canales, queden sin taxear.
Los grandes beneficiarios de este cambio son los consumidores. Nunca en la historia fue tan fácil acceder a una gama tan amplia de bienes y servicios, ni nunca antes se había tenido la posibilidad de comparar los precios de una cantidad enorme de proveedores de forma instantánea.
Sin dudas estamos viviendo una época de grandes cambios. Que los mismos tengan un efecto positivo en el bienestar de la población depende de cómo aprovechen esta oportunidad los diversos actores del juego.
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