Aunque con un cierto retraso en comparación con otros países, en el nuestro también se van cumpliendo algunas de las profecías que se hicieron con la aparición de internet por allá plena burbuja de las dotcom. Entre ellas, la que habla del cambio de modelo de negocio que la entrada de las nuevas tecnologías supondría para diversos sectores de la economía.
En lo que se refiere al pequeño comercio, uno de los semilleros de empleo en España, son dos los grandes problemas a los que el sector ha de hacer frente:
Por un lado, el auge del comercio electrónico. Portales de comercio electrónico, con cada vez más y más variada oferta, detraen cada vez más clientes al sector. Éstos, cautivados por precios más económicos, facilidades de pago y la comodidad de hacer las compras desde el sofá de casa, son cada vez más reacios a llevar a cabo la aventura de ir físicamente de compras.
Las ventajas para que la venta online se afiance frente al pequeño comercio son muchas y conocidas:
- Amplio abanico de opciones y plataformas donde escoger.
- Fácil acceso a los productos y servicios, que en muchas ocasiones no se encuentran en el establecimiento físico.
- Comodidad para quien compra y quien vende.
- Optimización del tiempo para comerciantes y clientes.
- Ahorro para los negocios que se instalan únicamente en Internet evitando todos los gastos de un local.
- Ampliación exponencial de clientes potenciales a los que es más fácil llegar sean de donde sean.
- El crecimiento exponencial del sector de las telecomunicaciones, que da soporte al proceso de implantación del modelo online.
A lo que hay que unirle la bendición de los gobiernos, que entienden que los consumidores están más protegidos en sus compras por internet, ya que fomenta la competencia al permitir la entrada a empresas de todos los tamaños y de cualquier lugar del mundo.
El segundo varapalo que está soportando el pequeño comercio es que la protección establecida por la Ley de Arrendamientos Urbanos en 1994 por un periodo de veinte años y que afectaba a los contratos firmados antes del 9 de mayo de 1985 ya ha desaparecido. La moratoria del 94, se creó con el objetivo de proteger al pequeño comercio y, en especial, a los que se encuentran en los centros de las ciudades, en un contexto de crisis económica. Pero el fin de ese periodo de gracia se produjo en uno de los peores momentos para el pequeño comercio, con una caída continuada de las ventas que hizo inviable la continuidad de muchos de ellos.
Los locales más afectados por el aumento de los alquileres son aquellos con menos de 2.500 metros cuadrados en los que se ejerzan actividades comerciales, hostelería, restauración, talleres de reparación de vehículos y electrodomésticos, entre otros, o cualquier actividad distinta, siempre que la cuota de Impuesto de Actividades Económicas sea inferior a 510,86 euros. En éstos el incremento del arrendamiento puede multiplicarse hasta por 10, dependiendo de la zona concreta.
Esto motivaría el deterioro de los cascos históricos de las ciudades (algo que ya estamos viendo), ya que muchos locales podrían no volver ya a alquilarse y, los que lo hicieran, lo serían por cadenas de franquicias.
Evidentemente, esta será una transformación paulatina, ya que pueden seguir disfrutando de su renta antigua los contratos de alquiler firmados por personas físicas, en cuyo caso, el contrato se mantendrá hasta la jubilación o fallecimiento del comerciante, salvo que deje la actividad a su pareja. Esto no será así si el negocio se transfiere a los hijos. También pueden alargar la renta antigua hasta enero de 2.020 aquellos locales que hayan sido traspasados en los diez años anteriores a la entrada en vigor de la LAU (1995). Aun así, ya es común ver centros comerciales que no logran el 100% de la ocupación o locales en zonas comerciales de las ciudades con un eterno cartel de “Se Alquila”.
¿Cómo se está defendiendo el pequeño comercio de estas dos losas? Pues depende de cómo se entienda, para algunos es defenderse y para otros alargar su agonía.
Está claro que el pequeño comercio representa un modelo de distribución de la riqueza más justo, contribuyendo en mayor medida a la economía local, a la vida de barrio y al tránsito de los vecinos por las calles aportando mayor seguridad a las mismas. Pero su principal beneficio es su principal desventaja: para conseguir un mismo volumen de ventas, éste requiere considerablemente mayores necesidades en puestos de trabajo que en la gran distribución, siendo, generalmente, empleo de mayor calidad al estar más profesionalizado.
Y aunque todo el mundo da por sentado que el pequeño comercio es una de las bases del empleo, el que más y el que menos maximiza su beneficio acudiendo cada vez más a la compra online, por lo que las campañas de concienciación no servirían de nada. En este sentido, algunas ideas como generar una imagen común para los establecimientos, crear materiales como bolsas de la compra permanentes, realizar vídeos virales, organizar actividades en los colegios, concursos de dibujos o relatos, charlas en las asociaciones de vecinos o actividades culturales en los mercados, ya se han hecho y su impacto ha sido limitado.
En cualquier caso, se puede seguir profundizando en este objetivo de fidelización de la clientela mediante diferenciación del pequeño comercio con el impulso de valores sociales y ambientales. Para ello, se pueden ir impulsado distintos programas con estos fines, en los que participen estos establecimientos, que deberán ir acompañados de campañas de difusión que contribuyan a que el consumidor mejore la percepción de este tipo de comercio. Algunos ejemplos, podrían ser:
- Fomentar la venta de productos locales y los circuitos cortos de comercialización.
- Buscar estrategias comunes para la contratación de personas que lleven a cabo la entrega a domicilio.
- Fomentar valores adicionales al propio producto que vayan encaminados a una economía más sostenible, bien a través de un producto más natural y con menos productos químicos, bien a través de un envasado más sencillo y menos contaminante.
La participación en este tipo de programas, en principio, puede no ser muy atractivo para muchos pequeños comerciantes que bastantes energías gastan ya en sobrevivir. Sin embargo, hay que hacer hincapié en que la acción colectiva tiene mucho más valor, y posibilidad de éxito, que la individual, sobre todo si se dirigen los esfuerzos a reafirmarse frente a los que han pasado a ser los verdaderos competidores. También resulta fundamental la implicación de las administraciones públicas, que deben apostar por el pequeño comercio como una forma de recuperar empleo. Y es que, si se está manteniendo el nivel de consumo, es a base de reproducir un modelo de producción y distribución de bajo coste que implica reducir constantemente las necesidades de puestos de trabajo y precarizar el existente.