Hace unos 200 años los seres humanos descubrimos que podíamos utilizar la energía solar fósil almacenada en el carbón y en el petróleo. Las aplicaciones de tal descubrimiento han sido tantas, y tan variadas, que se comenzó una etapa de crecimiento económico y avances sociales como nunca antes en la historia.
Pero en este mundo nada es gratuito, aunque a veces cueste ver el precio a pagar. Consecuencia de esa extracción de energía solar fósil es el cambio climático y la polución del aire. Problemas que además se agravan debido a la codicia humana que, sin ir más lejos, comenzó a utilizar un producto de desecho, como es el gasóleo, y fomentar su uso vía subvenciones, con el fin de exprimir al máximo el proceso de refinado del petróleo.
La contaminación más dañina de los vehículos tiene dos partes. Los óxidos de nitrógeno y las partículas en suspensión. Los óxidos de nitrógeno son precursores del ácido nítrico, uno de los productos químicos más agresivos que conocemos. Se producen en la quema de cualquier combustible, pero se generan más óxidos en la quema del aceite (gasóleo, aceite de petróleo) puesto que este arde dentro de los cilindros a mayor temperatura que la gasolina.
En cuanto a las partículas en suspensión salen al aire en los gases de escape de los motores del ciclo diésel de gasóleo. En el proceso del refino del petróleo, la gama que va desde los hidrocarburos pesados hasta llegar al alquitrán, contienen, cada vez en mayor medida, estas partículas en suspensión. Con su combustión pasan a la atmósfera.
Ya hace alrededor de una década las autoridades europeas decidieron que los gases de escape de los motores diésel de gasóleo eran extremadamente dañinos y forzaron a las refinerías a filtrar las partículas en suspensión en el gasóleo de diámetro mayor de 2,5 micras, pero el gasóleo sigue teniendo, en abundancia, partículas menores de ese diámetro. Esas partículas siguen saliendo por los tubos de escape de los motores diésel, pero ya no disparan las alertas en los análisis de los gases de salida. Sin embargo, son esas micro partículas las que se acumulan en nuestros pulmones.
Ante la contaminación, algunas autoridades municipales, por hacer algo, toman medidas absolutamente inútiles, como hacer calles peatonales, o restringir la circulación en ciertas zonas de la ciudad de los coches de matrículas pares o impares en los días correspondientes.
La medida ya es ineficaz si se mantiene durante meses, pero es absolutamente inoperante si se hace un solo día. Los óxidos de nitrógeno se mantienen dos días en el aire y las micro partículas durante semanas. Además, lo que importa es la acumulación de las sustancias dañinas. A más concentración de las mismas, la acumulación en los pulmones de la población es más rápida, pero ésta sigue existiendo.
Por tanto, la solución al problema pasa por eliminar el uso de gasóleo de una manera paulatina en 10 años. Los coches no suelen durar más de ese tiempo, y si su precio se incrementa al doble por ataque al medio ambiente y a la salud de las personas, éstas dejarán de comprarlos. De la misma manera que durante años se subvencionó el gasóleo reduciendo artificialmente su precio, hoy se puede poner su precio al doble del de la gasolina.
Pero ¿hasta qué punto es grave el problema?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha lanzado una alerta por la pobre calidad del aire en las zonas urbanas de todo el planeta que “está matando a millones y colapsando los sistemas sanitarios”. Esta conclusión se produce a la luz de los datos analizados en 2.000 ciudades y que corroboran el grave deterioro de la calidad del aire en la mayoría de las zonas urbanas del planeta desde el 2014, principalmente como resultado de las emisiones del tráfico y de las centrales térmicas de combustibles fósiles (con el polvo de las construcciones y la madera quemada en las casas como factores también decisivos en los países emergentes).
Según datos de la ONU, la contaminación en las ciudades contribuye a casi 3,4 millones de muertes prematuras en todo el mundo cada año y es un factor decisivo en las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como en los ictus cerebrales. La mayoría de las muertes se producen en los núcleos urbanos de China (1,4 millones), seguidos de la India (645.000) y Pakistán (100.000). Pero en Europa, no deja de ser preocupante, donde se estima que se producen 432.000 muertes prematuras al año por la contaminación (más un coste calculado en 1,4 billones de euros para los sistemas sanitarios). En España (PDF), las estimaciones rondan las 27.000 muertes anuales. Esto se traduce en un aumento de los costes sanitarios derivados de la contaminación atmosférica en unos 46.000 millones de euros, según un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud. Sin contar los daños provocados sobre los cultivos y los ecosistemas naturales, que también implican costes económicos.
Pero, ¿qué se está haciendo, y qué se puede hacer en España para reducir los niveles tan elevados de contaminación actuales, teniendo en cuenta además que el tráfico es el elemento que más influye en la calidad del aire?
Aparte de continuar y profundizar en las medidas de información, medición y sensibilización, que buscarían el fomento del uso de alternativas más ecológicas al transporte actual (como puede ser un transporte público más eficaz o penalizar el uso del privado), el principal caballo de batalla debería ser el fomento del coche eléctrico, lo que liberaría a las ciudades de su principal foco contaminador. Sobre todo, si esta implantación se combina con la producción eléctrica con energías renovables.
Sin ir más lejos, el éxito de empresas de alquiler de vehículos eléctricos por horas en Madrid apunta que se puede estimular el uso de coches eléctricos, como coches de usar y dejar y como leasing a los conductores. Para ello sería preciso instalar cargadores eléctricos en todas las calles de las ciudades. Si esto se complementa con una oferta de transporte público más eficiente y económica, el resultado sería, por las meras leyes de mercado, que las personas dejen sus coches particulares y prefieran los eléctricos públicos.
Evidentemente, la resistencia sería terrible, como la hubo en su día a la implantación de los vehículos de tracción mecánica, sin embargo, hay que entender que esto sería como en cualquier cambio en el modelo productivo de una sociedad. Al fin y al cabo, a los fabricantes de coches les da lo mismo vender motores de gasolina que de gasóleo. No pierden por cambiar de tipo de motor. Y esos mismos fabricantes están ya lanzados a producir coches eléctricos. Estos son aún hoy algo caros, pero también lo eran los primeros coches de motor de explosión. La fabricación en masa de coches eléctricos, como la de cualquier producto, bajará los precios de manera tremenda. Además de que el aumento de la demanda provocará la implementación de avances tecnológicos que abaratarán aún más los precios.
Las que se opondrán con uñas y dientes serán las empresas petroleras. Pero éstas ya ven venir el futuro, y no son pocos los proyectos de producción de energías alternativas que empiezan a ser financiados por ellas, ya que entienden que, si no avanzan en ese sentido, en pocas décadas desaparecerán.
Por tanto, podríamos estar hablando de un cambio en un modelo productivo que, como cualquier substitución tecnológica, generará miles de puestos de trabajo cualificado y destruirá otros muchos. Y una de sus primeras consecuencias sería eliminar la contaminación en las ciudades de forma asequible económicamente, generadora de empleo, en un plazo de 10 años.