Si hay un programa de televisión que no me canso de ver por muchas veces que lo repitan es “los años del Nodo” en el que se pueden encontrar imágenes reales de España desde los años 40 a los 70 del siglo pasado. Es por mi afición, ya confesada, a la Historia pero sobre todo porque me encanta la posibilidad de acercarme a ser testigo de los hechos. Y es que es importante saber de dónde venimos para poder juzgar la situación actual.Mucho de lo que creemos conocer y mucho de lo que valoramos es gracias a nuestra capacidad para comparar. Si nunca hemos visto a un malabarista, seguramente nos sorprendamos de la habilidad de alguien que consigue mantener en el aire 3 naranjas a la vez; sin embargo, si vemos a esa misma persona tras haber asistido a un espectáculo del Circo del Sol es posible que le critiquemos por sus escasas habilidades. A la hora de juzgar la situación española pasa lo mismo, caemos en la tentación de compararla con 2007 cuando aquello fue la excepción. Hay muchos motivos para estar enfadados, muchos para ser muy críticos pero no debemos olvidar lo mucho que España ha avanzado en unas décadas. No hablo sólo de economía, la propia libertad de expresión que damos por hecha en la actualidad, es algo de lo que carecieron nuestros padres o abuelos (depende de la edad) la mayor parte de su vida. Yo nací en los ´70, he vivido -en teoría- la mejor época y aun así, de niño me pegaban, sólo había dos canales de televisión y sólo durante algunas horas, recuerdo la escasa variedad en los supermercados de marcas y productos antes de nuestro ingreso en la UE, no dejaban a los matrimonios divorciarse, era obligatorio hacer el servicio militar… y en general llevábamos un gran retraso –junto a Grecia y Portugal- respecto a los países más modernos de Europa cuya brecha se había recortado en gran parte cuando comenzamos el actual siglo. E incluso de entonces a ahora que la sociedad española es mucho más pesimista, no todo ha empeorado, por ejemplo el grave problema del terrorismo –que mi generación ha padecido la mayor parte de su vida- prácticamente ha desaparecido. Destacar los enormes cambios sociales, culturales, económicos, sociológicos… daría para varios libros y en general el balance del periodo que se inició con la Transición ha resultado positivo. Por supuesto pudo ser mejor pero como no podemos cambiar el pasado, sólo lo cito porque es necesaria una perspectiva temporal que no se circunscriba sólo a la actual crisis.
Cuando nació la peseta su cambio respecto al franco francés era de 1 a 1 ya que ambas tenían 5 gramos de plata. Teniendo en cuenta que cuando en 2002 pasaron ambas a euros hacían falta 25 pesetas para conseguir un franco, significa que en 144 años nuestra moneda se devaluó respecto a la del país vecino un 2500%. Como pasa con la inflación, que poco a poco nos va comiendo los ahorros sin apenas darnos cuenta, las sucesivas devaluaciones que vivió la peseta fueron menguando el valor de nuestra antigua moneda. No obstante, sin cambios de nombre y dentro del país, todo ese proceso apenas era percibido por la población, como igualmente ocurrió con liras, dracmas, escudos etc. en sus respectivos países e incluso con el propio franco francés, también devaluado en algunos momentos de su historia. El € ofrecía la ventaja de que ningún gobierno podría jugar más con el valor de la divisa en que estaban denominados nuestros ahorros porque no podía recurrir a la devaluación lo que significaba que debían hacerlo excepcionalmente bien, vigilando las finanzas públicas con mucho cuidado ya que los juegos de política monetaria se habían acabado. Para más inri, nuestro nuevo banco central, BCE, tenía -y tiene- como principal objetivo contener la inflación por lo que el crecimiento y sostenibilidad de un país miembro sólo se podía conseguir con una correcta política económica y presupuestaria…y si acaso con alguna ayuda de otros miembros de la UE (por ejemplo los fondos estructurales para corregir desequilibrios). Lástima que todo eso haya sido traicionado. El caso es que en los primeros años del € en España parecía que la receta funcionaba y llegamos a 2007 con superávit presupuestario y una de las tasas eurozoneras más bajas de deuda pública en relación al PIB (42%) no gracias a una especialmente buena gestión de nuestros políticos -en todos los niveles de la Administración- sino sobre todo por el fuerte incremento de los ingresos provocado por un crecimiento económico por encima de la media europea. ¿Cómo se consiguió esto? Gracias a la burbuja inmobiliaria que creó empleo, altas recaudaciones en las administraciones públicas y una elevación del precio de la vivienda que -¡oh, hadas de la estadística!- no alteraba el IPC.
Aquí quizás convendría hacer un inciso sobre la burbuja inmobiliaria. Cierto que también la hubo en Polonia o en Reino Unido pero la entrada en el € ayudó bastante al tamaño que alcanzó en nuestro país. La tradición española de tener vivienda en propiedad ayudó pero como decisión personal de inversión no parecía tan descabellado hacerlo y de hecho prácticamente todo el que compró antes de hace 10 años en la actualidad tiene una propiedad al mismo valor o superior al que tenía entonces y además lleva ahorrándose un alquiler todo este tiempo. El mismo razonamiento lo podemos aplicar a las empresas y en general al sector privado y su excesivo endeudamiento. El problema es que una buena decisión individual puede ser nefasta si la hace todo el mundo y ahí es donde falló la labor supervisora de nuestras autoridades que, viendo el panorama en su conjunto, debían haber frenado –en lugar de inducir por ejemplo con deducciones fiscales- ese endeudamiento masivo de la sociedad española. Y cuando hablo de autoridades me refiero a alcaldes, presidentes autonómicos, gobierno central, Banco de España e incluso BCE y la UE que estaban viendo un exceso de flujos de un lado de Europa al otro que no era sano. Y ahí entra la banca. La banca española fue irresponsable en la concesión de créditos a promotoras (no tanto a hipotecados ya que las leyes les aseguran altas posibilidades de cobro), inmobiliarias y a otros muchos negocios y por eso fueron culpables de la crisis pero en el fondo cayeron en la misma trampa que sus clientes: se metieron en deudas a largo plazo porque otros bancos europeos y sobre todo BCE les prestaban mucho dinero muy barato a corto plazo. De nuevo los supervisores europeos no pusieron ninguna traba a este más que evidente desequilibrio que por cierto, sigue vigente.
Y es que las culpas hay que repartirlas. En España la burbuja inmobiliaria no fue obra de inversores extranjeros pero sí fue financiada por la banca extranjera –y por BCE- que fue la que proporcionó liquidez a nuestro sistema financiero. La irresponsabilidad de tomar fondos en el corto plazo para prestarlos en el largo plazo fue un error pero ¿qué banco del mundo no sigue haciéndolo? Si se dan tantas facilidades, es muy difícil sustraerse. Y no quiero exculpar a nadie, se midieron muy mal los riesgos pero hay que entender el factor humano. Si un director de una sucursal negaba un crédito relacionado con el sector de la vivienda antes de 2007, perdía al cliente que encontraba esa financiación en otra entidad y al final se estaba jugando su propio empleo. Lo mismo se puede decir de los políticos: en general lo hicieron fatal pero incluso siendo conscientes del peligro de la burbuja frenar una actividad económica que tantos beneficios generaba en todos los ámbitos no hubiera sido nada fácil: ¿cómo explicar al electorado que era mejor limitar algo que estaba llevando al país a su máximo histórico de ocupados? ¿Qué alcalde iba a renunciar a los ingresos que le proporcionaban tanta compra-venta de viviendas o la recalificación de suelo? Cierto que debieron ser todos más responsables y puesto que ejercían la autoridad, tomar medidas: el sector financiero reducir el porcentaje de hipotecas, ser más estrictos en las tasaciones, establecer un límite de años –ampliando la vida de las hipotecas se convenció a muchos clientes que una cuota mensual era mejor que un alquiler- etc. (el Banco de España tiene mucha responsabilidad en todo esto) y los políticos limitar la especulación inmobiliaria y sobre todo cambiar el modelo productivo para no fiar casi todo el crecimiento económico al ladrillo. Desde luego son mucho más culpables que el hombre de la calle sin formación financiera (algo de lo que también es responsable el programa de estudios implantado por políticos) que se creyó el ambiente optimista que las autoridades –nacionales y eurozoneras- transmitían.
A cambio de todos estos efectos tan positivos para los datos macro en el corto plazo, las deudas privadas y bancarias se dispararon con el agravante de que nos acostumbramos a un flujo de dinero -en general procedente del exterior- en el que se basaba nuestra capacidad de endeudamiento pues la idea no era reducir deuda sino aprovechar los tipos de interés baratos -obra y gracia de BCE- y el crédito fácil -obra y gracia de la codicia y la falta de supervisión- para seguir renovando la deuda con más deuda. Por cierto, como ahora. Tan en la inopia estábamos que ya iniciada hacía meses la actual crisis mundial y con el sector privado empezando a sentir las restricciones de liquidez, nuestro gobierno aún presumía de la fortaleza de nuestra banca, negaba la mayor y no previó que los ingresos iban a menguar tanto que habría que ajustar los gastos. El descalabro fue tal que con apenas unos pocos años de fuerte desajuste presupuestario (déficit) nuestro ratio deuda pública/PIB ya coquetea con el 100%. Una pena porque si hubo un país en la Eurozona que no aprovechó los mejores años económicos de este siglo para aumentar su déficit presupuestario y disparar su deuda pública fue España. Durante varios de los 8 años en los que el hoy denostado Rato dirigió la economía y los 3 primeros años de Solbes las cuentas públicas españolas fueron ejemplares y aunque –como dije antes- el mérito viene de los enormes ingresos propiciados por la burbuja inmobiliaria, si las comparamos con el desastre griego, portugués o italiano nuestros gestores políticos –culpables de tantas cosas- salen bien parados.
Una pena que se respondiera tan mal a la crisis.
PD – Durante julio y agosto publicaré fragmentos de mi libro Especulando con la crisis, el de hoy es uno de ellos.