En 2009 comenzó un ambicioso proyecto de la armada española consistente en el cartografiado de los fondos marinos de nuestras costas con especial interés en las localizaciones de barcos hundidos. Este interés vino motivado por dos principales causas: por un lado el episodio vivido con el “Caso Odissey”, en el que la pasividad del gobierno permitió el expolio de 500.000 monedas de oro de los restos de un barco hundido en el golfo de Cádiz, que sólo se recuperó tras un largo proceso judicial; por otro lado, la situación de crisis, que hace que las estimaciones de riquezas por valor de más de 100.000 millones de euros hundidas en nuestras costas parezcan una “lotería” inesperada.
Y es que sólo en las embarcaciones de la época comprendida entre 1492 y 1898, se estima que hay más de 800 toneladas de oro, 12.000 de plata e incalculables cantidades de piedras preciosas; es decir, recursos suficientes para acabar con la crisis en España.
La mayor parte de estos navíos tiene documentada, tanto el contenido como la localización aproximada del naufragio. Hay que entender que, al ser barcos oficiales, su hundimiento constituía una cuestión de estado, por lo que en Sevilla, en el Archivo de Indias, se guardaba toda la documentación procedente de estos embarques.
Estos barcos, en su mayoría y a pesar de lo que digan las películas de Hollywood, fueron hundidos por los elementos, ya que, aunque piratas hubo y daño hicieron, nunca llegaron a causar un daño irreparable al comercio de ultramar español. Lo que está claro es que corsarios ingleses, holandeses y franceses fueron cazados sin piedad por la armada del Rey en una guerra que duró siglos. El sistema de convoyes usado por los barcos españoles, dificultaba enormemente la tarea de estos bucaneros, que sólo en las ocasiones en que contaban con medios adecuados o con algún genio militar, lograron hacer cierta mella en las rocosas defensas españolas. Es así que en los 250 años de existencia de la Flota de Indias solo tres convoys fueron hundidos o apresados, dos por los ingleses (1656 y 1657) y otro por los holandeses (1628), a lo que hay que sumar la destrucción de la flota, ya prácticamente descargada, en la Batalla de Rande, en 1702; pudiendo considerarse la Flota de Indias como una de las más exitosas operaciones navales de toda la historia. A esto hay que sumar la también exitosa defensa de las colonias de ultramar llevada a cabo por militares infravalorados y con medios escasos, en este sentido cabe mención especial a Blas de Lezo, que una guarnición compuesta por sólo 6 barcos y 3.000 defensores derrotó a la flota más grande hasta ese momento conocida (sólo le ha superado la flota del Desembarco de Normandía): 186 naves y 23.600 hombres. La victoria obtenida (borrada de la historia por los ingleses) propició la supremacía española en los mares durante 50 años más, hasta Trafalgar.
Aun así, la pérdida o el retraso de estas flotas, repercutieron enormemente en la economía española, atrapada en interminables guerras en Europa, con enormes contingentes de tropas a las que mantener y con una crisis económica perpetua que desangraba humana y económicamente a Castilla, como principal sostenedora de la política de los Austrias.
Sólo en el golfo de Cádiz se conoce la existencia de más de 500 barcos hundidos, no emitiéndose la falta de interés de la administración por el estudio y el rescate de los mismos, habida cuenta de las riquezas conocidas que muchos de ellos atesoran y sabiendo que el tiempo y pequeños expolios casuales van esquilmando lentamente los pecios; de hecho, a las playas de Cádiz llegan todos los años cientos de monedas y enseres procedentes de estos restos con la total indiferencia de la administración. Un ejemplo de la actuación de la misma en los años anteriores al escándalo Odissey, es el caso de Bob Marx, que tras descubrir y saquear importantes pecios como el “San Agustín” o “El Nuestra Señora de Las Maravillas” y realizar guías sobre cómo encontrar y cazar un tesoro, le fue concedida en 1963 la medalla de Isabel La Católica a pesar de ser uno de los mayores cazatesoros de la historia.
Esta ha sido la tradicional actuación de nuestra administración, cuyo desconocimiento y falta de interés ha favorecido el negocio de estas oscuras empresas dedicadas al expolio de los mares, sin más interés que el meramente económico, como si de modernos piratas se tratase. Incluso en nuestras costas han realizado operaciones de saqueo ante la pasividad de nuestros gobernantes (el caso del Douro, en 1995, en el que un tesoro de 25.000 monedas, lingotes y joyas fue expoliado y vendido en una subasta en Londres). Lo curioso de todo esto es que la documentación necesaria de partida para esta operativa es brindada por la propia administración: antes de actuar, estas empresas se nutren de información en los distintos archivos pertenecientes a nuestro patrimonio nacional, a los que recurren tras los permisos necesarios. Con lo cual obtienen dos importantes ventajas: por un lado información sobre la localización del naufragio y, por otro, documentación para avalar la autenticidad del hallazgo para su posterior venta.
A día de hoy, podemos afirmar que prácticamente todos los pecios hundidos en aguas poco profundas fuera de nuestras aguas territoriales han sido expoliados, perdiéndose para siempre su riqueza histórica y económica. Solamente cuando la opinión pública se ha mostrado contraria a la actividad de los cazatesoros en nuestras aguas, se ha empezado a reaccionar, es así que se espera que, tras el cartografiado de la marina, se comience con operaciones de rescate.