La Confianza del Consumidor es un indicador económico de reciente creación que trata de medir el grado de optimismo de los agentes económicos respecto a su situación actual y a sus percepciones del futuro. Evidentemente es un indicador muy subjetivo que sólo cuando se toma sobre una muestra estadística lo suficientemente amplia y variada de la población puede ofrecer una información fiable. Este ICC se realiza mensualmente por encuesta telefónica a 1.400 individuos (fijos y móviles) y, mediante una batería de preguntas, pretende establecer lo seguras que se sienten las personas entrevistadas acerca de sus ingresos, lo que determinará sus perspectiva de empleo, consumo, etc.
Los resultados de esta información son usados por los agentes económicos para planificar sus acciones: las empresas pueden ver la intención de consumo de los hogares, los bancos pueden anticipar la evolución del crédito y el gobierno puede lanzar sus campañas mediáticas para tratar de convencer al país que vamos mejorando y que lo peor ya ha pasado, mensaje que se lleva diciendo desde hace 5 años, siendo Zapatero el primero que lo dijo allá por abril del 2009, corroborado por Rubalcaba en octubre de ese año (el mismo señor que hoy pregunta al Sr. Rajoy que donde vive y que afirma que la crisis no ha pasado para la mayoría de los españoles).
Esto es lo que se puede apreciar a según qué niveles institucionales desde el principio de la crisis: se lanza desde la tribuna que pronto comenzará el crecimiento, que hay “brotes verdes”, que lo peor ha pasado, etc. en un evidente intento propagandístico de fomentar la creencia en la recuperación disparando la confianza en la misma. Este es, sin duda, un paso más en la política de la Escuela de las Expectativas Racionales, que ya no sólo interpreta éstas para poder preparar a la economía para lo que los agentes esperan, sino, además fomenta la creación de las mismas para redirigir y controlar el crecimiento económico desde lo que la autoridad económica estime oportuno.
Ya en los años anteriores de la crisis, con ese crecimiento tan acusado en el mercado inmobiliario, se respiraba, a pie de calle, que esa situación no podría continuar indefinidamente, la sensación era que, más pronto que tarde, la situación de crecimiento desmesurado, de construcción y de venta inmobiliaria, se detendría y vendría, una vez más, una crisis en la construcción, como ya había habido varias, la más grave en los 70. Lo que no se esperaba fue la capacidad de arrastre de la misma, ni las sucesivas crisis que se fueron sucediendo, algo que llevamos unos cuantos años aprendiendo. Fue precisamente el gobierno y las instituciones los que no lo vieron venir, o peor aún, los que lo vieron, lo callaron y no tuvieron idea alguna para pararla o para minimizarla, siendo su postura la de mirar para otro lado y esperar que pasase el temporal.
Pero a pesar de esto, los mensajes desde las instituciones no han variado: los “hemos atravesado lo peor” y “ya estamos saliendo” se han sucedido desde la época zapatero, sirviendo sólo para socavar la credibilidad del emisor del mensaje, siendo este uno de los motivos de la falta de confianza del ciudadano en los gobernantes. A esto se han unido otros factores, como pueden ser la corrupción desmesurada que se ha destapado en estos años (a niveles que nunca se habían visto antes), o como la falta de ejemplo de nuestros gobernantes a la hora de repartir los ajustes draconianos de la economía: es esperpéntico el hecho de ver cómo, por ejemplo, mientras no para de subir nuestro recibo eléctrico, altos excargos del gobierno ocupan puestos directivos en estas empresas de alta remuneración e indefinidas funciones. Tampoco ha ayudado mucho a la credibilidad del gobierno el ver como se rescataba (y se sigue rescatando) a muchas de las grandes empresas, cajas de ahorro en su mayoría, que fueron cómplices en rapacidad de la debacle, mientras sus clientes, estafados muchos de ellos por la venta de activos tóxicos (léase preferentes, para simplificar, aunque no fue el único), llevan años de peregrinaje para tratar de recuperar siquiera la inversión inicial.
Y es ahora que numerosos indicadores económicos y agentes independientes anuncian, efectivamente una tímida recuperación. Recuperación que tardará en llegar al ciudadano medio, ya que se habla de un crecimiento que rondará un 1% del PIB de la economía en el 2014 y una bajada del paro de un punto porcentual aproximadamente en el mismo período. Es ahora cuando el Gobierno se desmelena y anuncia bajadas de impuestos y la creación de una “tarifa plana” en las cuotas a la Seguridad Social para los puestos de trabajo de larga duración que se creen. Y también es ahora cuando el parado de larga duración, el pequeño empresario, el emigrante forzoso, el pensionista, el trabajador que ha perdido un 20% de poder adquisitivo y cuyo puesto de trabajo peligra, en definitiva: el ciudadano medio no se lo cree. Sólo, igual que antes de la crisis en un sentido, y ahora en el contrario, cree que a la situación de abatimiento económico no le puede quedar mucho de vida, y que ya sólo queda trabajar y volver a construir una prosperidad. Esto puede encajar con los mensajes de optimismo del Gobierno o no, ya que se debe más a una percepción subjetiva del ciudadano que a un efecto de los mensajes lanzados por el Gobierno.