El índice de precios al consumo mide la variación en los precios que ha experimentado una cesta de bienes y servicios representativa del hábito de consumo de los ciudadanos. También existe una tasa subyacente para cuyo cálculo se extraen de la cesta de bienes los considerados como más volátiles: alimentos y energía. Como indicador es uno de los más polémicos y que más sospechas recibe de manipulación pero aunque ésta es posible algunos meses, la clave del dato en sí está en la ponderación de la cesta. Es evidente que un televisor -por poner un ejemplo- no lo compras cada semana y ni siquiera cada año pero la leche, el pan e incluso los carburantes son gastos casi diarios. Hay quien dice que la percepción de estos gastos -al ser cotidianos- nos hace creer que la inflación es más alta de lo que es pero yo voy algo más allá: creo que en la cesta faltan elementos. ¿Cómo es posible que cuando los precios de las viviendas subían un 30% anual la inflación fuera sólo del 3% si la mitad del presupuesto familiar se iba en pagar la casa propia? ¿Por qué se excluye de los índices de inflación, sin motivo alguno, los activos financieros? Si gastamos el dinero en acciones y viviendas el IPC no se mueve pero si los gastamos en viajes y coches, sí, ¿Tiene sentido? Es por eso que los años de la burbuja inmobiliaria y bursátil el IPC oficial se mantenía moderado de un modo a mi juicio artificial. No obstante, para simplificar, aceptaremos que el IPC mide la inflación.
La inflación es un robo al ahorrador ya que no debería haber un motivo para que el simple paso del tiempo haga que los precios suban y el dinero pierda valor, pero el abandono del patrón oro, la importancia de los bancos centrales y la tendencia de éstos a la manipulación monetaria le han proporcionado una tendencia alcista comúnmente aceptada. Aunque se pretende regular desde las instituciones, la inflación es algo que debería ser generado por el libre mercado por la archiconocida ley de la oferta y la demanda. Y eso vale para los limones y para las acciones: Si muchos quieren comprar los precios suben y si muchos quieren vender los precios bajan. Pero a esa dinámica ayudan otros factores. Por ejemplo una vivienda que la inmensa mayoría sólo puede comprar con un crédito depende mucho del tipo de interés de dicho crédito y de la facilidad que tenga el posible comprador en obtener esa financiación por parte del sistema financiero a lo que además podemos añadir subvenciones y ayudas fiscales -o la ausencia de ellas- del estado.
Normalmente, una baja inflación es buena para la economía pero ante el miedo a la deflación ya no es así. La deflación la entendemos como una tasa negativa en la evolución de los precios, ¿Por qué entonces es tan mala si todo nos resultará más barato? Esto es fácil de entender comprobando cómo afectó a la economía el proceso deflacionario de los activos (bolsa, renta fija privada, propiedades inmobiliarias…) al comienzo de esta crisis. Si llega la deflación también a la vida cotidiana y los productos cada vez son más baratos, la crisis financiera se convierte en crisis total tanto desde el punto de vista del consumidor (¿Para qué comprar un coche hoy si va a ser más barato dentro de un mes?) como del empresario (¿Para qué voy a invertir contratando empleados si nadie compra?). La solución a una situación así es muy muy compleja, a nivel mundial en la historia reciente sólo ocurrió en los años 30 del pasado siglo y para solucionarlo se terminó con el patrón oro y a nivel local tenemos el ejemplo de Japón, que aún no ha acabado de salir de la crisis que inició hace más de 2 décadas.
Contra la deflación los estados se han dedicado a inundar el sistema de más dinero y de un teórico más barato acceso a ese dinero -que se ha circunscrito sólo al sector financiero-, repitiendo lo que ya hizo Japón en una situación similar. Es lo que se llama “ampliar la base monetaria” (que no significa exactamente imprimir más billetes aunque lo denominemos así porque se parece mucho) actualizando dinero futuro a valor presente (como por ejemplo ha hecho la FED tomando deuda en préstamo desde el Tesoro). Mientras dura la crisis el proceso normal es que quien tiene capital, sea individuo o empresa, ahorre y paralice gastos e inversiones: se reduce el número de participantes en la bolsa, baja la venta de coches y edificios, a nivel empresarial apenas hay OPAS y se reducen puestos de trabajo y se cierran factorías en lugar de crear nuevas. La gran batalla de gobiernos y bancos centrales es abaratar el dinero e inundar de liquidez a la banca para que los posibles consumidores consuman y los posibles inversores inviertan. Lo segundo es lo único que de momento parece haber ocurrido y mayormente en activos especulativos.
En general los bancos centrales han vencido estos años en su lucha contra la deflación pero queda la duda de si todo lo que han hecho para evitarla no será contraproducente. Cuanto más dure la crisis, más se ampliará el ahorro y si finalmente se supera la fase de riesgo de deflación (gracias a un repentino aumento de la confianza o de una revolución tecnológica que aumente la demanda o -esperemos que no- una guerra o cualquier otra razón) todo ese dinero se lanzará al consumo y a la adquisición de activos. Eso puede provocar la subida de la inflación y sus consiguientes burbujas asociadas. Una vez que el miedo a perder el empleo pase y la confianza en la recuperación económica aumente, el consumo aumentará. Ese consumo se volcará sobre unos productos elaborados por empresas acostumbradas durante esta crisis a una dimensión mucho menor de volumen en sus inventarios, luego será probable que la ley de la oferta y la demanda funcione al revés. Pongo un ejemplo: si van cerrando factorías automovilísticas y despidiendo trabajadores porque no se vende y de repente ante una industria acostumbrada a vender 100 surge una demanda de 500, hasta que vuelva a impulsarse una infraestructura que permita ofrecer 500 los precios se dispararán…así pasará con pisos, ordenadores etc. y eso provocará aumentos de precios. Evidentemente, si eso ocurre bancos centrales y gobiernos intentarán por todos los medios retirar toda esa enorme -hiperbólica diría yo- liquidez que hay en la actualidad y seguro que una de las primeras medidas será aumentar los tipos de interés.
El que la inflación durante esta crisis haya dejado de ser un problema acuciante y que se haya intentado evitar la deflación, enlaza con lo comentado en otra ocasión de la “guerra de divisas”. La mayor parte de las economías desarrolladas son importadoras de petróleo y si por ejemplo el precio del barril es de 100$, lo será sea cual sea el valor de la moneda que cada país tenga por lo que el cambio de esa divisa respecto al $ es vital porque si tienes una divisa débil contra el $ provocas que la factura a pagar por esa fuente energética sea mayor. Eso hace que lo que puede ser positivo para el turismo o las exportaciones sea alcista para los precios puesto que el encarecimiento del crudo se traslada a toda la cadena de producción y transporte. En una situación normal de la economía en la que hay miedo a una alta inflación, esto es un gran problema pero si hay crisis y la lucha es contra la deflación y además el estado recauda más ya que la mayor parte del precio final de la gasolina, el gasoil etc. son impuestos… los políticos no pondrán ninguna objeción, más bien al contrario, a debilitar todo lo que se pueda la divisa propia aunque haga subir la inflación. Evidentemente, es imposible que todos debiliten su moneda contra todos, alguna divisa tendrá que revalorizarse. ¿Quién ganará en esa guerra? Quizás, como en la mayoría de las guerras, pierdan todos.