Más regulación, más y mejor supervisión

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Hace no mucho, la separación de la supervisión financiera y la política monetaria estaba de moda en varios países. Algunos países –como el Reino Unido y Australia—llegaron incluso a desagregar estas funciones asignando la responsabilidad de la estabilidad financiera a agencias especializadas y alejando a sus bancos centrales de todas las cuestiones de supervisión financiera. Sin embargo, a raíz de la crisis financiera global, ha sido necesario reunir la supervisión financiera y la gestión macroeconómica.

Este acercamiento es consecuencia del reconocimiento cada vez más generalizado de que los ciclos de los precios de los activos deben tomarse en cuenta tanto para la gestión macroeconómica como para la supervisión financiera. Antes de la crisis, se consideraba que los ciclos de precios de los activos eran esencialmente inofensivos o, al menos, como un canal de política monetaria relativamente insignificante. Aunque se reconocía que frecuentemente surgían burbujas de los precios, la mayoría de los observadores creían que los esfuerzos para detectarlas y abordarlas en una etapa temprana serían imposibles –y potencialmente dañinos. Los recortes de las tasas de interés después de que estallaran las burbujas sería una forma más segura de proteger la economía.

El plan dominante de política era aproximadamente el siguiente: las autoridades monetarias se centraban en los objetivos de inflación al establecer las tasas de interés y eso debía ser suficiente para mantener la estabilidad de los precios y el crecimiento económico casi a su nivel potencial. En cuanto a la supervisión financiera, la estabilidad quedaría garantizada al asegurar que cada institución financiera adoptara reglas cautelares sólidas para preservar reservas de capital proporcionales a su exposición al riesgo. Si bien los bancos centrales se encargarían de mantener niveles adecuados de liquidez en el sistema, los llamados reglamentos financieros "microcautelares" deberían supervisar independientemente la solidez de las instituciones y la protección de los depositantes.

La crisis ha acabado con la idea de que las normas microcautelares bien diseñadas son suficientes. Ahora se reconoce cada vez más que la naturaleza cíclica de la evaluación del riesgo que encarnan esas normas bien puede reforzar aumentos significativos de los precios de los activos (por ejemplo en los bienes inmuebles o el capital existente).

Lo que esto significa es más simple de lo que parece: se tiende a considerar que el valor creciente de las garantías ofrece probabilidades mayores de reembolso. Además, si las instituciones financieras se ciñen a sus propias evaluaciones del riesgo para estimar las reservas de capital adecuadas, el costo de esas disposiciones disminuye. Las mejores perspectivas de reembolso y los costos menores del capital relacionados con la reglamentación alimentan entonces el financiamiento basado en activos o una mayor adquisición de activos.

Si surgen burbujas de los precios de los activos, las hojas de balance pueden parecer sanas individualmente, pero toda la red interconectada de estructuras activos-pasivos se hará cada vez más dependiente de las garantías sobrevaluadas y, por lo tanto, más vulnerable al contagio financiero. El colapso de esa red –mediante el pánico, las corridas contra las instituciones financieras, las ventas de urgencia, la contracción del crédito y cosas parecidas—se convierte en una pesadilla tanto para los supervisores financieros como para las autoridades monetarias.

Además, los riesgos sistémicos que potencialmente se crean durante los períodos de auge de los precios de los activos escapan al ámbito de aplicación de las normas macrocautelares. En las economías avanzadas que estuvieron en el centro de la reciente crisis financiera, las normas, implícitas o explícitas, de los regímenes que fijaban objetivos de inflación estrictos condujeron a que las autoridades se mantuvieran firmes mientras se creaba una enorme pirámide de deuda sobre la base de garantías sobrevaluadas. Ahora se considera que los riesgos financieros son lo suficientemente importantes para que en la gestión macroeconómica se justifiquen estructuras reglamentarias que vayan más allá de las de la supervisión microcautelar.

Con respecto a la supervisión financiera, desde la crisis ha habido un apoyo creciente a los requisitos de capital anticíclicos, al menos para los bancos. Las reservas de capital para absorber las pérdidas durante el ciclo de desaceleración se pueden crear más fácilmente durante el auge. Además, al aumentar los costos de capital relacionados con la reglamentación durante el auge se introduciría cierto contrapeso a la orientación procíclica que es intrínseca a los sistemas financieros.

Es probable que esos requisitos de capital anticíclicos se agreguen al conjunto de herramientas de las normas y políticas macrocautelares, cuya utilización ha aumentado a medida que el entusiasmo por la supervisión financiera ligera ha disminuido. Esas herramientas incluyen límites de los coeficientes préstamo-valor vinculados a las características del prestatario; límites directos a la falta de coincidencia entre las divisas y los vencimientos en las hojas de balance de las instituciones financieras; límites a las interrelaciones entre sus hojas de balance; y requisitos de reservas mínimas para instrumentos financieros específicos.

No obstante, más allá de las normas de capital, la política monetaria y la supervisión financiera deben cooperar estrechamente en lo que se refiere a la gestión de la liquidez, sobre todo mediante mecanismos de crédito. Dada la capacidad que han demostrado los sistemas financieros modernos para crear (y destruir) liquidez de manera endógena –mediante la innovación financiera y la movilidad global—puede hacerse más difícil lograr la estabilidad financiera y macroeconómica si no se usan de manera uniforme loas instrumentos monetarios y las herramientas macrocautelares. La armonización de las políticas, y no su separación, parece ser la clave de los finales cíclicos felices.

Otaviano Canuto, vicepresidente para la Reducción de la Pobreza y Gestión Económica del Banco Mundial
 
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